Carta del editor
En 2009, las protestas antimineras de la Amazonía se regaron a Quito. Fue la última vez en que Carondelet acogió un diálogo con indígenas antagonistas. La explicación se infiere de su registro en ¿Por qué murió Bosco Wisuma?, documental de Julián Larrea. El presidente, frente a un retablo colonial dorado, apechuga, tenso, la irreverencia shuar de Pepe Acacho (luego preso). Cuando Correa habla, ironiza una propuesta que, desde su perspectiva, los indígenas no podrían rechazar: “[No pueden declarar su territorio libre de contaminación], yo sí lo puedo hacer; estoy dispuesto […], pero igual, que no nos exijan electrificación, agua potable, salud, vivienda, escuelas, carreteros porque ¿de dónde vamos a sacar la plata, pues? Ahí está la contrapropuesta, compañeros”. No termina aún de materializarse la sonrisa sarcástica con que suele rematar tales desplantes, cuando se oye a otro dirigente: “¡Estamos de acuerdo! Esto que conste, que nosotros estaremos de acuerdo. Súper de acuerdo, señor presidente. […] ¡Gracias, señor presidente! Yo quiero decreto, por favor”.
La reacción presidencial que siguió revela que no son los indígenas los necesitados, sino el voraz estado rentista que requiere los recursos de su territorio. Se escucha en off la imperiosa súplica con que Correa dio término intempestivo a la reunión: “Sabemos que, de repente (sic), desde fuera del pueblo indígena pueden haber soluciones para apoyar a los indígenas. ¡No nos creamos autosuficientes!”
Es el dilema de los colonialismos: aunque los mueve el hambre de recursos, su justificación es la liberación, civilización o progreso de los nativos. Su autonomía los desconcierta y los lanza a la violencia. A mediano plazo, su estrategia es crear dependencias: la depauperización cultural; el despojo; la división de comunidades; la imposición de mercados o tributos; la cooptación de líderes; la creación de infraestructura, instituciones y disposiciones territoriales que enajenan a la población local, y de las que las comunidades del milenio son el ejemplo más redondo desde las reformas del virrey Toledo.
Ese es el contexto de la muerte del policía José Luis Mejía en Nankints, pero también de Bosco Wisuma, José Tendetza, Fredy Taish y otras muertes como la de Dallana, cuyas circunstancias narra Cristina Burneo en este número especial. Con él pretendemos proporcionar a nuestros lectores algunos elementos para la comprensión más integral de ese contexto.