¡TIERRITA ANTIESTRÉS!
HUERTO DE LA ESPERANZA EN TURUBAMBA BAJO
✓ El proyecto fue impulsado por el club de pacientes crónicos de un subcentro de salud de la capital.
✓ Adultos mayores siembran lechugas y tomates.
Pasó de ser una escombrera a un huerto comunitario lleno de vegetales... pero, sobre todo, de esperanza. Detrás de su creación está el Club de Pacientes Crónicos del Subcentro de Salud de Turubamba Bajo, en el sur de Quito.
Fue pensado para hacer más llevadera la enfermedad (o discapacidad) de los pacientes. Y porque trabajar con la tierra disminuye el estrés y la ansiedad. Hay quienes lo certifican, como Eva. Con 77 años, levanta una de sus lechugas recién cosechadas. Un año atrás hubiese sido impensable, ya que fue sometida a una cirugía a corazón abierto. Hay cicatrices, sí, pero sonríe.
Camina lentamente entre los senderos de 40 centímetros que separan las parcelas.
Orgullosa, la adulta mayor comenta que fue ella quien sembró sus lechugas y otras plantitas.
Las cuida día a día. Pero durante el tiempo que su convalecencia no le permitió ir a su parcela, su hija cuidó aquel pedazo de tierra de 2 metros de largo y 1,40 de ancho. Un espacio pequeño, pero que la llena de tanta felicidad, porque cuidar sus vegetales es una de las partes más divertidas de su rutina.
En una mañana con el cielo despejado, Eva se mezcla entre sus compañeros, de ellos diez son adultos mayores y enfermos crónicos. Y muchos pertenecen a un grupo llamado ‘Amistad’.
Llevan uniforme. Eva, por ejemplo, se cubre con un sombrero, usa una blusa azul que lleva bordado el nombre de su grupo y una licra negra. La indumentaria perfecta para agarrar una pala y un azadón. Con vitalidad, se arrodilla, mueve la tierra y sentencia –como toda una experta de sembríos–: “Para que no se ponga dura y las plantas crezcan”.
“QUINCEAÑERAS”
A unos metros de la parcela de Eva está la de Germania Muñoz, una mujer de 80 años y muy risueña. Será por eso que todos la tratan con tanto que cariño que la llaman Germanita.
Abrazada a otras abuelitas, dice: “Aquí nos sentimos como unas quinceañeras”. Y ríen.
Pasa la mayor parte del tiempo ahí. En la mañana, tras desayunar, revisa sus cultivos. Al mediodía regresa a su casa para preparar su almuerzo y cuando termina de comer, vuelve...
Enviudó hace 33 años. Vive sola. Ahora su hogar está en aquel terreno, que mide más de 2.000 metros cuadrados y que le permite reunirse con todos sus amigos: “Somos una familia”, señala. Por ello, los más jóvenes ayudan a los que tienen mayores dificultades para el trabajo.
Todos ponen el hombro. Y tras un momento de reflexión, recuerdan a los que se han ido. Cuatro personas que formaron parte del proyecto murieron en los últimos tres años. Un minuto de silencio por ellos.