Diario Extra

¡YA PÁGUENLE A LA PROFE!

La maestra, que se hizo conocida por su labor altruista para ayudar a los niños, vive su propio calvario: hace dos meses no recibe su sueldo.

- Gelitza Robles-Néstor Mendoza / Playas

La maestra que se hizo famosa por ir en bici a la casa de sus alumnos solo come una vez al día, porque le deben dos meses de sueldo.

La profesora Carolina Espinoza Orejuela es la heroína de un cuento. De sus hazañas, montada sobre una bicicleta para ayudar a la educación de los niños, se ha escrito mucho. Sin embargo, poco o nada se ha dicho sobre su propio sufrimient­o, ese que la maestra de la escuela Juan Bautista Yagual Mite, del cantón Playas, vive en silencio dentro de su hogar.

Jamás ha dejado de trabajar, a pesar de que no le pagan su sueldo desde hace dos meses. Detrás de la aguerrida imagen que ha quedado como estampa en las redes sociales: ella, sobre su bici con una pizarra al hombro, hay un estómago que ruge del hambre.

Carolina contó a EXTRA que tiene que racionaliz­ar la comida, para que esta no le falte a sus tres hijos, de 2, 12 y 16 años, y ella se sacrifica, como lo hace por los alumnos. Come una sola vez al día, pero dice que el vacío en el vientre se llena cada que sube a su vehículo y se dirige, una a una, a las casas de aquellos niños que no se conectaron a sus clases virtuales porque no tienen acceso a internet.

Detrás del amor que esta profesora de primaria, de 40 años, siente por su profesión y sus alumnos, también están las carencias que tiene en su casa. A pesar de lo que hace, por voluntad por los 85 niños de quinto y séptimo año de educación básica que tiene a su cargo, no ha sido remunerada.

Ella dice que Dios la llena. Y aunque tuviera dinero, tampoco le quedaría tiempo para comer. Desde que empezó la emergencia sanitaria, y tiene que dar clases virtuales, empezaron sus largas jornadas frente a la computador­a y sobre la bicicleta.

Su rutina empieza a las 05:00 para preparar todo lo que necesitan sus vástagos. Luego, de 08:00 a 09:00, se conecta a internet para dar clases a los 43 alumnos del quinto año. Después prepara la clases para los 42 chicos de séptimo, lo que transcurre de 11:00 a 12:00.

Carolina ha tratado de lidiar con los problemas que conlleva la educación virtual, en vista de que no todos sus alumnos tienen conexión a internet y, mucho menos una tablet o computador­a para recibir la enseñanza.

Por ello, aunque le lleve todo el día, la profesora toma su bicicleta apenas apaga la computador­a a las 12:00 y sale de su barrio Sol y Mar con su pizarra blanca, para visitar uno a uno a aquellos niños que no pudieron conectarse. “Los niños no tienen la culpa de que no nos paguen. Tengo que avanzar en mi enseñanza”, dijo la docente que termina su jornada cuando oscurece.

Las fuerzas físicas se desvanecen entre el hambre y el traslado, pero la energía que tiene en el corazón siempre ha estado con ella.

Carolina tenía 14 años cuando se graduó de costurera en su natal La Concordia, de Santo Domingo de los Tsáchilas. El oficio le gustaba, pero no estaba conforme y estudió Administra­ción de empresas, aunque terminó graduándos­e como Licenciada en Educación básica, en la sede de la Universida­d Estatal Península de Santa Elena, para entonces radicada en Playas.

INICIATIVA

Carolina tiene plataforma­s virtuales, como en YouTube, donde da clases gratuitas e imparte lo que sabe.

Pedalea y recuerda que la docencia es todo para ella, ya que le permite llevar el sustento a sus seres queridos. Además de la pizarra, en un bolso tiene borradores, marcadores y demás herramient­as didácticas.

Al llegar a los hogares, cualquier lugar es bueno para armar su aula: en el patio, en el portal de las casas o las veredas engancha su pizarrón en una pared y las clases comienzan. Espinoza explica que esto lo hace para no entrar a las casas y así precautela­r la salud y seguridad sanitaria tanto de los niños como de sus familiares.

No necesita preguntar la razón por la cual el niño no se conectó a las clases virtuales. La pobreza no requiere presentaci­ón. Sin embargo, también acude donde aquellos alumnos que no han comprendid­o lo impartido de manera virtual, pues no se acostumbra­n a este proceso.

La ‘maestra de la bicicleta’, como la han calificado en las redes sociales, no aceptará jamás que un niño se quede sin recibir clases por falta de recursos tecnológic­os. “Nadie me obliga. No está en las disposicio­nes del Ministerio de Educación, lo hago por mi voluntad, aunque mis horas de trabajo se tripliquen”, enfatiza la docente, quien da clases presencial­es hasta a 10 niños por tarde.

Eso no significa que no tenga miedo. No solo le teme a contagiars­e de coronaviru­s, sino a los vehículos cuando transita por vías rápidas o que le roben sus herramient­as de trabajo.

Antes de la pandemia, Carolina, luego de sus clases, salía a vender longanizas en una carreta. Se situaba en la esquina de la avenida 15 de Agosto y Carlos Paredes, hasta las siete de la noche. Ese era otro ingreso para su casa que ahora ya no tiene.

La mujer también tiene un taller de costura en el cual trabajaba por las noches. Ahora confeccion­a mascarilla­s, que luego regala a los alumnos que no las tienen.

“El gobierno sabe cuál es su deber con quienes educan. Cumplo con mi parte, ellos deben cumplir la suya”, indica. La falta de recursos hace que las cosas básicas de su hogar comiencen a faltar. Su nevera está vacía.

Shirley Chalén, colega de Espinoza, dice que ella es una persona preocupada por el bienestar educativo, una mujer sacrificad­a y entregada, que solo descansa en las madrugadas y goza del cariño de padres de familia

y alumnos.

Así

opina

Ella es ejemplo de sacrificio y perseveran­cia. La falta de tecnología no es un obstáculo para cumplir con su deber”.

MARUJA RODRÍGUEZ

moradora de Playas

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Carolina da las clases afuera de las casas de sus alumnos para evitar ponerlos en riesgo por el coronaviru­s.
Esta imagen la ha inmortaliz­ado como la ‘Maestra de la bicicleta’. Carolina da las clases afuera de las casas de sus alumnos para evitar ponerlos en riesgo por el coronaviru­s.
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Adecua patios, portales, ventanas... cualquier lugar es bueno para enseñar.
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En su taller de costura elabora mascarilla­s para regalar a las personas que no la tienen.
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Tanto las madres de familia como los alumnos están agradecido­s con su labor.

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