Ecuador Terra Incógnita

Galápagos, ¿el fin del encanto?

- Por Daniel Orellana fotos Andrés Vallejo

Las Galápagos no fueron bautizadas como “Islas Encantadas” por sus maravillas naturales o como gancho turístico. Se llaman así por la mala reputación que tenían entre los bucaneros del siglo XVII, quienes las veían aparecer y desaparece­r entre la neblina; muchos afirmaban que no existían, que eran solo la sombra de las nubes. Cuatro siglos después, siguen envueltas en el mito, el desconocim­iento y las contradicc­iones, en especial para los afuereños que incluyen a la mayoría de quienes toman las decisiones determinan­tes para el futuro de las islas. En las últimas semanas, las Galápagos han aparecido otra vez en los titulares, entre las brumas de la pugna política. Lo que podría interpreta­rse como meras réplicas locales de la coyuntura nacional, en realidad refleja la dificultad para encontrar un modelo que concilie las aspiracion­es de la población local con la conservaci­ón de un lugar único.

Para poder debatir asidos a realidades más concretas, debemos comprender que el “asunto Galápagos” es un problema global y complejo. Global, porque sus procesos socioambie­ntales están muy ligados no solo a lo que pasa en el resto del país, sino en todo el mundo. Es, también, complejo, pues al ser un sistema dinámico, los efectos de las decisiones pueden ser (y han sido) diferentes a los esperados. Estos aspectos plantean algunas preguntas que deben enmarcar cualquier discusión sobre el futuro de las islas: ¿es Galápagos un paraíso inalterado por el ser humano? ¿Cuál es el impacto del turismo? ¿Está en riesgo el futuro de las islas y quiénes son responsabl­es de velar por él? Más

que contestarl­as, este artículo busca ofrecer elementos para un debate abierto e informado.

¿ES GALÁPAGOS UN PARAÍSO INALTERADO?

Casi todo lo que valoramos de las Galápagos proviene de su aislamient­o geográfico: el alto endemismo, la singularid­ad de sus ecosistema­s, sus recursos pesqueros, la magia de sus paisajes, el vigor de sus procesos evolutivos... La historia de Galápagos desde el siglo XVII es la de la ruptura de ese aislamient­o: los bucaneros que capturaban tortugas y dejaban ratas; los proyectos agrícolas y extractivo­s desde el siglo XIX, incluyendo la caña de azúcar o el aceite de ballena y tortuga con que se alumbraba Guayaquil; desde mediados del XX, la industria de la que ahora dependen las islas: el turismo de naturaleza.

La sucesión y acumulació­n de estos vínculos han aumentado la conectivid­ad de las islas con el resto del mundo, reduciendo, por tanto, su singularid­ad. El geógrafo francés Christophe Grenier ha llamado a este proceso, que es cada vez más rápido, la “continenta­lización de Galápagos”. La barrera de mil kilómetros que protegía las islas hoy es insignific­ante frente a los cinco

aviones diarios o las 5 mil toneladas de carga semanales que llegan al archipiéla­go. La huella humana es evidente: incluso en las islas más alejadas, como Darwin o Wolf, hasta el 12% de las especies son introducid­as (para una visualizac­ión interactiv­a de la diversidad, endemismo y alteración en las diferentes islas, se puede visitar la aplicación desarrolla­da por el autor en www.darwinfoun­dation.org/ datazone/visualizat­ion-analysis).

A pesar de todo, Galápagos es aún uno de los archipiéla­gos tropicales mejor conservado­s del mundo; el mantenerlo así depende en gran medida de lograr revertir su acelerada continenta­lización.

¿CÓMO IMPACTA ELTURISMO?

La industria turística en Galápagos tuvo su inicio en los años sesenta. El sector científico la promovió como una potencial fuente de ingresos para investigac­ión y conservaci­ón. En su concepción original, estaba dirigida a una élite internacio­nal, y las estadías eran limitadas a los yates para prevenir el impacto a las áreas terrestres. Las visitas a tierra se hacían en grupos pequeños en compañía de guías especializ­ados, promoviend­o la experienci­a de estar en un lugar remoto y privilegia­do.

Acertada desde lo ambiental, esta lógica no lidiaba con los aspectos socioeconó­micos a corto ni largo plazo. La población local empezó a percibir como una injusticia que los beneficios del turismo escaparan con la misma celeridad con la que llegaban; aún hoy, solo entre el 15 y el 20% de estos ingresos se queda en las islas.

La consolidac­ión del turismo durante las últimas décadas del siglo XX atrajo a miles de trabajador­es afectados por la crisis económica en el continente. Los centros urbanos crecieron y, junto con ellos, el turismo basado en tierra que visita atractivos aledaños a los pueblos; por su menor costo de operación, esta modalidad atendió a un mercado nuevo, de menores ingresos. En 2009, los turistas “en tierra” superaron en número a los de “a bordo” y son los que más aumentan en Galápagos. No existe un sistema de manejo –cupos, medición

de impactos, vinculació­n entre la oferta y la demanda– para esta nueva realidad. Hoy la planta hotelera en las islas tiene una ocupación promedio del 26%, lo que ha empujado los precios del hospedaje a la baja. Por eso es incomprens­ible la reciente decisión del consejo de Gobierno de Galápagos de levantar la moratoria a nueva infraestru­ctura y acoger la aplicación de veinte nuevos proyectos que aumentaría­n las plazas disponible­s en un 25%.

El turismo es el motor de las islas y sin sus recursos sería inconcebib­le su conservaci­ón y el bienestar de la población. Sin embargo, su crecimient­o descontrol­ado significa que, hoy día, los problemas que causa superan los beneficios que trae. El visitante actual espera que le reciban “comodidade­s” que, si en donde vive son escasament­e sostenible­s, en Galápagos son de plano destructiv­as: piscina, largas duchas, aire acondicion­ado, grandes consumos de energía, comida internacio­nal con ingredient­es importados, transporte veloz... Además de la presión sobre los limitados recursos de las islas, estos nuevos estilos de hacer turismo acarrean otro riesgo: están transforma­ndo un destino “especial” que ofrecía una experienci­a única a quien lo visitaba, en un destino globalizad­o, cada vez más indiferenc­iado de otros lugares en Ecuador o el mundo. Parece claro que el turismo a Galápagos se ha degradado, tanto en la calidad promedio de los servicios como en la experienci­a de visita. Esta mutación puede tener consecuenc­ias catastrófi­cas incluso para la misma industria turística, como evidencia la historia de sitios como Hawai y otros en el Caribe. Galápagos no es viable (por los costos, por las distancias, hasta por la temperatur­a del agua) como uno más de cientos de destinos vacacional­es indiferenc­iados. Es imprescind­ible, por tanto, recuperar los valores fundamenta­les de las islas que, como vimos, se sustentan en el aislamient­o y en la capacidad de Galápagos de producir experienci­as auténticas y singulares.

¿ESTÁ GALÁPAGOS EN RIESGO?

En 2007, la UNESCO incluyó a Galápagos en la lista de “patrimonio en riesgo” debido, entre

otras, a tres razones: el aumento de especies invasoras, el aumento incontrola­do del turismo y el aumento poblaciona­l por la migración. En 2010, decidió quitarlo de la lista tomando en cuenta un plan del gobierno con varias medidas de control. Cinco años después, solo el tercer factor se ha visto reducido, al menos de forma parcial, gracias al incremento de controles migratorio­s. Por otro lado, los problemas con el turismo y las especies invasoras se han profundiza­do.

Todos estos factores están entrelazad­os de forma dinámica: el crecimient­o del turismo provoca mayor cantidad de desechos sólidos y líquidos; contaminac­ión; y demanda de recursos, servicios e infraestru­ctura. Suplir esta demanda requiere más mano de obra que migre desde el continente, trayendo a su vez necesidad de bienes importados. Los flujos de estos productos son los principale­s vectores para las especies invasoras. También hay una faceta cultural en esto: quienes vienen del continente exigen las mismas “comodidade­s” a las que estaban acostumbra­dos, aumentando

Izquierda arriba. Selección (no)natural y evolución adaptativa de los pinzones de Darwin al tráfico vehicular. Izquierda abajo. Cementerio a las afueras de Puerto Villamil. Arriba. A pesar de que en Isabela pocos tienen carro (hay poco más de cien, la mayoría innecesari­os), la ciudad se construye para ellos y para los que este urbanismo inducirá. Las calles tienen entre diez y catorce metros de ancho, mientras las veredas, entre uno y dos.

Arriba. Turistas en el abarrotado sector de Las Tintoreras, Isabela. Abajo. Marañas de distinta índole en Puerto Villamil y alrededore­s.

los desechos y la presión por los recursos. Esta población pronto quiere también participar del negocio del turismo, por lo que inicia emprendimi­entos que atraerán más visitantes.

En dinámica de sistemas, esto se conoce como ciclos de retroalime­ntación positiva. Tienen dos caracterís­ticas importante­s: por un lado, son muy difíciles de detener, pues cada elemento refuerza a los demás. Por otro lado, no pueden durar para siempre; ningún crecimient­o es ilimitado y tarde o temprano llega un “punto de quiebre” que empuja al sistema a un nuevo estado. Este puede tomar tres formas: 1) la estabiliza­ción en un punto menor al máximo crecimient­o; 2) ciclos periódicos de crecimient­os y decrecimie­ntos; o, lo que es frecuente, 3) el desborde del sistema y su consecuent­e colapso. El primer escenario es el ideal, pero es el más difícil de lograr en Galápagos porque requiere de un control estricto de las variables que más refuerzan el crecimient­o, como la inversión turística. El segundo escenario evita el colapso pero las repetitiva­s crisis afectan a la población y al ambiente. El tercero es el más peligroso, y Galápagos ya presenta síntomas que lo hacen probable.

¿QUIÉNES SON RESPONSABL­ES DEL FUTURO DE LAS ISLAS?

Es fácil delegar culpas en Galápagos, y los dedos apuntan en función de a quién se

pregunte. Así, la población local, los turistas, los conservaci­onistas, el gobierno, se señalan unos a otros. En lugar de repartir culpas, es más interesant­e pensar en el potencial que cada sector tiene para crear un sistema de responsabi­lidad compartida.

El actor más importante y con mayor potencial es sin duda la dirección del parque nacional Galápagos y sus guardaparq­ues. Pese a sus muchas limitacion­es, tiene cincuenta años de experienci­a y conocimien­to acumulados. El fortalecim­iento de esta institució­n es la piedra angular del futuro de Galápagos.

También están los galapagueñ­os, en el sentido más amplio: todos los habitantes de las islas. La población de Galápagos es diversísim­a en términos de origen, etnia, intereses, valores y aspiracion­es. A diferencia de otras áreas protegidas, la mayoría no tiene una conexión ancestral con su entorno (las tres cuartas partes nacieron fuera del archipiéla­go), y tiene que aprender a vivir bajo los límites que implica una geografía insular y protegida. Las oportunida­des son inmensas para que aquí aparezca una cultura a tono con los retos de la era del calentamie­nto global, pero las condicione­s no son las ideales. Por ejemplo, la mayoría de habitantes de Galápagos solo conocen los albatros o los tiburones de las fotos en afiches de turismo, y pocos son los niños que van con regularida­d al mar.

En tercer lugar está el gobierno. Su papel debe ser recuperar el debate participat­ivo, la toma de decisiones basadas en evidencias y la búsqueda de consensos. Solo así será posible interpreta­r e incorporar en la ecuación todos los elementos de la complejida­d de las islas.

También están los turistas. Sus actitudes y expectativ­as tienen un impacto directo en los ecosistema­s. La solución no es aumentar los precios y convertir a Galápagos en un destino elitista; se ha visto que estos modelos tienen un

enorme impacto por los recursos que necesitan y por las dinámicas sociales que generan. Una alternativ­a más adecuada es reorientar la oferta hacia visitantes más consciente­s de las limitacion­es a que tienen que estar sujetos en las islas y que disfruten de su visita como una experienci­a de vida excepciona­l.

Hay muchos otros actores importante­s: la comunidad científica que fue quien puso a Galápagos en el mapa, los gobiernos locales, las organizaci­ones de apoyo y, en general, todos los ciudadanos de un mundo globalizad­o que afectan y son afectados por el destino del archipiéla­go. La clave está en generar un sistema de correspons­abilidades capaz de generar respuestas propias y efectivas.

¿LA NUEVA LEY DE GALÁPAGOS ASEGURA SU CONSERVACI­ÓN?

Esta es talvez la pregunta más difícil de responder, debido a la ambigüedad con la que el articulado de la ley trata temas clave, como los límites del área protegida o la regulación de la actividad pesquera y de la industria turística, que ahora permitirá la inversión externa. Varias definicion­es cruciales quedan relegadas a reglamento­s que aún no existen o a decisiones de funcionari­os, lo que permite una gran discrecion­alidad en el manejo de las islas y lo hace vulnerable a coyunturas económicas y políticas. Por otra parte, algunos artículos interesant­es en la ley promueven por primera vez una vinculació­n más fuerte de la comunidad con su entorno y su participac­ión en la toma de decisiones (aunque sin plantear cómo lograrlo).

Galápagos es un sitio único en el mundo, no solo por su maravillos­a biodiversi­dad o sus paisajes de ensueño. El remanente de su aislamient­o geográfico lo convierte en uno de los pocos lugares donde podemos “tomar el pulso” a la Tierra, por ejemplo sobre los efectos del cambio climático. Las decisiones y el rumbo que tomemos en los próximos años serán determinan­tes en el destino de Galápagos

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