¡Los rescatados de las calles quiteñas!
La trata de personas también se esconde entre la mendicidad. Una mujer ya fue detenida por este delito.
Es casi una costumbre ver hombres y mujeres deambulando por las calles de Quito sin rumbo. Buscando comida en la basura o haciendo de las alcantarillas un baño público.
Pero la problemática es un abanico más amplio: gente durmiendo bajo los puentes, niños trabajando con sus padres, o pero aún, usados para pedir caridad.
Gabriela Quiroga, secretaria de Inclusión Social, afirma que estas personas son abordadas para que reciban ayuda. “Les informamos sobre sus derechos, hacemos acompañamiento para que conozcan los centros de atención. Los procedimientos dependen de la situación y la edad de las personas”, explica.
LAS HISTORIAS
La mañana de ayer hubo otra jornada de intervenciones en el perímetro del Centro Histórico y las historias de pobreza y escasez no faltan. En las calles Bolívar y Venezuela, una madre y su hijo fueron abordados por funcionarios de la Secretaría de Inclusión, Patronato y Dinapen. Betty, de 43 años, llegó desde Huaquillas hace seis meses. Necesitaba tratamiento médico para su hijo mayor, Luis. “Tiene mal formación congénita, hidrocefalia, estaba sufriendo mucho y en Huaquillas no hay médicos especializados”, cuenta.
En Quito arrendó una cuarto e hizo atender al joven de 20 años. Recibe un bono, que se va en la compra de pañales desechables y medicamentos. Para lo demás, Betty debe vender caramelos que están sobre el regazo de su hijo. “Tenía mesa, pero ya sabe, con los controles de los metropolitanos la perdí, además debo empujar la silla de ruedas”, explica.
El chico sonríe, le pregunta a su mamá qué pasa y no suelta la caja con las golosinas. Ella lo dejó solo por unos minutos y se asustó cuando vio al menos una decena de personas a su alrededor. “Pensé que le pasó algo”, cuenta. Madre e hijo fueron direccionados a la Casa del Hermano, donde una trabajadora social les hizo una entrevista.
Betty no volverá a Huaquillas, porque la mejoría de Luis en la capital ha sido notoria, a pesar de que dos de sus hijas se quedaron en su ciudad natal.
“Él me necesita más”, dice. En este caso le ofrecieron a Betty un puesto fijo para vender
golosinas... y más seguro para la salud del joven que, a pesar de su condición, consiguió el título de bachiller. “No conozco a nadie aquí, me han entrevistado varias personas. Confío en que cumplan con la ayuda que me prometen”, asevera.
ES POSIBLE SALIR DE LA CALLE
En las mismas instalaciones de la Casa del Hermano, ubicada en la avenida 24 de Mayo, están dos hombres que a diferencia de los que siguen en las calles no lucen desaliñados o sucios. Tienen el cabello cortado y al menos uno pudo hablar de nuevo con su familia.
Austin, de 44 años, lleva un mes “limpio”. Fue abordado en una de estas intervenciones y aceptó la ayuda. “Esto es primordial porque no podemos obligar a nadie a que acepte la ayuda. Pero seguiremos insistiendo”, dice Gabriela Quiroga.
El trabajo de la Secretaría de Inclusión es el de la persuasión. Hasta ahora solo 43 personas en los últimos dos meses se han acogido al proceso de reinserción social. En total, existen al menos 200 personas entre mendigos y habitantes de calle solo en el centro de Quito.
Austin, oriundo de Guayaquil, recayó en el consumo de drogas hace algunos meses y dormía “donde le cogía la noche”. Pedía caridad a los transeúntes y con eso comía de vez en cuando también.
Su adicción empezó en la adolescencia por problemas familiares. “A los 13 años simplemente quería huir”, relata. Enseguida se casó y el fracaso de su matrimonio le hizo entrar más en las drogas, en mayor cantidad y cada vez más fuertes.
Volvió a las reuniones de
Narcóticos Anónimos (NA) y recibe atención psicológica. Quiere volver a ver a su hijo y trabajar de nuevo como chofer. “Ya tuve dos recaídas, pero estoy luchando”, dice.
DELITO DISFRAZADO DE PENA
Gabriela Quiroga afirma que la pena es el factor determinante en la mendicidad, sobre todo en menores de edad. “La gente cree que ayuda, que con esa moneda que entrega ya se va a su casa y lo que hace es encadenar a esa persona a la calle”, explica.
En esto coincide el mayor Julio Gordón Erazo, jefe de la Dinapen de Quito, ya que los padres encuentran en la pena una forma de generar ingresos económicos. “Ven que es rentable y lo siguen haciendo”, dice.
Las intervenciones están asistidas por esta Unidad de Policía que está en la potestad de incluso detener a los padres infractores y retirar a los menores de edad en el caso de que sus derechos estén siendo vulnerados. “Esto se hace cuando son reincidentes, los niños son llevados permanentemente y tendrán que pasar por un proceso para recuperarlos”, explica el gendarme.
La mañana de ayer dos mujeres de nacionalidad venezolana con tres niños fueron abordadas. “Les informaron que pueden dejarlos en un centro mientras trabajan”, dice Gordón.
Hasta ahora 114 padres se han acogido al sistema de cuidado diurno y nocturno que les ofrece el Municipio.
Sin embargo, la trata de personas también es algo que existe como un secreto a voces en las calles. Según Quiroga, existen mafias que se dedican a esto. “Dejan a las personas en las esquinas y luego vuelven en la tarde para recoger el dinero”, agrega.
El 10 de enero una mujer fue detenida por el delito de trata de personas, porque hacía que sus hijos vendieran caramelos, pidieran dinero y, además, robaran a los transeúntes.
“Cuando revisamos los papeles verificamos que tenía una orden de captura. Su esposo también está preso por el mismo delito”, relata Quiroga.
Los tres niños ahora están en un hogar de acogida y la madre enfrenta una condena de ocho años. Ella fue abordada en la calle Isabel La Católica, en el norte de Quito.
Según Julio Gordón, las zonas más vulnerables de la capital en lo que se refiere a mendicidad y trabajo infantil se concentran precisamente en el Centro Histórico, pero también en la Tribuna del Sur, Plaza de Las Américas y afuera de los centros comerciales.
Cuando existen casos reincidentes, la Dinapen está en la potestad de retirar a los niños y llevarlos permanentemente”.
DIFERENCIA
Según la Secretaría de Inclusión, la mendicidad se centra en las personas que tienen casa, pero que salen a las calles a pedir dinero, mientras que los habitantes de calles no tienen casa y no siempre piden caridad.