¡ECUADOR, SU SALVACIÓN!
Algunos llegaron contagiados de VIH. Aquí los tratan. Poco a poco su salud mejora.
Hay un albergue en Quito que los atiende.
En Venezuela no conseguían medicinas para tratar la enfermedad.
Aquí les estabilizaron la salud.
“Regresar sería un suicidio”, afirma uno de los entrevistados. ¡TODO SOBRE ESTA DRAMÁTICA SITUACIÓN!
El venezolano Misael Pérez (nombre protegido), de 27 años, escribe una canción en portugués a ritmo de rap. Con su mano izquierda va llenando líneas, casi sin levantar la cabeza. Está en su ‘hogar’, un albergue en Ecuador.
La canción que escribe es una una bitácora o resumen de lo que ha vivido en los últimos años. Él es parte de la población de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (LGBTI) que ha migrado desde Venezuela hasta Ecuador.
Este colectivo tiene varias vulnerabilidades: sufre discriminación o maltrato por su orientación sexual, por su situación de movilidad y por la falta de recursos. Misael además es portador de Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Así llegó el 8 de junio a Quito, luego de recorrer unos 1.600 kilómetros entre Cúcuta y la capital del país, distancia que recorrió muchas veces caminando.
Por ahora se siente seguro en ese albergue de una fundación que le dio la mano y en donde ha empezado su tratamiento.
Pero su tragedia no empezó con la migración, sino mucho antes...
TRAGEDIA PERSONAL
Misael fue militar durante siete años. Allí no vio necesario hacer pública su homosexualidad hasta que su pareja lo visitó en el cuartel.
Un capitán de la Compañía de Artillería se enteró de su orientación y empezó a acosarlo. “Él quería que yo tuviera relaciones con él, a la fuerza”, contó el joven de 27 años.
Poco a poco le fue imponiendo castigos. Hizo que le amarraran de ambos brazos, uno a un poste y el otro a un fusil. Esto le desprendió su extremidad izquierda.
Misael denunció, pero no obtuvo ninguna respuesta. Los castigos fueron aumentando. Un día recibió una paliza de sus propios compañeros que le hicieron perder la consciencia.
Según é l , s u a c o s a d o r aprovechó su estado y lo ultrajó. “Sentí las intensas ganas de asesinarlo, pero luego pensé que no valía la pena ensuciarme las manos”, dijo. Afirmó que ese día su abusador le contagió del letal virus del VIH.
Estaba seguro de que en un país caotizado por la pobreza y la crisis no iba a conseguir justicia, por lo que desertó del ejército y huyó para Brasil.
En febrero de este año se salvó de un ataque en la ciudad carioca de Boa Vista. Ocho hombres armados llegaron hasta el sector donde vivía para sa
carlo, pero logró huir con ayuda de sus vecinos.
Se trasladó a Cúcuta (Colombia). Luego viajó a Bucaramanga y después de semanas de caminar, llegó a un albergue en Quito.
Allí lo contactaron con una fundación y algunos organismos de derechos humanos para que recibiera ayuda.
El albergue se dedica a ayudar a las personas de esta comunidad que migran.
“Por su situación de migración han tenido problemas en el país incluso para ser respetados como persona”, explicó Efraín Soria, activista por los derechos LGBTI.
El programa inició con el apoyo de la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur), donde los beneficiarios reciben atención médica, psicológica, acceso a pruebas de VIH, hospedaje y alimentación por siete días.
Además, la entidad los conecta con otras organizaciones que trabajan con migración y diferentes problemáticas sociales.
Ese sitio es un espacio seguro para que los beneficiarios puedan entender y afrontar sus situaciones: el maltrato, la discriminación o el abuso sexual.
ALBERGUE, LA ESPERANZA
Para Misael, el albergue es un espacio de liberación que lo equilibra.
Dentro del centro existen reglas para la convivencia. Todos los días, los residentes deben levantarse a las 6:30 para bañarse, prepararse su desayuno, asistir a charlas o hacer trámites para legalizar su situación. “Siempre tienen cosas que hacer”, dijo Soria.
Con Misael llegaron en total 34 personas a ese albergue, desde agosto de este año. Su director relata que historias como las de este venezolano se conocen casi a diario.
Incluso hace unas semanas tuvieron que internar a dos migrantes de emergencia, pues su salud estaba gravemente afectada por la falta de atención médica frente al VIH.
ATENCIÓN MÉDICA
Esta semana Misael compartió habitación con Fernando, quien llegó al país con un cuadro de Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (Sida) avanzado.
En Venezuela Fernando es médico, pero no logró conseguir empleo dentro del sistema de salud de su país. Tampoco tuvo acceso a los tratamientos necesarios, por lo que su situación empeoró. “Yo ya estaba en la fase tres, pero allá no llegan los antirretrovirales o si llegan son muy caros”, explicó el hombre de 30 años.
Fernando llegó a Quito en enero, consiguió una pieza pero a los pocos meses ya no tuvo con qué pagar y el dueño de casa lo botó. Entonces, acudió al albergue donde lo contactaron con otra persona para que lo ayudara.
Poco antes le dio una fuerte gripe y acudió a un hospital. “Ahí me sinceré con la doctora y le dije mi condición. Estaba muy mal y prácticamente me dio un año de vida”, relató.
En la capital tuvo acceso al tratamiento y su condición ha mejorado notablemente. La sentencia de muerte prácticamente desapareció.
Misael y Fernando tienen claro que no pueden volver a su país, aunque la mayoría del tiempo extrañan su entorno y su familia.
“Mi mamá siempre pregunta cuándo me podrá ver y yo no tengo respuesta para eso. Ella no sabe nada de mi enfermedad”, dijo Fernando.
Por su parte, Misael trata de comunicarse con su familia continuamente, sobre todo porque sabe que en un futuro cercano o mediano no podrá verlos. Además regresar para ambos se convertiría en una sentencia de muerte. “Sería un suicidio volver a Venezuela”, reitera Misael. Él quiere trabajar en Ecuador, para luego migrar a Canadá y ponerse un negocio propio.
Fernando quiere ir a Europa y probar nuevos tratamientos.
280 Más de CENTROS
clandestinos se registraron hasta 2016
LAS CLAVES Más de dos millones ingresaron
1. Según el INEC en 2018 ingresaron al país 2’427.660 extranjeros, la mayoría venezolanos que huyen de la crisis humanitaria que sufre ese país.
Estadía
2. En el albergue, los extranjeros pueden quedarse siete días, en los cuales reciben atención médica, psicológica y legal. Mientras tanto deben conseguir un lugar donde vivir permanentemente o continuar con su viaje a otros países.
VULNERABILIDAD
Según Efraín Soria, los migrantes de la población LGBTI sufren de varias vulnerabilidades como discriminación por su inclinación sexual, movilidad humana, abuso sexual, abuso laboral, entre otros.