Diario Extra

¡CARAPACHO TRISTE!

El dueño del emblemátic­o cangrejal del centro de Guayaquil quiso que su ataúd, antes de su entierro, fuera paseado por el mercado Caraguay y por su negocio.

- Gelitza Robles / Guayaquil

Calle de honor en la Caraguay para el ‘duro’ de los cangrejos en el Puerto Principal.

Familia cumplió el deseo de que su ataúd fuera llevado al tradiciona­l negocio.

La voz de Roberto Carlos entonando ‘Amigo’ empezó a sonar de fondo a las 13:00. El llanto de los familiares de Jorge Briones, más conocido como Ochipinti, acompañó a la canción que sus parientes pusieron para retirar el ataúd de su casa.

Era hora de cumplirle su último deseo al dueño del emblemátic­o cangrejal del centro de Guayaquil que lleva su apodo, en honor al paraguayo Glubis Ochipinti, jugador de Barcelona en la década de los 60.

Antes de cerrar sus ojos para siempre, pidió que llevaran su féretro hasta su negocio, al que le dio

60 de sus 84 años de vida. También quiso que trasladara­n sus restos al mercado de la Caraguay, donde iba a comprar el cangrejo e hizo incontable­s amigos.

A las 13:10, y tras la súplica de sus hijas que gritaban “no te vayas, papito”, sus restos fueron embarcados en la furgoneta que lo llevó desde Ayacucho y la 20, hasta su última morada en el Cementerio General de Guayaquil. Pero antes hizo dos paradas.

Un bus y tres vehículos escoltaban a Ochipinti hasta su primer destino: la Caraguay. Allí, hasta los pájaros lo despidiero­n con su canto. Apenas el cofre de Ochipinti se posó en el área de crustáceos, todos los comerciant­es estallaron en aplausos y chiflidos. “Así chiflaba cuando llegaba a comprar. Hasta siempre, Ochi”, vociferaro­n los estibadore­s de cangrejos ‘Guerreros de la Orilla’, quienes también cargaron la caja y la pasearon por las instalacio­nes impregnada­s del olor del marisco.

Félix Mejillones dejó caer sus lágrimas sobre la superficie cobriza que lo separaba del cuerpo de su pana. Conoció a Ochipinti hace más de 50 años cuando este recorría el mercado del sur con su charola de cangrejos en la cabeza. “Él era su mejor amigo”, se escuchaba entre los cangrejero­s.

Y eso lo confirmaro­n las lágrimas que empapaban la mascarilla de Félix. “Yo le vendía cangrejos. Si yo no tenía plata, él me decía ‘toma, aquí tienes’. Era solidario, buena gente y se nos adelantó”, sollozaba.

Con porras y aplausos, Ochipinti se despidió para siempre del lugar al que acudía a diario, para luego ir a su amado negocio, ubicado en Los Ríos y Pedro Pablo Gómez.

Eran las 14:36 cuando llegó. Decenas de personas lo esperaban. Entre ese mar de rostros cubiertos resaltaban los ojos rojos y húmedos de Martha Gusqui. Conoció a Ochipinti cuando era una quinceañer­a. Él le dio trabajo y se quedó allí durante 30 años.

Llegó entristeci­da por la muerte del gran ser humano que le enseñó a amar y ser estricta con el trabajo.

De eso da fe Carlos Arrata, amigo y cliente del cangrejal. También arribó hasta el lugar, donde el cofre de Ochipinti fue depositado en una de las mesas de madera en las que sirvió los platillos que deleitaron a los guayaquile­ños y turistas.

“De él, puedo decir que era un hombre alegre, buena gente, que siempre estaba activo. Y de su sazón yo no puedo decir más, la prueba está en la fama que tuvo”, dijo su amigo.

Jorge Briones falleció el lunes 25 de mayo en su domicilio, luego de batallar contra una enfermedad pulmonar que lo ató a un tanque de oxígeno. Sus familiares creen que la cuarentena, que lo alejaba de lo que más amaba: su trabajo, lo deprimió y agravó su estado de salud. Pero, finalmente, alcanzó a despedirse de los sitios que le dieron una vida feliz y llena de amigos.

LOCALES

Ochipinti montó su negocio cuando era un veinteañer­o. Sus hijos abrieron dos locales con el mismo nombre.

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 ??  ?? En el mercado Caraguay, los cangrejero­s le hicieron una porra y aplaudiero­n cuando llegó y se retiró el féretro de Ochipinti.
En el mercado Caraguay, los cangrejero­s le hicieron una porra y aplaudiero­n cuando llegó y se retiró el féretro de Ochipinti.
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En su local, el ataúd fue colocado afuera en una mesa para su despedida.
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Foto: Valentina Encalada / EXTRA Hubo llanto y dolor en su domicilio, minutos antes de retirar la caja.

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