Entre dos mundos
Es un extraño romance la vida y su fin. Estas circunstancias, opuestas pero imbricadas, producen un sentimiento de profunda conexión con lo esencial. Todos lo sentimos alguna vez, este romance, que nos enfrenta a lo básico y nos conecta con la Tierra, los ancestros y los ciclos; todos vemos cómo la vida engendra nuevas criaturas y también cómo, llegado el momento, las abandona. Existen lugares donde este romance se siente en el aire, lugares donde la línea entre la vida y la muerte es tan fina que las raíces se agarran con necedad incluso de las piedras para evitar lo inevitable, lugares donde las condiciones son tan extremas que, a simple vista, todo es frágil y aparenta borrarse, pero que al mismo tiempo son cunas de diversidad, cultura y vida. Para mí, Machalilla es uno de estos sitios y esto nunca se hace más patente que durante el cambio de estaciones.
En la provincia de Manabí, a una hora y media al sur de Manta por la costanera, entre los verdes oasis de Pacoche y Ayampe, se encuentra este lugar de contrastes. La mitad del año, entre diciembre y mayo, los bosques se tornan verdes, hinchados de humedad y decorados de flores, el agua es cálida y el clima caliente, muy tropical. Pero cuando las lluvias paran, entre junio y noviembre, y la tierra se seca, cuarteándose como la piel de las iguanas que allí viven, el escenario muda de color: las hojas caen y lo que era verde y frondoso queda desnudo y pardo, como si la vida se hubiera drenado con las últimas gotas de agua. El mar se enfría y el calorcito se espanta. Parece increíble que este no sea el fin: dentro de las arrugas deshidratadas de los algarrobos, palosantos y barbascos, y entre las quebradas y peñas que se acantilan al mar, se guarece la vida y la diversidad, esperando pacientes la siguiente lluvia para desperezar hojas, frutos y flores.
El parque nacional Machalilla fue, en 1979, la primera área declarada como protegida en la Costa ecuatoriana. Abarca más de 70 mil hectáreas de bosque seco, bosque de garúa y el agua marina que golpea en sus peñascos, islotes, islas y playas. De tal importancia ha sido esta zona que, según cuentan, incluso antes de ser un parque nacional ya había guardaparques, y muchísimo antes de eso, en épocas precolombinas, las culturas lo
veneraban como un lugar especial, cuna de vida y morada para los muertos.
La parte continental –unas 56 mil hectáreas– incluye las áridas islas de La Plata y Salango; los bosques secos del continente, amenazados por la expansión de los campos ganaderos y por la extracción de sus finas maderas, ahora casi inexistentes, y de las no tan finas también para combustión y carbón; y las zonas altas y húmedas –San Sebastián y la cordillera de Chongón y Colonche– donde se condensa la neblina que llega del mar. La otra porción del parque, la marina, abriga la zona de mayor importancia y diversidad acuáticas y bordea las 14 mil hectáreas. Las afloraciones de nutrientes y ecosistemas marinos que aquí se encuentran atraen a las especies marinas más interesantes, también amenazadas por el abuso humano, como es la pesca “incidental” de tortugas marinas, tiburones o mantas gigantes.
Machalilla es, sin duda, el área protegida de mayor valor en nuestra costa, por su tamaño y además por su increíble atractivo biológico y ecológico. Estos atributos no eran del todo apreciados al momento de su declaración como área protegida y, poco a poco, han ido saliendo a la luz gracias al trabajo que en recientes años han realizado investigadores nacionales e internacionales. El parque, a pesar de contar con el incansable trabajo de miembros de su personal y de ONG que buscan su preservación, no está exento de problemas; tiene varias poblaciones encapsuladas en su territorio y, por desgracia, las concepciones de progreso que imperan en nuestro país no siempre van de la mano con la conservación: megainfraestructuras, desechos y contaminación tanto química como visual, que atentan contra las especies, sus lugares de vida y su aprovechamiento a través de actividades sostenibles, como el turismo de naturaleza. Es inconcebible, por ejemplo, que en Puerto López, que es la “capital” del parque y está en su zona de amortiguamiento, se estén desarrollando malecones que invaden las zonas de playa con enormes fundiciones de concreto en lugares donde anidan las tortugas, y que se pretenda construir gigantes muelles pesqueros que destrozarán el fondo marino que contiene arrecifes y sitios de agregación de tortugas, corales y muchísimas especies de peces y aves.
Entre lo verde y lo seco de estas comarcas se mueven las especies, yendo y viniendo al son de las estaciones impuestas por las corrientes marinas. Durante el invierno incide la corriente cálida de Panamá que suelta como “baldazos” de agua que luego volverán a caer como lluvia. El verde revive tras un largo sueño. Las aves terrestres aman esta época, las que nunca se van como el halcón reidor o valdivia ( Herpetotheres cachinnans) o el mosquerito gris y blanco ( Pseudelaenia leucospodia), pero sobre todo las que de otros lados vienen a disfrutar de la abundancia de frutos, como el petirrojo o pájaro brujo ( Pyrocephalus rubinus). El calorcito también llama a las tortugas marinas a anidar. Estas zona y época son especialmente importantes porque han sido escogidas con cuidado por las tortugas carey ( Eretmochelys imbricata), lo que hace a Machalilla el único lugar confirmado de anidación constante en el Pacífico sudamericano para esta especie en peligro crítico de extinción.
En el verano, en cambio, la corriente fría de Humboldt empuja a la de Panamá y gana terreno la sequía, la garúa, a la que aquí se le llama también “brisa”, y el frío. Aunque parezca una época más hostil, hay especies que la prefieren, como las ballenas jorobadas ( Megaptera novaeangliae), que vienen con sus cantos a encontrar el amor y a traer al mar sus crías, ofreciéndonos espectáculos impresionantes. Las aves marinas también se inclinan por el frío y la sequía; además de la abundancia de pesca, el raleo de la vegetación en lugares como la isla de la Plata les facilita la construcción de sus nidos. Así lo hacen los piqueros patas-azules, patas-rojas y de Nazca ( Sula nebouxii, S. sula y S. granti respectivamente) y los enormes y bellos albatros de Galápagos ( Phoebastria irrorata), siendo este el único lugar en el mundo, aparte de las mismas “Encantadas”, donde anida esta ave.
Y así, pasa el año y el verde regresa con las lluvias y el calor, y todo da otra vuelta; de la sequía que mantiene el aire inhalado y pausa los colores, al respiro del nuevo invierno.
Machalilla es un lugar para comprender los ciclos, la dinámica de la vida entre el comienzo, el amanecer, y el ocaso, el desprendimiento del cuerpo. Un mismo lugar serán dos distintos si lo conocemos en invierno o en verano, pintados por otra mano y otro pincel y habitados por criaturas diferentes, unas que vienen a nacer y otras a morir. Machalilla es un lugar para sentir el romance puro que carga la vida y que en algún momento experimentaremos todos