Son Latin Kings, pero de aquellos buena ‘onda’
Ellos siguen integrando la agrupación, pero ahora dan charlas a jóvenes para que no caigan en malos pasos. Uno de ellos lidera un espacio artístico en Guayaquil, donde se dictan cursos y talleres.
Jhonny Arévalo y Michael Lecaro siguen siendo Latin Kings. Eso no ha cambiado. Lo distinto en ellos es su nuevo estilo de vida. Dejaron las armas, los robos, las pillerías. En fin, ya no respiran delincuencia.
Arévalo y Lecaro no niegan su pasado en una de las más famosas pandillas que ha existido en el país. Sonrisas, seriedad y arrepentimiento son las expresiones que se ‘pasean’ por el rostro de Jhonny cuando recuerda aquella época. No es para menos. Ha vivido hasta el límite de casi morir baleado.
Se crió en el suburbio guayaquileño. Sus padres le inculcaron buenos valores, pero se ausentaban por trabajo. Esas ausencias lo juntaron con gente mayor en la calle.
Cuando tenía 13 años se hizo amigo de un chico de 16. Una parcería que pagó caro, pues en una ocasión lo golpearon otros muchachos enemistados con su ‘pana’.
A esa tierna edad sostuvo por primera vez un revólver. Un familiar de él tenía algunas armas y Jhonny las tomaba en secreto. Eso sí, jamás afectó a alguien con un arma, dice.
En esos tiempos, con la adolescencia a flor de piel, en una ocasión fue expulsado del colegio por peleonero. También tuvo malas juntas que lo llevaron a participar en asaltos, hasta que se le ‘durmió’ el diablo y acabó preso por robo de carros.
En ‘cana’ le llegó un primer momento de luz. “Mi madre me vio y se desmayó impresionada. Entonces pensé: esto no es para mí”, confiesa. Pero allí también conoció a un latin king. Su compañero de encierro lo ingresó a la organización.
Al salir libre quiso no tener más líos, pero volvió a las andanzas. En ese estilo de vida, la existencia se vuelve una ruleta de la suerte. Dos ‘panas’ de Jhonny fallecieron y fue su segundo momento de luz. “Me dije, no estoy para esto”, cuenta.
Ahora es un comerciante de ropa y un padre de siete hijos. Roles que comparte con su nuevo ideal: ayudar a que chicos ocupen su tiempo en buena forma en la Casa Urbana, un centro cultural y artístico.
Allí se agrupan Latin Kings y de otras agrupaciones juveniles, otrora consideradas delincuenciales. Se dictan talleres de emprendimiento y hay un estudio musical donde los jóvenes han producido canciones.
EL NIÑO DE LAS GALLETAS
Michael fue independiente desde los 10 años. Vendía galletas con su padre y se compraba cosas. Un año después trabajó en un club social de pasabola en las canchas de tenis.
El nuevo empleo no duró mucho. Lo sacaron por peleón. Le pegó a un compañero por hacerle trampa en un juego que tuvieron en un rato libre.
Michael también es del suburbio. Ahí aprendió de otros malandrines hasta terminar en una celda. “Adentro te amenazaban con cuchillos. Se respiraba en los pabellones el temor”, describe.
En el penal por cobrar una deuda a otro recluso casi lo matan. Lo apuñalaron, pero la herida fue leve. Eso fue suficiente. Al salir decidió buscar un mejor futuro.
A Michael le ofrecieron limpiar su récord policial. “He dicho: sí estuve preso, pero me he levantado”, enfatiza. Luego de eso ha laborado como topógrafo en varias construcciones.
Los jóvenes siempre se agrupan. Ese no es el problema, sino que esos grupos sean de bien”.
JHONNY ARÉVALO