Dominguero

“Vivo con un revólver en la cabeza”

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Un examen médico de rutina encendió las alarmas. Tenía cáncer de próstata en estado avanzado y no había tiempo que perder. Cuando el médico endocrinól­ogo José Guevara Aguirre le dio la noticia, el tiempo se detuvo para el empresario y actual candidato a prefecto de Guayas por Fuerza Ecuador, Alfredo Adum Ziade, de 66 años, quien salió del consultori­o en el sector de la Kennedy, en el norte de Guayaquil, para hacerse un eco que determinar­ía el tamaño del órgano. Caminó unos metros por la calle, pero no pudo más. Eran las 19: 00 del 16 de febrero de 2011, cuando se sentó en la vereda para tratar de asimilar el diagnóstic­o, mientras llamaba por teléfono a su esposa Alemania Centeno, para contarle de su estado. Ella trató de consolarlo diciéndole que no se alarmara, que se podía pelear, pero Alfredo se aturdió y colgó. De inmediato se comunicó con su hermana Jazmín, pero sus palabras tampoco lograron sacarlo del letargo. Tenía 60 años, nunca tuvo vicios, había dado guerra en la política y era dueño de una fortuna, pero esta vez la vida se le escapaba como agua entre las manos. Sin embargo, una sensación extraña lo sacó del trance y continuó su camino hacia el laboratori­o. Minutos después regresó al consultori­o de Guevara con los resultados y supo que su próstata era del tamaño de una toronja. “Tienes que irte a Estados Unidos de inmediato”, le dijo el especialis­ta. Lo raro era que él jamás había tenido síntomas, solo ganas recurrente­s de orinar por las noches, así que en ese momento, nada tenía sentido. Al día siguiente viajó solo a Houston, donde lo esperaba su amigo, el médico guayaquile­ño Fernando Campoverde, quien lo puso en contacto con un urólogo judío que lo sometió por la mañana a unas dolorosas pruebas. “Me picaban la próstata vía rectal para sacar muestras y así comenzar el tratamient­o. Uno llega al desmayo por los dolores”, recuerda Adum, mientras bebe agua en una de las salas de Gráficos Nacionales, empresa editora de los diarios Expreso y Extra. Así llegó al hospital de la Universida­d de Texas, donde lo recibió el cirujano robótico Robert Miles. Sus palabras no fueron alentadora­s: “Si te saco la próstata, en seis meses tú estás aquí, pero con metástasis”. Miles lo derivó esa misma noche a Robert Amato, una eminencia en el Memorial Hermann, para que ingresara primero a un programa de ayuda psicológic­a. Le dijeron que con la quimiotera­pia agresiva iba a sentir depresión, a perder el cabello, tendría vómitos, angustia, pérdida del sueño. Por eso decidió estar solo, ya que no quería que nadie intervinie­ra en sus decisiones. “Si un hombre tiene que morir debe ser por su propia mano. Me dieron seis meses de vida”, reflexiona. Fueron 45 quimios, una a la semana, las que tuvo que resistir. El tratamient­o fue tan agresivo que hasta perdió el control de los esfínteres. Para colmo de males comenzó a sentir dolores en la espalda, que se repetían con frecuencia, y los pies se hinchaban. Había tenido dos infartos que lo llevaron al quirófano, sin interrumpi­r el tratamient­o contra el cáncer. Pero, tras dos años y medio de luchar contra todo pronóstico, los médicos lograron controlar el mal, con el que tendrá que lidiar hasta el final. Lo único que no puede consumir son los lácteos. Adum se hace chequeos cada tres meses para detectar a tiempo cualquier vestigio cancerígen­o. “Vivo con un revólver en la cabeza, pero tengo muchas ganas de seguir adelante”, dice, y asegura que tampoco le tiene miedo a la muerte, porque se reencontra­rá con sus padres y su hijo Alfredo, allá, en la eternidad.

Si un hombre tiene que morir debe ser por su propia mano. Me dieron seis meses de vida

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