Galápagos, ¿el fin del encanto?
Las Galápagos no fueron bautizadas como “Islas Encantadas” por sus maravillas naturales o como gancho turístico. Se llaman así por la mala reputación que tenían entre los bucaneros del siglo XVII, quienes las veían aparecer y desaparecer entre la neblina; muchos afirmaban que no existían, que eran solo la sombra de las nubes. Cuatro siglos después, siguen envueltas en el mito, el desconocimiento y las contradicciones, en especial para los afuereños que incluyen a la mayoría de quienes toman las decisiones determinantes para el futuro de las islas. En las últimas semanas, las Galápagos han aparecido otra vez en los titulares, entre las brumas de la pugna política. Lo que podría interpretarse como meras réplicas locales de la coyuntura nacional, en realidad refleja la dificultad para encontrar un modelo que concilie las aspiraciones de la población local con la conservación de un lugar único.
Para poder debatir asidos a realidades más concretas, debemos comprender que el “asunto Galápagos” es un problema global y complejo. Global, porque sus procesos socioambientales están muy ligados no solo a lo que pasa en el resto del país, sino en todo el mundo. Es, también, complejo, pues al ser un sistema dinámico, los efectos de las decisiones pueden ser (y han sido) diferentes a los esperados. Estos aspectos plantean algunas preguntas que deben enmarcar cualquier discusión sobre el futuro de las islas: ¿es Galápagos un paraíso inalterado por el ser humano? ¿Cuál es el impacto del turismo? ¿Está en riesgo el futuro de las islas y quiénes son responsables de velar por él? Más
que contestarlas, este artículo busca ofrecer elementos para un debate abierto e informado.
¿ES GALÁPAGOS UN PARAÍSO INALTERADO?
Casi todo lo que valoramos de las Galápagos proviene de su aislamiento geográfico: el alto endemismo, la singularidad de sus ecosistemas, sus recursos pesqueros, la magia de sus paisajes, el vigor de sus procesos evolutivos... La historia de Galápagos desde el siglo XVII es la de la ruptura de ese aislamiento: los bucaneros que capturaban tortugas y dejaban ratas; los proyectos agrícolas y extractivos desde el siglo XIX, incluyendo la caña de azúcar o el aceite de ballena y tortuga con que se alumbraba Guayaquil; desde mediados del XX, la industria de la que ahora dependen las islas: el turismo de naturaleza.
La sucesión y acumulación de estos vínculos han aumentado la conectividad de las islas con el resto del mundo, reduciendo, por tanto, su singularidad. El geógrafo francés Christophe Grenier ha llamado a este proceso, que es cada vez más rápido, la “continentalización de Galápagos”. La barrera de mil kilómetros que protegía las islas hoy es insignificante frente a los cinco
aviones diarios o las 5 mil toneladas de carga semanales que llegan al archipiélago. La huella humana es evidente: incluso en las islas más alejadas, como Darwin o Wolf, hasta el 12% de las especies son introducidas (para una visualización interactiva de la diversidad, endemismo y alteración en las diferentes islas, se puede visitar la aplicación desarrollada por el autor en www.darwinfoundation.org/ datazone/visualization-analysis).
A pesar de todo, Galápagos es aún uno de los archipiélagos tropicales mejor conservados del mundo; el mantenerlo así depende en gran medida de lograr revertir su acelerada continentalización.
¿CÓMO IMPACTA ELTURISMO?
La industria turística en Galápagos tuvo su inicio en los años sesenta. El sector científico la promovió como una potencial fuente de ingresos para investigación y conservación. En su concepción original, estaba dirigida a una élite internacional, y las estadías eran limitadas a los yates para prevenir el impacto a las áreas terrestres. Las visitas a tierra se hacían en grupos pequeños en compañía de guías especializados, promoviendo la experiencia de estar en un lugar remoto y privilegiado.
Acertada desde lo ambiental, esta lógica no lidiaba con los aspectos socioeconómicos a corto ni largo plazo. La población local empezó a percibir como una injusticia que los beneficios del turismo escaparan con la misma celeridad con la que llegaban; aún hoy, solo entre el 15 y el 20% de estos ingresos se queda en las islas.
La consolidación del turismo durante las últimas décadas del siglo XX atrajo a miles de trabajadores afectados por la crisis económica en el continente. Los centros urbanos crecieron y, junto con ellos, el turismo basado en tierra que visita atractivos aledaños a los pueblos; por su menor costo de operación, esta modalidad atendió a un mercado nuevo, de menores ingresos. En 2009, los turistas “en tierra” superaron en número a los de “a bordo” y son los que más aumentan en Galápagos. No existe un sistema de manejo –cupos, medición
de impactos, vinculación entre la oferta y la demanda– para esta nueva realidad. Hoy la planta hotelera en las islas tiene una ocupación promedio del 26%, lo que ha empujado los precios del hospedaje a la baja. Por eso es incomprensible la reciente decisión del consejo de Gobierno de Galápagos de levantar la moratoria a nueva infraestructura y acoger la aplicación de veinte nuevos proyectos que aumentarían las plazas disponibles en un 25%.
El turismo es el motor de las islas y sin sus recursos sería inconcebible su conservación y el bienestar de la población. Sin embargo, su crecimiento descontrolado significa que, hoy día, los problemas que causa superan los beneficios que trae. El visitante actual espera que le reciban “comodidades” que, si en donde vive son escasamente sostenibles, en Galápagos son de plano destructivas: piscina, largas duchas, aire acondicionado, grandes consumos de energía, comida internacional con ingredientes importados, transporte veloz... Además de la presión sobre los limitados recursos de las islas, estos nuevos estilos de hacer turismo acarrean otro riesgo: están transformando un destino “especial” que ofrecía una experiencia única a quien lo visitaba, en un destino globalizado, cada vez más indiferenciado de otros lugares en Ecuador o el mundo. Parece claro que el turismo a Galápagos se ha degradado, tanto en la calidad promedio de los servicios como en la experiencia de visita. Esta mutación puede tener consecuencias catastróficas incluso para la misma industria turística, como evidencia la historia de sitios como Hawai y otros en el Caribe. Galápagos no es viable (por los costos, por las distancias, hasta por la temperatura del agua) como uno más de cientos de destinos vacacionales indiferenciados. Es imprescindible, por tanto, recuperar los valores fundamentales de las islas que, como vimos, se sustentan en el aislamiento y en la capacidad de Galápagos de producir experiencias auténticas y singulares.
¿ESTÁ GALÁPAGOS EN RIESGO?
En 2007, la UNESCO incluyó a Galápagos en la lista de “patrimonio en riesgo” debido, entre
otras, a tres razones: el aumento de especies invasoras, el aumento incontrolado del turismo y el aumento poblacional por la migración. En 2010, decidió quitarlo de la lista tomando en cuenta un plan del gobierno con varias medidas de control. Cinco años después, solo el tercer factor se ha visto reducido, al menos de forma parcial, gracias al incremento de controles migratorios. Por otro lado, los problemas con el turismo y las especies invasoras se han profundizado.
Todos estos factores están entrelazados de forma dinámica: el crecimiento del turismo provoca mayor cantidad de desechos sólidos y líquidos; contaminación; y demanda de recursos, servicios e infraestructura. Suplir esta demanda requiere más mano de obra que migre desde el continente, trayendo a su vez necesidad de bienes importados. Los flujos de estos productos son los principales vectores para las especies invasoras. También hay una faceta cultural en esto: quienes vienen del continente exigen las mismas “comodidades” a las que estaban acostumbrados, aumentando
Izquierda arriba. Selección (no)natural y evolución adaptativa de los pinzones de Darwin al tráfico vehicular. Izquierda abajo. Cementerio a las afueras de Puerto Villamil. Arriba. A pesar de que en Isabela pocos tienen carro (hay poco más de cien, la mayoría innecesarios), la ciudad se construye para ellos y para los que este urbanismo inducirá. Las calles tienen entre diez y catorce metros de ancho, mientras las veredas, entre uno y dos.
Arriba. Turistas en el abarrotado sector de Las Tintoreras, Isabela. Abajo. Marañas de distinta índole en Puerto Villamil y alrededores.
los desechos y la presión por los recursos. Esta población pronto quiere también participar del negocio del turismo, por lo que inicia emprendimientos que atraerán más visitantes.
En dinámica de sistemas, esto se conoce como ciclos de retroalimentación positiva. Tienen dos características importantes: por un lado, son muy difíciles de detener, pues cada elemento refuerza a los demás. Por otro lado, no pueden durar para siempre; ningún crecimiento es ilimitado y tarde o temprano llega un “punto de quiebre” que empuja al sistema a un nuevo estado. Este puede tomar tres formas: 1) la estabilización en un punto menor al máximo crecimiento; 2) ciclos periódicos de crecimientos y decrecimientos; o, lo que es frecuente, 3) el desborde del sistema y su consecuente colapso. El primer escenario es el ideal, pero es el más difícil de lograr en Galápagos porque requiere de un control estricto de las variables que más refuerzan el crecimiento, como la inversión turística. El segundo escenario evita el colapso pero las repetitivas crisis afectan a la población y al ambiente. El tercero es el más peligroso, y Galápagos ya presenta síntomas que lo hacen probable.
¿QUIÉNES SON RESPONSABLES DEL FUTURO DE LAS ISLAS?
Es fácil delegar culpas en Galápagos, y los dedos apuntan en función de a quién se
pregunte. Así, la población local, los turistas, los conservacionistas, el gobierno, se señalan unos a otros. En lugar de repartir culpas, es más interesante pensar en el potencial que cada sector tiene para crear un sistema de responsabilidad compartida.
El actor más importante y con mayor potencial es sin duda la dirección del parque nacional Galápagos y sus guardaparques. Pese a sus muchas limitaciones, tiene cincuenta años de experiencia y conocimiento acumulados. El fortalecimiento de esta institución es la piedra angular del futuro de Galápagos.
También están los galapagueños, en el sentido más amplio: todos los habitantes de las islas. La población de Galápagos es diversísima en términos de origen, etnia, intereses, valores y aspiraciones. A diferencia de otras áreas protegidas, la mayoría no tiene una conexión ancestral con su entorno (las tres cuartas partes nacieron fuera del archipiélago), y tiene que aprender a vivir bajo los límites que implica una geografía insular y protegida. Las oportunidades son inmensas para que aquí aparezca una cultura a tono con los retos de la era del calentamiento global, pero las condiciones no son las ideales. Por ejemplo, la mayoría de habitantes de Galápagos solo conocen los albatros o los tiburones de las fotos en afiches de turismo, y pocos son los niños que van con regularidad al mar.
En tercer lugar está el gobierno. Su papel debe ser recuperar el debate participativo, la toma de decisiones basadas en evidencias y la búsqueda de consensos. Solo así será posible interpretar e incorporar en la ecuación todos los elementos de la complejidad de las islas.
También están los turistas. Sus actitudes y expectativas tienen un impacto directo en los ecosistemas. La solución no es aumentar los precios y convertir a Galápagos en un destino elitista; se ha visto que estos modelos tienen un
enorme impacto por los recursos que necesitan y por las dinámicas sociales que generan. Una alternativa más adecuada es reorientar la oferta hacia visitantes más conscientes de las limitaciones a que tienen que estar sujetos en las islas y que disfruten de su visita como una experiencia de vida excepcional.
Hay muchos otros actores importantes: la comunidad científica que fue quien puso a Galápagos en el mapa, los gobiernos locales, las organizaciones de apoyo y, en general, todos los ciudadanos de un mundo globalizado que afectan y son afectados por el destino del archipiélago. La clave está en generar un sistema de corresponsabilidades capaz de generar respuestas propias y efectivas.
¿LA NUEVA LEY DE GALÁPAGOS ASEGURA SU CONSERVACIÓN?
Esta es talvez la pregunta más difícil de responder, debido a la ambigüedad con la que el articulado de la ley trata temas clave, como los límites del área protegida o la regulación de la actividad pesquera y de la industria turística, que ahora permitirá la inversión externa. Varias definiciones cruciales quedan relegadas a reglamentos que aún no existen o a decisiones de funcionarios, lo que permite una gran discrecionalidad en el manejo de las islas y lo hace vulnerable a coyunturas económicas y políticas. Por otra parte, algunos artículos interesantes en la ley promueven por primera vez una vinculación más fuerte de la comunidad con su entorno y su participación en la toma de decisiones (aunque sin plantear cómo lograrlo).
Galápagos es un sitio único en el mundo, no solo por su maravillosa biodiversidad o sus paisajes de ensueño. El remanente de su aislamiento geográfico lo convierte en uno de los pocos lugares donde podemos “tomar el pulso” a la Tierra, por ejemplo sobre los efectos del cambio climático. Las decisiones y el rumbo que tomemos en los próximos años serán determinantes en el destino de Galápagos