Carta del editor
Las orquídeas nos fascinan. En un inicio no está claro por qué. Podemos pensar, como primera impresión, que es por su exuberancia de formas y colores, por el acatamiento de nuestros gustos al viejo cliché del exotismo tropical. Quien profundiza en su afición, sin embargo, pronto aprende que los híbridos hipertrofiados destinados a supermercados y exhibiciones son solo una porción muy pequeña de el mundo de las orquídeas, y seguro la menos interesante. Va tomando consciencia de las flores más recatadas, de las diminutas, de las que se disimulan entre el musgo o bajo las hojas propias o ajenas. Descubre que las distintas orquídeas siguen diversos pero limitados patrones, y que son las sutiles variaciones dentro de estos esquemas generales los que producen asombro y que explican su vasta diversidad. Hay más de 25 mil especies en el mundo. Solo en Ecuador hay más de 4 mil, lo que quiere decir que una de cada cinco especies de plantas del país pertenecen a esta sola familia. El 40% de ellas, es decir, unas 10 mil especies, solo existen aquí, en un territorio que hoy está parcelado entero por bloques petroleros y concesiones mineras. Muchas desaparecerán para siempre.
Su apariencia inverosímil y desmedida diversidad cobran nuevos sentidos –y en este punto el aficionado ya no puede volver atrás– cuando el entendimiento va relacionando las excentricidades de forma a las necesidades de función. Las orquídeas son tan singulares entre las plantas porque son prodigios de la deriva evolutiva; sus caprichos son a la vez ingenios. “Metaflores”, las han llamado los biólogos, porque van más allá de lo que el resto del mundo vegetal nos ha preparado para esperar de él. Flores “astutas” las consideran otros, cuando entienden la manipulación a la que someten a sus polinizadores. Adelantadas del taller de la evolución, si consideran las sorpresas que siguen presentando a quienes estudian la vida.
Esta edición pretende permitirle un asomo, querido lector, a ese intrincado y todavía misterioso mundo de las orquídeas. Lo ponemos en sus manos con la advertencia de que no es fácil salir de su embrujo.