El universo emplumado
Las plumas, los huevos y el vuelo son insignias de las aves que, sin embargo, existieron también en algunos dinosaurios. Las aves, modernos y deslumbrantes dinosaurios, pueblan el planeta entero. Revisamos con Patricio Mena Vásconez algunas de sus características más sobresalientes.
Las aves siempre me han fascinado; escribir sobre ellas y fotografiarlas llenan mi espíritu como pocas otras actividades. Por eso, siempre será para mí un poco misteriosa mi decisión de haberme dedicado a las plantas... A pesar de esa atracción, la única vez que estudié aves fue en un proyecto de la Wildlife Conservation Society y la PUCE hace varios años. Durante un año censamos aves frugívoras grandes en dos sitios cercanos –uno dentro del parque nacional Podocarpus y otro fuera del parque y con presencia de minería de oro– para ver si sus poblaciones se veían afectadas por esa actividad extractiva. Fue un año maravilloso: aparte del estudio, hicimos amigos entrañables, conocimos cómo funciona la minería precarista y nos compenetramos con un ecosistema particularmente diverso y hermosos: el bosque andino. El recuerdo de caminar al amanecer y al caer la tarde para registrar esas elusivas aves me produce infaliblemente una sonrisa que no esconde la nostalgia.
Las aves frugívoras grandes –como tucanes, pavas de monte, loras y tinamúes– son un ejemplo magnífico de lo que en la ciencia de la conservación se conoce como “especies indicadoras”. Al conocer el estado de sus poblaciones se puede inferir la condición general del ecosistema. En otras palabras, la buena condición de estas aves “indica” que hay suficientes árboles con frutos para alimentarlas y que, a su vez, estas aves sirven de alimento a sus depredadores.
Tucanes, loras, tinamúes y pavas son solo una muestra mínima de la diversidad de estos seres bellos, misteriosos, evocadores e importantes desde tantos puntos de vista. Pero empecemos desde el principio. ¿QUÉ ES UN AVE? Fijémonos en el árbol de la vida…
El gran grupo de los vertebrados se define como el de los animales que poseen una columna vertebral. Se trata de animales muy complejos que incluyen los tradicionales grupos de peces, reptiles, anfibios, mamíferos y aves.
Las clasificaciones modernas han hecho que la posición taxonómica de las aves se aclare gracias a nuevas metodologías y al avance del análisis de ADN. Mas, a la vez, se ha complicado porque se han alterado ciertos conocimientos que se creían bien establecidos. Una consecuencia de estas novedosas (y a ratos insólitas) hipótesis es que ahora entendemos que las aves son dinosaurios, descendientes de reptiles carnívoros que sobrevivieron a duras penas la gran extinción cretácica (véase ETI 77 y ETI 100).
Más allá de que nos convenza eso de que los pollos son dinosaurios, el hecho es que en la actualidad las aves son un grupo coherente:
a pesar de su diversidad se definen por un pequeño conjunto de características: vertebrados de sangre caliente que ponen huevos y poseen alas, plumas y un pico queratinoso. Aunque hay otros animales contemporáneos que poseen estas características (murciélagos con alas, tortugas con picos, ornitorrincos ovíparos), ninguno las manifiesta en conjunto. Otras características menos evidentes tienen que ver con la facilitación del vuelo: la estructura ósea es particularmente liviana, respiran de una manera muy eficiente y su estructura muscular está adaptada para volar. Obviamente, hay excepciones, pero la mayoría son adaptaciones a partir de características originales de las aves. Por ejemplo, las aletas del pingüino derivan de antepasados con alas típicas.
Sin embargo, son las plumas lo que hace que las aves sean criaturas únicas en la natu-
raleza que hoy conocemos (ciertos dinosaurios las poseían hace mucho tiempo). Las plumas son apéndices dérmicos al igual que escamas, uñas, pelos y cuernos, pero con una estructura maravillosamente compleja. Las plumas, a más de ayudar en el vuelo, las protegen del frío y de los depredadores (camuflándolas) y les permiten comunicarse entre congéneres (por medio de despliegues de cortejo, por ejemplo).
¿CUÁNTAS AVES HAY?
La clase taxonómica Aves incluye órdenes cuyo número varía según la autoridad consultada, pero rodea los 35. Los paseriformes (pájaros), con más de la mitad de todas las especies, son los más diversos. Otros órdenes bien conocidos son galliformes, falconiformes, apodiformes (colibríes), anseriformes (patos y afines) y estrigiformes (búhos y lechuzas).
En términos de especies, los números varían alrededor de las 10 mil, pero algunas investigaciones recientes hacen notar que bien podrían ser casi el doble. Los paseriformes bordean las 5500 especies; los apodiformes son aproximadamente quinientas, en su mayoría colibríes; los piciformes (carpinteros y tucanes) son alrededor de 450, y hay doscientas especies de búhos y lechuzas, y otro tanto de tangaras y de águilas.
Por desgracia, el número de especies amenazadas es también alto: un 13%. Las causas son destrucción de hábitat, cacería, tráfico ilícito, especies invasoras y contaminación. El caso del dodo ( Raphus cucullatus), una paloma gigante que no podía volar y sucumbió a finales del siglo XVII ante la cacería indiscriminada y la introducción de animales en la isla Mauricio, en el Índico, es solo un ejemplo clásico. Menos conocidos son la paloma migratoria ( Ectopistes migratorius) y la gigantesca águila de Haast neozelandesa ( Harpagornis moorei). La primera pasó de ser el ave más abundante de Norteamérica a extinguirse a finales del siglo XIX. Fue cazada en exceso por su grasa, plumas y carne, la cual era la más barata en el mercado. La segunda desapareció hacia el año 1400 porque los habitantes locales acabaron con su alimento, las gigantescas aves moas.
Por otro lado, el número sigue creciendo. Parece raro que se descubran nuevas especies de aves, ya que son tan bien conocidas, pero, por poner ejemplos ecuatorianos, varias especies han sido descritas en los últimos años, como el perico de El Oro ( Pyrrhura orcesi), un tapacola, un tororoi, un hormiguerito y un colibrí.
Nuestro pequeño país es especialmente “avediverso”: hay nada menos que 1685 especies, lo que representa un sexto de todas las aves del planeta, muchas de ellas endémicas de nuestro territorio. Aquí hay más de cien “áreas importantes para la conservación de las aves”, identificadas a partir de su diversidad y ende- mismo, que incluyen una de las más conocidas en Sudamérica: Mindo y las estribaciones occidentales del Pichincha.
LA MEGADIVERSIDAD EN EL AIRE
Las aves rompen récords en la naturaleza y esto da una idea de su diversidad y magnificencia. Nadie ha volado más alto que el buitre de Rüppell africano ( Gyps rueppelli), que llega a unos increíbles 11 mil metros. El halcón peregrino ( Falco peregrinus) vuela a casi cuatrocientos kilómetros por hora, aunque es justo decir que lo hace en caída libre, asistido por la fuerza de
gravedad, mientras que sus competidores en tierra (el guepardo) y en agua (el pez espada) lo hacen por propio impulso. Algunas rapaces, como el águila calva norteamericana ( Haliaeetus leucocephalus), pueden levantar hasta cuatro veces su peso. Esto no es mucho comparado con los gorilas y menos con algunos insectos; pero la diferencia es que estas aves despegan y vuelan cargando ese peso.
Un ave también ostenta el primer lugar en el largo de la cola, aunque podría ser que con un poco de trampa: la cola de los pájaros no es una extensión de la columna, como en mamíferos y reptiles, sino plumas largas. Pero si aceptamos una definición laxa, la relativamente más larga es la de un ave del paraíso de Nueva Guinea ( Astrapia mayeri), cuya cola de un metro es cuatro veces más extendida que el resto del cuerpo. Más récords. Solo los colibríes pueden volar en reversa. Solo las aves (y, claro, las arañas) tejen sin manos. Por otro lado, nadie hace migraciones tan largas como el gaviotín ártico ( Sterna paradisaea): del Ártico a la Antártida y de vuelta, nada menos que 90 mil kilómetros cada año.
Dentro del mismo grupo de las aves se pueden encontrar extremos impresionantes: el ave más grande y pesada, el avestruz ( Struthio camelus), deja atrás al basquetbolista más elevado con sus 2,80 metros y puede alcanzar velocidades en tierra de hasta cuarenta kilómetros por hora, aparte de que pone el huevo más voluminoso (que es, a la vez, el más pequeño en relación con el tamaño de la madre). Aunque no son los animales más longevos, los guacamayos ( Ara spp.) entran a la competencia con su promedio de ochenta años. El quinde mosca cubano ( Mellisuga helenae) es el vertebrado de sangre caliente más pequeño del mundo (cinco centímetros del pico a la cola). En cuanto a los picos, en sí mismos un universo de variedad, el más largo en términos absolutos es el del pelícano australiano ( Pelecanus conspicillatus), con casi cincuenta centímetros; pero si se toma en cuenta el tamaño del ave, el más largo es el del colibrí pico de espada ( Ensifera ensifera), relativamente común en nuestros Andes, cuyo pico representa el 50% de su cuerpo de apenas quince centímetros.
La variedad de las aves va mucho más allá. En términos biogeográficos están literalmente desde los polos hasta el ecuador, y desde el nivel del mar hasta las cumbres más altas. Algu-
viven en las costas, islas remotas y en el mar, otras en sabanas y praderas, unas cuantas más en las montañas, varias en los desiertos y en cantidades notables en los bosques tropicales. Algunas se quedan donde nacen y otras realizan prolongadas migraciones. Entre todas ocupan casi todos los nichos ecológicos, desde aquellas que solo comen semillas (como algunos pinzones galapagueños), frutas (las loras) y néctar (los colibríes), hasta las que comen lo que encuentran, como las carroñeras y los cuervos, pasando por aves insectívoras (que son mayoría) y de presa (halcones y águilas).
El grueso de las aves son diurnas, pero hay algunas que tienen hábitos nocturnos, como los búhos y los chotacabras (véase ETI 22). Algunas se especializan en la forma de obtención del alimento: pingüinos y piqueros lo hacen dentro del agua, o el águila pescadora ( Pandion haliaetus), que levanta sus presas del agua mientras vuela. La forma más extravagante de alimentarse es la de los flamencos, que meten su cabeza invertida en aguas saladas para filtrarlas con su pico. Unas nidifican en huecos en los árboles (como los carpinteros) y otras tejen enormes canastas que resisten el peso de algunos individuos (como las oropéndolas americanas o los tejedores africanos). Algunas emiten sonidos que parecen aullidos de lobo, como el colimbo grande ( Gavia immer), mientras otras crean minisinfonías, como los reyezuelos, cucaracheros y ruiseñores; en palabras de Benedetti: “mientras que al ruiseñor suele salirle un gallo / al gallo en cambio nunca le sale un ruiseñor”.
Algunas parecen haberse esforzado en ser muy llamativas (en especial los machos de algunas especies, como el gallito de la peña, Rupicola peruvianus), mientras que otras tratan de pasar inadvertidas (como la propia hembra del gallito e infinidad de “pajaritos cafés”). Otro diferenciador es si viven en solitario o en grupos (como los cóndores, Vultur gryphus), a veces formando inmensas bandadas de hasta decenas de miles de individuos, como las del estornino que producen el “sol negro” danés, o las bandadas mixtas amazónicas y andinas, con decenas de especies multicolores y escandalosas.
Las aves tienen una sustancial trascendencia en sus ecosistemas: controlan las poblaciones de sus presas, aprovechan desechos, diseminan semillas, polinizan muchas especies, abonan el suelo, sirven de alimento... También los
humanos las utilizamos de un sinnúmero de maneras. Entre otras cosas, son la base de muchos platos, tanto en la pollería de la esquina como en restaurantes parisinos sofisticados donde sirven faisán o avestruz. En nuestra región el ejemplo clásico de domesticación histórica es el pato criollo ( Cairina moschata). No solo las aves sino sus huevos son un elemento importante de la seguridad alimentaria alrededor del mundo. El aporte de las aves como atractivo para el turismo nacional e internacional es indiscutible. Muchas, entre ellas los canarios y los periquitos australianos, han sido mascotas desde tiempos inmemoriales, aunque esta faceta tiene el lado oscuro del tráfico ilegal de especies particularmente llamativas. Todo lo anterior muestra que las aves son la base de una diversidad de actividades económicas importantes.
Por otro lado –y no por una condición intrínseca sino por cambios introducidos por los humanos– algunas representan amenazas. Por ejemplo, ciertas aves semilleras son plagas, en especial de cereales, y otras causan serios problemas en centros urbanos y en los aeropuertos, como las palomas y tórtolas. Nuestro comportamiento de lanzarles migas o arroz acentúa el riesgo de que estas aves transmitan enfermedades a los seres humanos, sus animales domésticos y a las aves silvestres.
A pesar de que “tener cabeza de chorlito” o “ser cerebro de pollo” significa ser tonto –y de que definir la inteligencia animal es algo bastante complejo–, hay indicios claros de que algunas aves son bastante avispadas. Si usar herramientas es sinónimo de inteligencia, entonces hay especies con las pilas bien puestas. El pinzón carpintero de Galápagos ( Camarhynchus pallidus) y el cuervo de Nueva Caledonia ( Corvus moneduloides) usan palitos para extraer gusanos de troncos. Es conocida la capacidad de imitación vocal de algunos loros (caciques, colembas y mirlos son también prolíficos imitadores), una inteligencia que a veces va más allá y hace que resuelvan pequeños rompecabezas. Es célebre la historia de los herrerillos ingleses ( Cyanistes caeruleus): aprendieron a abrir las tapas de papel de aluminio de las botellas de leche (y además solo de aquellas con leche entera) y transmitieron ese conocimiento a las generaciones posteriores. Se sabe de cuervos que lanzan nueces al pavimento para que los rompan los vehículos y luego esperan la luz roja para ir a recoger la comida expuesta. ¿Cuánto es esto un instinto básico algo refinado y cuánto verdadera inteligencia?
Las historias de las aves son legión y podríamos seguir hasta el infinito. En las próximas páginas ustedes podrán conocer otros aspectos de estos seres del aire y el firmamento, que no solo forman parte esencial de la naturaleza sino de lo más hondo de nuestra cultura. El cóndor en el escudo o la declaración del zamarrito pechinegro como el ave emblema de Quito son solo instancias obvias de esta relación eterna y trascendental