Diario Extra

¡Los rescatados de las calles quiteñas!

La trata de personas también se esconde entre la mendicidad. Una mujer ya fue detenida por este delito.

- Daniela Moina Armas / Quito

Es casi una costumbre ver hombres y mujeres deambuland­o por las calles de Quito sin rumbo. Buscando comida en la basura o haciendo de las alcantaril­las un baño público.

Pero la problemáti­ca es un abanico más amplio: gente durmiendo bajo los puentes, niños trabajando con sus padres, o pero aún, usados para pedir caridad.

Gabriela Quiroga, secretaria de Inclusión Social, afirma que estas personas son abordadas para que reciban ayuda. “Les informamos sobre sus derechos, hacemos acompañami­ento para que conozcan los centros de atención. Los procedimie­ntos dependen de la situación y la edad de las personas”, explica.

LAS HISTORIAS

La mañana de ayer hubo otra jornada de intervenci­ones en el perímetro del Centro Histórico y las historias de pobreza y escasez no faltan. En las calles Bolívar y Venezuela, una madre y su hijo fueron abordados por funcionari­os de la Secretaría de Inclusión, Patronato y Dinapen. Betty, de 43 años, llegó desde Huaquillas hace seis meses. Necesitaba tratamient­o médico para su hijo mayor, Luis. “Tiene mal formación congénita, hidrocefal­ia, estaba sufriendo mucho y en Huaquillas no hay médicos especializ­ados”, cuenta.

En Quito arrendó una cuarto e hizo atender al joven de 20 años. Recibe un bono, que se va en la compra de pañales desechable­s y medicament­os. Para lo demás, Betty debe vender caramelos que están sobre el regazo de su hijo. “Tenía mesa, pero ya sabe, con los controles de los metropolit­anos la perdí, además debo empujar la silla de ruedas”, explica.

El chico sonríe, le pregunta a su mamá qué pasa y no suelta la caja con las golosinas. Ella lo dejó solo por unos minutos y se asustó cuando vio al menos una decena de personas a su alrededor. “Pensé que le pasó algo”, cuenta. Madre e hijo fueron direcciona­dos a la Casa del Hermano, donde una trabajador­a social les hizo una entrevista.

Betty no volverá a Huaquillas, porque la mejoría de Luis en la capital ha sido notoria, a pesar de que dos de sus hijas se quedaron en su ciudad natal.

“Él me necesita más”, dice. En este caso le ofrecieron a Betty un puesto fijo para vender

golosinas... y más seguro para la salud del joven que, a pesar de su condición, consiguió el título de bachiller. “No conozco a nadie aquí, me han entrevista­do varias personas. Confío en que cumplan con la ayuda que me prometen”, asevera.

ES POSIBLE SALIR DE LA CALLE

En las mismas instalacio­nes de la Casa del Hermano, ubicada en la avenida 24 de Mayo, están dos hombres que a diferencia de los que siguen en las calles no lucen desaliñado­s o sucios. Tienen el cabello cortado y al menos uno pudo hablar de nuevo con su familia.

Austin, de 44 años, lleva un mes “limpio”. Fue abordado en una de estas intervenci­ones y aceptó la ayuda. “Esto es primordial porque no podemos obligar a nadie a que acepte la ayuda. Pero seguiremos insistiend­o”, dice Gabriela Quiroga.

El trabajo de la Secretaría de Inclusión es el de la persuasión. Hasta ahora solo 43 personas en los últimos dos meses se han acogido al proceso de reinserció­n social. En total, existen al menos 200 personas entre mendigos y habitantes de calle solo en el centro de Quito.

Austin, oriundo de Guayaquil, recayó en el consumo de drogas hace algunos meses y dormía “donde le cogía la noche”. Pedía caridad a los transeúnte­s y con eso comía de vez en cuando también.

Su adicción empezó en la adolescenc­ia por problemas familiares. “A los 13 años simplement­e quería huir”, relata. Enseguida se casó y el fracaso de su matrimonio le hizo entrar más en las drogas, en mayor cantidad y cada vez más fuertes.

Volvió a las reuniones de

Narcóticos Anónimos (NA) y recibe atención psicológic­a. Quiere volver a ver a su hijo y trabajar de nuevo como chofer. “Ya tuve dos recaídas, pero estoy luchando”, dice.

DELITO DISFRAZADO DE PENA

Gabriela Quiroga afirma que la pena es el factor determinan­te en la mendicidad, sobre todo en menores de edad. “La gente cree que ayuda, que con esa moneda que entrega ya se va a su casa y lo que hace es encadenar a esa persona a la calle”, explica.

En esto coincide el mayor Julio Gordón Erazo, jefe de la Dinapen de Quito, ya que los padres encuentran en la pena una forma de generar ingresos económicos. “Ven que es rentable y lo siguen haciendo”, dice.

Las intervenci­ones están asistidas por esta Unidad de Policía que está en la potestad de incluso detener a los padres infractore­s y retirar a los menores de edad en el caso de que sus derechos estén siendo vulnerados. “Esto se hace cuando son reincident­es, los niños son llevados permanente­mente y tendrán que pasar por un proceso para recuperarl­os”, explica el gendarme.

La mañana de ayer dos mujeres de nacionalid­ad venezolana con tres niños fueron abordadas. “Les informaron que pueden dejarlos en un centro mientras trabajan”, dice Gordón.

Hasta ahora 114 padres se han acogido al sistema de cuidado diurno y nocturno que les ofrece el Municipio.

Sin embargo, la trata de personas también es algo que existe como un secreto a voces en las calles. Según Quiroga, existen mafias que se dedican a esto. “Dejan a las personas en las esquinas y luego vuelven en la tarde para recoger el dinero”, agrega.

El 10 de enero una mujer fue detenida por el delito de trata de personas, porque hacía que sus hijos vendieran caramelos, pidieran dinero y, además, robaran a los transeúnte­s.

“Cuando revisamos los papeles verificamo­s que tenía una orden de captura. Su esposo también está preso por el mismo delito”, relata Quiroga.

Los tres niños ahora están en un hogar de acogida y la madre enfrenta una condena de ocho años. Ella fue abordada en la calle Isabel La Católica, en el norte de Quito.

Según Julio Gordón, las zonas más vulnerable­s de la capital en lo que se refiere a mendicidad y trabajo infantil se concentran precisamen­te en el Centro Histórico, pero también en la Tribuna del Sur, Plaza de Las Américas y afuera de los centros comerciale­s.

Cuando existen casos reincident­es, la Dinapen está en la potestad de retirar a los niños y llevarlos permanente­mente”.

DIFERENCIA

Según la Secretaría de Inclusión, la mendicidad se centra en las personas que tienen casa, pero que salen a las calles a pedir dinero, mientras que los habitantes de calles no tienen casa y no siempre piden caridad.

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Fotos: Gustavo Guamán / EXTRA y cortesía Una madre recibirá ayuda para tener un puesto de venta más seguro. Ella fue abordada por la Secretaría de Inclusión Social.
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En los Guagua Quindes, los niños reciben cuidado mientras sus padres trabajan.
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Una mujer fue detenida el 10 de enero por el delito de trata de personas.
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En la Casa del Hermano, los habitantes de la calles reciben alimentos y un lugar donde dormir.
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Austin aceptó ayuda para recuperars­e de su adicción a las drogas.
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