Dominguero

UN AMOR DE METROVÍA

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Un olvido, la pasión por la música, el barullo en la parada del bus y un inocente mensaje dieron pie a este prometedor encuentro.

Esperar es su constante. Todos los días desde las 7 hasta las 8 de la mañana, y de nuevo al regreso, desde las 7 hasta las 8 de la noche. Una hora para encontrar un espacio vacío que le permita ingresar a la enorme bestia mecánica y llegar a su casa. Ella es de las que siempre lleva sus audífonos para pasar el tiempo escuchando música, pero justo ese día los olvidó en casa. Le es extraño oír a las demás personas hablar entre ellas, de lo temprano que tienen que despertar para llegar a tiempo a sus trabajos, de que les intentaron robar el otro día caminando en la calle, y también uno que otro comiendo un sánduche porque no alcanzó a desayunar en casa. Entre todo ese bullicio de pasos, voces altisonant­es y buses que arriban, escucha una ligera melodía. La reconoce. Es de las que tiene en su teléfono celular, pero que ahora no puede disfrutar. Gira la cabeza y a su costado está un chico escuchando música con sus propios audífonos. “Si sus tímpanos tuvieran boca, seguro estarían gritando del dolor”, piensa la chica. Se acerca un poco más para intentar escuchar mejor. Un poco más. Un poco más. Un poco más. Su mejilla ya roza el hombro del muchacho. La quita rápidament­e, disparando una serie de disculpas que el joven no escuchó por la música. Se quita los audífonos y solo alcanza a oír la palabra: “música”. “¿ Te gusta esta canción?”, le pregunta. Ella asiente con la cabeza. Le presta sus audífonos y sí, sus tímpanos estaban gritando del dolor. Le baja el volumen. Cierra los ojos. Regresa a su zona. A su estado de confort al que solo esas notas musicales la pueden llevar. Abre los ojos y ve al chico mover su boca. Se quita los audífonos y solo alcanza a reconocer la palabra: “trabajo”. “Sí, voy directo al trabajo”, responde. Él pega una carca- jada. “Te dije que encontrar un bus vacío cuesta mucho trabajo”. Ella sonríe. Ahí viene uno. Empujan y empujan. Alcanzan un pequeño rincón junto a la puerta. “Por lo menos ahora estamos un poco más cerca”, piensa el muchacho. Siguen conversand­o de sus gustos musicales. Un poco de jazz y un poco de rock alimentan sus ideas. Sí, son de los que también escuchan música mientras trabajan. Él es parte del equipo creativo en una agencia de publicidad; ella, profesora de Música. La conversaci­ón toma un impulso. Sus risas son las únicas que invaden el bus articulado. Ni las miradas de los otros pasajeros interrumpe­n la amena conversaci­ón. El conductor anuncia la siguiente parada. “Esa es la mía”, dicen al unísono. Otra carcajada. Ya no tienen que salir tal como entraron. En la parada intercambi­an números y cada uno coge su camino. El muchacho vuelve a ponerse sus audífonos. Llega a su trabajo. Deja sus cosas en su escritorio. Le llega un mensaje. Lo ve. Es ella. El link de una canción, de esas que ella sabe le va a gustar. Está por abrirlo cuando le llega otro mensaje: “Gracias”. “¿ Por qué?”, le pregunta. “Por prestarme tus audífonos”, responde.

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