Dominguero

LA CANDIDATA

Es época de campaña. Son largas caminatas, mucho tiempo compartido y también un deseo latente que duda en hacerse realidad.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@gmail.com

Van juntos a todas partes. La sigue como si fuera su sombra. Organiza su agenda diaria y sus apuntes para cada entrevista. También le lleva su cartera para que así pueda saludar y tomarse fotos con cada persona que la detiene en el camino. La candidata no para desde que el sol ni siquiera se asoma hasta aparece la luna. Siempre terminan con los pies adoloridos. La tentación de ofrecerle un masaje ronda su cabeza todos los días. Sabe que a ella le gustan, pero prefiere quedarse con la duda a ganarse un ‘ carajazo’ por el atrevimien­to. Un día, los dos descansan en una sala donde todos los días se reúnen con el resto del equipo luego de una larga jornada. Sube los pies en una silla y sus párpados empiezan a caer muy despacio tiñendo todo de negro. Siente frío. Abre los ojos. Ahí está ella masajeando sus pies. Salta de la silla y la mira fijamente sin poder articular palabra. Lo siguiente que ve es una mano asaltando el botón de su pantalón. Cae muy despacio y con ello toda su vergüenza y timidez. Cierra los ojos. Solo disfruta. Una corriente recorre todo su cuerpo mientras ella no puede ni hablar. Sube muy despacio por su abdomen, su pecho y su cuello hasta juntar sus labios en un apasionado beso. Es el turno de él. Botón por botón, va despojándo­la de su blusa empapada en sudor. Sus traviesas manos llegan hasta el pantalón. Lo deja caer solo. Y él baja lentamente por su cuello, su pe- cho, abdomen y más abajo. Ahora ella siente esa corriente recorrer su cuerpo. Quiere gritar. No puede... o mejor dicho, no debe. Aún escuchan pasos detrás de la puerta que pueden llegar a oír los gritos disparados de su garganta cada vez que experiment­a esa sensación. No resiste. Uno está por salir. Espera. Sí. Aquí viene. Ya. El grito sale disparado de su boca. No pasan ni 10 segundos y la habitación está infestada de ojos acusadores. Suben sus pantalones. Un silencio inunda el lugar. Y abre los ojos. Está recostada en la misma silla con sus pies elevados. Mira a su alrededor. No hay nadie. Todo fue un sueño. Solo está ella también recostada con sus pies desnudos sobre una silla. Piensa en hacerlo. Mejor no. Mejor sí. Mejor no. Y lo hace.

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