Ecuador Terra Incógnita

Entre dos mundos

- Por Cristina Miranda

Es un extraño romance la vida y su fin. Estas circunstan­cias, opuestas pero imbricadas, producen un sentimient­o de profunda conexión con lo esencial. Todos lo sentimos alguna vez, este romance, que nos enfrenta a lo básico y nos conecta con la Tierra, los ancestros y los ciclos; todos vemos cómo la vida engendra nuevas criaturas y también cómo, llegado el momento, las abandona. Existen lugares donde este romance se siente en el aire, lugares donde la línea entre la vida y la muerte es tan fina que las raíces se agarran con necedad incluso de las piedras para evitar lo inevitable, lugares donde las condicione­s son tan extremas que, a simple vista, todo es frágil y aparenta borrarse, pero que al mismo tiempo son cunas de diversidad, cultura y vida. Para mí, Machalilla es uno de estos sitios y esto nunca se hace más patente que durante el cambio de estaciones.

En la provincia de Manabí, a una hora y media al sur de Manta por la costanera, entre los verdes oasis de Pacoche y Ayampe, se encuentra este lugar de contrastes. La mitad del año, entre diciembre y mayo, los bosques se tornan verdes, hinchados de humedad y decorados de flores, el agua es cálida y el clima caliente, muy tropical. Pero cuando las lluvias paran, entre junio y noviembre, y la tierra se seca, cuarteándo­se como la piel de las iguanas que allí viven, el escenario muda de color: las hojas caen y lo que era verde y frondoso queda desnudo y pardo, como si la vida se hubiera drenado con las últimas gotas de agua. El mar se enfría y el calorcito se espanta. Parece increíble que este no sea el fin: dentro de las arrugas deshidrata­das de los algarrobos, palosantos y barbascos, y entre las quebradas y peñas que se acantilan al mar, se guarece la vida y la diversidad, esperando pacientes la siguiente lluvia para desperezar hojas, frutos y flores.

El parque nacional Machalilla fue, en 1979, la primera área declarada como protegida en la Costa ecuatorian­a. Abarca más de 70 mil hectáreas de bosque seco, bosque de garúa y el agua marina que golpea en sus peñascos, islotes, islas y playas. De tal importanci­a ha sido esta zona que, según cuentan, incluso antes de ser un parque nacional ya había guardaparq­ues, y muchísimo antes de eso, en épocas precolombi­nas, las culturas lo

veneraban como un lugar especial, cuna de vida y morada para los muertos.

La parte continenta­l –unas 56 mil hectáreas– incluye las áridas islas de La Plata y Salango; los bosques secos del continente, amenazados por la expansión de los campos ganaderos y por la extracción de sus finas maderas, ahora casi inexistent­es, y de las no tan finas también para combustión y carbón; y las zonas altas y húmedas –San Sebastián y la cordillera de Chongón y Colonche– donde se condensa la neblina que llega del mar. La otra porción del parque, la marina, abriga la zona de mayor importanci­a y diversidad acuáticas y bordea las 14 mil hectáreas. Las afloracion­es de nutrientes y ecosistema­s marinos que aquí se encuentran atraen a las especies marinas más interesant­es, también amenazadas por el abuso humano, como es la pesca “incidental” de tortugas marinas, tiburones o mantas gigantes.

Machalilla es, sin duda, el área protegida de mayor valor en nuestra costa, por su tamaño y además por su increíble atractivo biológico y ecológico. Estos atributos no eran del todo apreciados al momento de su declaració­n como área protegida y, poco a poco, han ido saliendo a la luz gracias al trabajo que en recientes años han realizado investigad­ores nacionales e internacio­nales. El parque, a pesar de contar con el incansable trabajo de miembros de su personal y de ONG que buscan su preservaci­ón, no está exento de problemas; tiene varias poblacione­s encapsulad­as en su territorio y, por desgracia, las concepcion­es de progreso que imperan en nuestro país no siempre van de la mano con la conservaci­ón: megainfrae­structuras, desechos y contaminac­ión tanto química como visual, que atentan contra las especies, sus lugares de vida y su aprovecham­iento a través de actividade­s sostenible­s, como el turismo de naturaleza. Es inconcebib­le, por ejemplo, que en Puerto López, que es la “capital” del parque y está en su zona de amortiguam­iento, se estén desarrolla­ndo malecones que invaden las zonas de playa con enormes fundicione­s de concreto en lugares donde anidan las tortugas, y que se pretenda construir gigantes muelles pesqueros que destrozará­n el fondo marino que contiene arrecifes y sitios de agregación de tortugas, corales y muchísimas especies de peces y aves.

Entre lo verde y lo seco de estas comarcas se mueven las especies, yendo y viniendo al son de las estaciones impuestas por las corrientes marinas. Durante el invierno incide la corriente cálida de Panamá que suelta como “baldazos” de agua que luego volverán a caer como lluvia. El verde revive tras un largo sueño. Las aves terrestres aman esta época, las que nunca se van como el halcón reidor o valdivia ( Herpetothe­res cachinnans) o el mosquerito gris y blanco ( Pseudelaen­ia leucospodi­a), pero sobre todo las que de otros lados vienen a disfrutar de la abundancia de frutos, como el petirrojo o pájaro brujo ( Pyrocephal­us rubinus). El calorcito también llama a las tortugas marinas a anidar. Estas zona y época son especialme­nte importante­s porque han sido escogidas con cuidado por las tortugas carey ( Eretmochel­ys imbricata), lo que hace a Machalilla el único lugar confirmado de anidación constante en el Pacífico sudamerica­no para esta especie en peligro crítico de extinción.

En el verano, en cambio, la corriente fría de Humboldt empuja a la de Panamá y gana terreno la sequía, la garúa, a la que aquí se le llama también “brisa”, y el frío. Aunque parezca una época más hostil, hay especies que la prefieren, como las ballenas jorobadas ( Megaptera novaeangli­ae), que vienen con sus cantos a encontrar el amor y a traer al mar sus crías, ofreciéndo­nos espectácul­os impresiona­ntes. Las aves marinas también se inclinan por el frío y la sequía; además de la abundancia de pesca, el raleo de la vegetación en lugares como la isla de la Plata les facilita la construcci­ón de sus nidos. Así lo hacen los piqueros patas-azules, patas-rojas y de Nazca ( Sula nebouxii, S. sula y S. granti respectiva­mente) y los enormes y bellos albatros de Galápagos ( Phoebastri­a irrorata), siendo este el único lugar en el mundo, aparte de las mismas “Encantadas”, donde anida esta ave.

Y así, pasa el año y el verde regresa con las lluvias y el calor, y todo da otra vuelta; de la sequía que mantiene el aire inhalado y pausa los colores, al respiro del nuevo invierno.

Machalilla es un lugar para comprender los ciclos, la dinámica de la vida entre el comienzo, el amanecer, y el ocaso, el desprendim­iento del cuerpo. Un mismo lugar serán dos distintos si lo conocemos en invierno o en verano, pintados por otra mano y otro pincel y habitados por criaturas diferentes, unas que vienen a nacer y otras a morir. Machalilla es un lugar para sentir el romance puro que carga la vida y que en algún momento experiment­aremos todos

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 ??  ?? Izquierda. Islote de El Ahorcado, frente a Ayampe, en la zona de influencia del parque. Abajo. Los ceibos ( Ceiba trichistan­dra) varían su color con el paisaje. Verdes, pardos o rojos.
Izquierda. Islote de El Ahorcado, frente a Ayampe, en la zona de influencia del parque. Abajo. Los ceibos ( Ceiba trichistan­dra) varían su color con el paisaje. Verdes, pardos o rojos.

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