Diario Extra

LA CALLE ES SU BARBERÍA

Por más de un año ha dormido en parques y aceras para comprar todos los implemento­s de su oficio. Ahora corta el cabello a domicilio y sueña con traer a su hija desde su tierra natal.

- Daniela Moina Armas

Un migrante venezolano contó las peripecias que ha hecho para armar su peluquería ambulante. Recorre las calles de la capital en busca de clientes, a quienes les corta el cabello al aire libre.

El sonido del generador de energía eléctrica llama la atención de los transeúnte­s. Se mezcla con el de la máquina de rasurar mientras José Perdomo trabaja.

Tiene 29 años y desde hace un año y medio se dedicó a recorrer las calles para ganarse la vida. Siempre quiso ser barbero.

Salió de Caracas, Venezuela, para probar mejor suerte, luego de trabajar como conserje en un edificio. A pie como la mayoría de sus compatriot­as.

“Siempre pasaba por un almacén y veía una máquina y la anhelaba como un niño”, dice.

Eso fue en Cúcuta, ciudad fronteriza colombo-venezolana. Quiso reunir dinero entre varios oficios que desempeñab­a, pero los 80 mil pesos que necesitaba eran difíciles de ahorrar, hasta que un tío le envió algo de dinero y lo primero que hizo fue correr a comprarla. “Ni siquiera era profesiona­l, pero era la que yo quería”, cuenta José.

Tomó un bus a Barranquil­la y buscó una academia para aprender a cortar el pelo, pues en ese entonces “no tenía ni idea de cómo se usaba la bendita máquina”. Pero le negaron la matrícula porque necesitaba el pasaporte y él no lo había gestionado.

Decidió volver a Venezuela y aprendió lo que tanto quería, en un mes. “Me dieron un curso intensivo porque yo no me quería quedar más tiempo allá, me iba a morir de hambre”, relata.

Su historia la cuenta mientras recoge los implemento­s de su peluquería improvisad­a en el parque El Ejido, ubicado en el norte de Quito. Acababa de cortar el cabello a un hombre.

Se pone unos guantes de lana y caucho para recoger los desperdici­os sobre el plástico negro que coloca siempre. “Volví a Barranquil­la y me puse un cartón sobre el pecho y la espalda para ofrecer mis servicios”, dice.

Recorría las calles a pie y en los parques buscaba interrupto­res para accionar su máquina de afeitar. Atendía al menos a seis personas al día.

Se fue luego a Bogotá y decidió probar suerte en Quito, donde los primeros cuatro meses trabajó como peluquero en un gabinete de La Marín, en el centro de Quito.

“Ahí practiqué mucho lo que aprendí. Atendía a muchos clientes”, cuenta.

VOLVER A EMPEZAR

Trabajó por cuatro meses, durante ese tiempo pagó su primer generador de luz a crédito. Además siguió durmiendo en los parques cobijado de un cartón para ahorrar al máximo.

De nuevo decidió cambiar de ciudad y viajó a Lima - Perú. Un amigo lo esperaba allá. Tomó sus utensilios y viajó por más de 30 horas.

Ya en esa ciudad, estaba tan cansado que optó por tomar un taxi, en lugar de un autobús. “Cuando terminé de cargar mis cosas en el maletero, el taxista arrancó y no lo pude alcanzar”, cuenta José.

Lo persiguió por varias cuadras, pero sus piernas no tenían la potencia de un motor.

Sintió que todo se le acababa, y tuvo que volver a empezar. Para su suerte, uno de sus tíos lo volvió a ayudar al menos para comprar un generador. “De ahí tuve que ir trabajando para otra vez juntar dinero”, cuenta.

En un cartón guarda las peinillas, botellas de agua y las máquinas. Además de la gasolina y los cables que necesita. El trámite de ‘levantar el kiosco’ es largo, le toma al menos 15 minutos. Tiempo que sus clientes deben esperar para ser atendidos.

“Es que no puedo tener todas las cosas afuera, porque los agentes municipale­s hacen rondas”, explica.

Es por eso que su peluquería recorre el Centro Histórico, los alrededore­s de la Asamblea Nacional y el parque El Ejido.

“Si me llaman yo voy, ya tengo varios clientes fijos”, expresa el hombre.

Sigue contando... En Lima, reinició el ahorro máximo para volver a comprarlo todo. En esa ciudad cobraba 8 soles (poco más de 2 dólares) cada corte de pelo para caballeros.

Volvió a Quito y un conocido le brindó una habitación para dormir y guardar sus cosas a

cambio de realizar el mantenimie­nto de una casona ubicada en la calle Benalcázar, en el centro.

Su día empieza a las 06:00, se levanta y ayuda a sacar la mercadería de un puesto de golosinas. Además lava carros, “al menos dos” y entonces alista su ‘local’. “Limpio todo, acomodo todo en la bicicleta y salgo a recorrer las calles”, cuenta.

La bicicleta la compró hace poco, le permite trasladars­e con menos esfuerzo.

Ahora usa una especie de uniforme con la marca ‘Barbero Express’, cuando empezó con su sueño de ser barbero solo tenía una cartulina escrita con letras a mano.

En el letrero que usa están las fotos de su certificad­o en la academia de belleza y una foto de su cédula. “Quiero que me conozcan, no soy delincuent­e y solo quiero trabajar”, dice.

La tarde llegó con un par de clientes más. José demora al menos 20 minutos en cada corte, cuida de todos los detalles. “Las líneas deben quedar perfectas”, le dice al joven que pidió el servicio.

De vez en cuando va a los albergues y realiza cortes gratis para hombres y mujeres, aunque su especialid­ad son los caballeros. “Cuando llevan el pelo corto meto mano, sino prefiero decirles que no”, explica.

Después de la jornada que se extiende por lo menos hasta las 17:30 vuelve a su casa para continuar con sus labores. Por lo menos hasta las 20:00 debe sacar la basura, barrer y trapear.

Todas las noches se comunica con su familia en Venezuela, sobre todo con su hija, a la que aún no ha podido enviar dinero.

“Sí quiero traérmela, pero ahora el proceso es más complicado”, concluye.

LOS PRECIOS El corte de cabello cuesta un dólar y la afeitada cincuenta centavos. Su especialid­ad es el corte para caballeros.

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Fotos: Karina Defas / EXTRA El hombre lleva sus implemento­s y un generador de energía eléctrica en su bicicleta. Quiere comprarse un vehículo en el que pueda llevarlas más holgadamen­te.
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Su trabajo lo realiza con dos máquinas de afeitar que limpia y desinfecta cada noche.
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Su negocio empezó en Barranquil­la con un letrero hecho en una cartulina.
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Las personas lo llaman por teléfono para cortarse el pelo o simplement­e les llama la atención el letrero y deciden tomar el servicio.

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