Diario Extra

“¡Acelera que nos VA A APLASTAR!”

Viajaban en un auto desde Chunchi hasta Alausí para formar y entregar sus armas de dotación, cuando se toparon con la desgracia.

- Alausí, Chimborazo

Fue como la escena de una película de ciencia ficción: un bramido en la oscuridad puso a correr a los alauseños. La tierra bajaba a gran velocidad del cerro, mientras los pobladores gritaban. Así lo recuerdan tres policías que se salvaron de ser sepultados la noche del domingo.

A las 20:00 de ese día, los uniformado­s salían de Chunchi para dirigirse hacia Alausí, donde debían formar y entregar sus armas de dotación. Iban a salir francos.

Se movilizaba­n en el vehículo de uno de los policías. Habían viajado unos diez minutos cuando les llamó la atención observar a esa hora a varias personas corriendo en medio de la vía. La oscuridad de la noche y la neblina no les permitía ver que se avecinaba una tragedia.

Estábamos ‘blancos’ de miedo, solo veíamos personas correr y la tierra a punto de cubrirnos”.

AGENTE DE LA POLICÍA

De repente, sintieron un golpetazo sobre el capó del carro. Era la tierra de la enorme montaña que se les venía encima y que estaba a punto de cubrir el auto de color gris en el que viajaban.

“La montaña se nos viene encima... ¡Acelera, acelera! Nos va a aplastar, nos vamos a morir”, gritaba asustado uno de los agentes, que viajaba en el asiento posterior. “Estábamos ‘blancos’ de miedo, solo veíamos personas correr y la tierra a punto de cubrirnos. En ese momento apareció una señora con un bebé en brazos y jalando a otros dos niños, gritaba que la ayudemos, corría desorienta­da. Uno de los menores de edad se puso frente a nosotros”, recuerda aún asustado uno de los policías, de 40 años, quien prefirió no revelar su identidad.

El agente que viajaba en el asiento de atrás, sin bajarse del vehículo, abrió la puerta y los metió. “La mujer no dejaba de llorar, parecía una pesadilla, pensamos que nunca íbamos a salir, que nunca encontrarí­amos la carretera”.

Llegar hasta la vía principal E35 de la Panamerica­na era casi imposible. A medida que avanzaban, era mayor la cantidad de tierra que los cubría. Además los cables de los postes de alumbrado público comenzaron a desprender­se y a caer sobre el carro en el que se movilizaba­n.

“Pensé: ‘¿en qué momento nos cae un poste y nos aplasta?’. La tierra ya había aplastado casas y personas. A la gente ya no le importaba dejar sus pertenenci­as, sus hogares de toda una vida, sus enseres, sus animales. La señora a la que subimos al carro solo alcanzó a sacar a sus hijos y tomar su celular, segurament­e para comunicars­e con su familia, porque los llamaba, pero nadie le contestó y eso la desesperab­a”, narró otro de los uniformado­s sobrevivie­ntes de la avalancha.

Finalmente, llegaron hasta un sector donde ya no había deslizamie­ntos. Una señora les brindó un té de valeriana.

“Estamos vivos por la misericord­ia de Dios. A diario la gente nos pedía ayuda. Sabían que se avecinaba una desgracia”, manifestó uno de los agentes.

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Fotos: Gustavo Guamán / EXTRA-Cortesía Vehículos y viviendas fueron sepultados la noche del domingo 26 de marzo.
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Policías ayudaron en las tareas de rescate de cuerpos minutos después de la tragedia.

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