Dominguero

EL ASISTENTE 3A

El ruido de los motores del avión amortigua los gritos de la muchacha, cada vez más y más fuertes.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Siempre quiso un trabajo que le permitiera viajar por el mundo... y lo consiguió: azafato. O mejor dicho asistente aéreo. Este trabajo lo ha llevado desde Sudamérica a Europa, pasando por el Caribe y Oceanía. Esta es la primera vez que su destino está en otro continente: Asia. Este joven de 30 años aprovecha al máximo sus viajes. Estar horas de horas en el aire cansa a cualquiera y mucho más a él que tiene la ( buena o mala, dependiend­o de quien lo vea) costumbre de “selecciona­r” a pasajeras, engatusarl­as y llevarlas a uno de los baños del avión. Esta vez posó sus ojos en una japonesa. La del asiento 3A. Tenía una habilidad para darse a entender pese a la diferencia del idioma. Hablarles en inglés siempre surte efecto. Así lo hizo. Dándole más atención que a los otros, llamó la atención de la extranjera que, pese a la dificultad del idioma, supo entender el lenguaje universal del coqueteo. Un guiño de ojo. Una sonrisa. Un roce en la mano mientras le entrega el vaso de agua. Ambos saben. Ambos quieren. Ella espera que uno de los baños traseros, poco ocupados, esté libre para meterse y esperar al joven que no tarda en tocar la puer- ta y entrar sin que lo vean. Una luz roja en la puerta les da permiso para hacer lo que quisieran. Bueno, ni tanto, el reducido espacio los limita a unas cuantas posiciones. Él baja su pantalón y ella sube su falda. El ruido de los motores amortigua los gritos de la muchacha, cada vez más y más fuertes. Tienen pocos minutos antes que alguien toque a la puerta o uno de sus colegas se dé cuenta. Más y más rápido. No puede parar. El chico la mira como esperando una señal para ponerle punto final. Ella solo cierra los ojos. Ni un beso puedo aplacar sus gritos que son más fuertes para cualquier oído agudo cercano. Ya no resiste. Abre los ojos. Lo ve fijamente. Está lista, mejor dicho... están listos. Acelera el ritmo. Sigue. No para. Un último suspiro que lo libera con el último grito. Primero sale ella y le dice a la persona que estaba esperando que el baño se averió. Unos minutos después sale él. Nadie parece haber extrañado su ausencia. Minutos después, uno de sus colegas le dice que la dueña de la aerolínea está a bordo y que acaba de pedir una copa de vino blanco. El joven se ofrece a llevarla. “Está en el asiento 3A”, le dice. El joven traga saliva. Camina lentamente hasta ella con la copa en la mano. Llega. La mira. Es la misma. Le entrega la copa. Ya no tiene la misma sonrisa. Ahora ella sabe que lo sabe.

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