Dominguero

LA PREGUNTA

Se conforma con un saludo de lejos. No puede rozar su mano, ni acariciar su cabello. Solo conformars­e con oler su perfume.

- angelamado­r77@ gmail. com

Hace tiempo que no cruzan miradas. Antes lo hacían seguido. Cada vez que llegaba a trabajar, era la primera a la que saludaba... obvio, es la recepcioni­sta. La vuelve a ver en su puesto. Le va a plantar un beso en la mejilla, pero se detiene. Por un momento olvida que no puede. Se conforma con un saludo de lejos. No puede rozar su mano, ni acariciar su cabello. Solo conformars­e con oler su perfume, ese con aroma a rosas. La mascarilla le impide ver su hermosa sonrisa y el reflejo sobre esas gafas opacan el verde aceituna de sus ojos. Una idea ronda su cabeza desde hace tiempo. No sabe si hacerlo o no. Una vez lo intentó, pero al último momento se arrepintió. Estos días de separación, de no verla cada que atravesaba esa puerta, lo hizo reflexiona­r sobre dar ese paso. La verdad es que ya tiene que ir a trabajar y hacerlo al apuro no es una idea perfecta. Esperará a la salida.

Pasa ansioso. Entre que vuelve a arrepentir­se y todo impulso. Un vaivén de emociones que no le permite concentrar­se. Mira el reloj. Ya casi es hora de irse. Sale. Ya no está. Pregunta por ella. Resulta que ya se fue. Esta nueva normalidad cambia todo, incluso los horarios de salida para algunos. Respira.

Regresa a su casa y en el camino planea cómo lo hará mañana. No le da más vueltas, irá directo y le lanzará la pregunta. Está decidido. No hay mejor plan que ese. Solo hasta que vuelve a sentir ansiedad es que la estrategia se desmorona.

Un nuevo día. Una nueva oportunida­d. Llega al trabajo y la vuelve a ver. Sabe que le sonríe pese a que la mascarilla la tapa. Sus ojos lo dicen todo, piensa. La saluda de lejos. Se queda de nuevo conversand­o un rato. Sabe que no lo hará. Solo hace tiempo para no hacerlo tal como el día anterior. Siempre le gana la ansiedad y el miedo al rechazo. No lo hace. Vuelve a estructura­r un plan. Si tanto miedo tiene de decir pues que no lo diga, que lo escriba. Al día siguiente llega temprano. Ella aún no llega. Le deja el papel sobre el escritorio y se va a su puesto de trabajo. Las ansias lo carcomen por dentro. Mira el reloj. Los segundos parecen eternos. El tic toc resuena en su cabeza. Cuando un ¡ riiiing! lo trae de vuelta. Levanta el teléfono. Es ella. Lo sabe sin ni siquiera escuchar su voz. Solo escucha un: “sí... sí quiero”. Cuelga. Él también. Sonríe y vuelve al trabajo.

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