Aves en la prehistoria
Las aves aparecen en la cerámica, la orfebrería y diversos diseños de algunas culturas prehispánicas. Hay guacamayos, loros, búhos, lechuzas, pelícanos y seres híbridos. En algunos casos simbolizan un vínculo con lo celestial.
Desde tiempos remotos hemos tenido la mirada puesta en las aves y su entorno, y las hemos visto como representaciones del vínculo entre la tierra y el cielo, como nos cuenta María Fernanda Mejía en su mirada a los pájaros de la prehistoria.
Todo lo que viene del cielo nos perturba. El misterio de lo que no podemos alcanzar nos hace levantar la mirada. Las aves –mitad terrestres, mitad celestiales– representaron para varias culturas prehispánicas una conexión con lo sobrenatural. Aparecen en vasijas, máscaras, silbatos y figuras antropomorfas. Este puente entre lo mundano y lo divino también ha sido recogido en varios relatos míticos que muestran a las aves como seres fascinantes, capaces de engendrar el misterio de la vida y encarnar el antiguo anhelo humano de volar.
Ese deseo de adquirir las cualidades de los pájaros se percibe, según el historiador Andrés Gutiérrez Usillos, en figuras prehispánicas de humanos disfrazados de aves o que lucen tocados de plumas, en culturas como TumacoLa Tolita (600 a. C.-400 d. C.) y Jama-coaque (350 a. C.-1531 d. C.). Los pájaros, como los dioses, habitan y dominan los cielos, de ahí su cualidad divina. En una investigación llamada Dioses, símbolos y alimentación en los Andes (2002), Gutiérrez Usillos sugiere que el vuelo estuvo asociado al poder y al conocimiento espiritual de los shamanes, pues fueron ellos los únicos que, a través de los rituales con plantas sagradas, podían igualarse a las aves. Incluso hasta la actualidad son consideradas en ciertos grupos humanos amazónicos como espíritus auxiliadores y sus plumas han servido para confeccionar indumentarias rituales. Los waorani, por ejemplo, respetan y veneran al águila arpía –a la que llaman kenguiwe– por su belleza y destreza para cazar, como relata Manuela Omari en el libro Saberes waorani y Parque Nacional Yasuní (2012); al utilizar coronas y brazaletes con plumas de kenguiwe, los wao buscan su fuerza, velocidad y astucia.
Según el antropólogo Pablo Quelal, es posible que las esculturas que representan a los shamanes vestidos como aves evidencien una práctica ritual asociada a los ciclos agrícolas. El investigador, quien ha estudiado la presencia de aves en la iconografía Jama-coaque, señala que el shamán que usa en su tocado a los pájaros es símbolo de la estación seca, cuando el sol permite el brote de nuevos frutos. Por su parte, Gutiérrez Usillos diferencia al shamán de luz o de sol, que tiene un tocado de pájaro, del shamán de lluvia o de luna, que tiene, en cambio, un tocado de caracol. Estos dos se complementan en los rituales de siembra y florecimiento.
La utilización de vestimenta y adornos de aves representan jerarquización y legitimación del poder. La antropóloga María Fernanda Ugalde, en su trabajo Iconografía de la cultura La Tolita, explica cómo el linaje y la relación con las deidades y la jerarquía eran representadas a través de los tocados, que aparecen en su mayoría en personajes antropomorfos masculinos. Las figuras femeninas tienen un formato pequeño (de hasta veinte centímetros) respecto de las masculinas (ochenta centímetros), que además lucen plumas más exuberantes. AVES NOCTURNAS Los búhos y las lechuzas son pájaros de la noche, pueden cazar en la oscuridad y su vuelo es silencioso. A estas aves se las asocia con lo sobrenatural, explica Ugalde. En los relatos huarochirí (en Perú), el demonio Llocllayhuancu se convierte en búho y es visto como un ser de la oscuridad. En la cultura La Tolita, algunos pájaros noctámbulos aparecen en figuras antropomorfas, con cabeza de ave y cuerpo de humano.
Cuando un shamán adquiere los poderes de estos seres, dice Juan Martínez, director del museo Mindalae, es capaz de atravesar la oscuridad del otro para mirar en su interior. Debe ser por eso que los búhos y las lechuzas han aparecido desde hace miles de años en botellas de cerámica, silbatos, sellos, vasijas, amuletos, etcétera.
Los búhos y las lechuzas son representados de frente, a diferencia de otras aves que se han plasmado de perfil. Se las puede identificar en la iconografía prehispánica por su cabeza cuadrada, rostro con marco, plumas en forma de orejitas, como se las conoce, y los ojos encerrados por aros. Gutiérrez señala que en Ecuador se puede apreciar al búho de anteojos ( Pulsatrix perspicillata), que se caracteriza por tener un antifaz de color alrededor de los ojos; el cuscungo ( Bubo virginianus), que tiene ojeras triangulares; o la lechuza blanca o de campanario ( Tyto alba).
Los pájaros nocturnos, considerados espíritus de la noche, han sido importantes también para las creencias relacionadas con la muerte. Escribe Gutiérrez Usillos que el famoso etnólogo francés Paul Rivet, quien llegó en una expedición a Ecuador a inicios del siglo XX, describió algunos ritos funerarios relacionados con estos pájaros. En la Sierra norte, por ejemplo, hasta ahora los amigos del difunto suben al tejado de su casa para imitar el graznido del búho, mientras que en el sur del país se pintan la cara, se colocan un pico de trapo y rodean las casas de los vecinos imitando el canto de las lechuzas, al tiempo que recogen alimentos para el banquete funerario.
EL CANTO DE LOS PÁJAROS
Como seres más cercanos a lo divino, los pájaros emiten una música celestial. Varias culturas prehispánicas intentaron imitar sus cantos a través de instrumentos de viento. En culturas como la Chorrera (1300 a. C.-300 a. C.), una de las más antiguas del país, ya existían vasijas silbato en forma de pájaro y otros animales. Estos artefactos emiten sonidos a través de un sistema hidráulico, es decir, a base de agua. La caja de resonancia está en la cabeza o barriga del pájaro y existen orificios para producir diferentes notas.
Hay versiones según las cuales las botellas silbato tienen su origen en Ecuador y se trasladaron desde aquí a otros lugares de Amé-
rica, como Perú y México. Esa es la opinión del investigador y músico argentino Esteban Valdivia, quien ha visitado Ecuador como parte del proyecto Sonidos de América, que busca reproducir los instrumentos prehispánicos. La hipótesis también se cita en la investigación Botellas silbato, sonidos ocultos en el tiempo (Polanco, Ayala y Espinosa, 2015).
Los silbatos y ocarinas que imitan sonidos de pájaros se encuentran en las culturas Machalilla, Bahía, La Tolita, Jama Coaque y Guangala. Varias hacen énfasis en la figura del papagayo.
Para hacer los instrumentos musicales no solo se usaba la cerámica. También se confeccionaban flautas con huesos largos de pájaro. Al ser estos más frágiles y ligeros que los huesos de otros animales, dice Gutiérrez Usillos, las flautas eran más delicadas. Existen vestigios de estos instrumentos en la cultura Guangala (500 a. C.-500 d. C.); la cultura Narrío (2000 a. C-400 d. C.), que usaba huesos de cóndor, y la cultura Manteña (600 d. C.-1532 d. C.), de la que se encontró un collar de flautas de pelícano. LAS GUACAMAYAS Y LOS LOROS En la arqueología también se encuentran esculturas de humanos que usan accesorios de pájaros. Esto podría representar a grupos sociales de élite. Según Gutiérrez, Quelal y Ugalde, la posesión de aves exóticas y coloridas, como los papagayos o loros, era un símbolo de poder. Quienes las tenían podían ofrecerlas como regalos a la divinidad del Sol. También se usaban para confeccionar vestimenta y accesorios que diferenciaban a estas élites.
Los guacamayos, por sus colores vivos –los rojos, los verdes, los amarillos y los azules–, estaban relacionados con la luz. Quizá por eso algunas culturas prehispánicas los reproducían en vasijas de barro para enterrar a sus muertos con aquellos seres de luz.
Asimismo, los guacamayos son los protagonistas del mito de origen de la cultura Cañari. Según escribió el cronista cusqueño Cristóbal de Molina en el siglo XVI, luego del diluvio solo sobrevivieron dos hermanos, que después de caminar y encontrar un pequeño valle construyeron una casa. Pasaron hambre porque no había más que raíces y hierbas. Un día, al
regresar a casa se encontraron con abundantes alimentos y chicha para beber, lo suficiente para diez días. Cuando la comida se acabó, el menor de ellos quiso saber quiénes habían dejado la comida. Se escondió y vio que eran unas guacamayas con rostro y cabello de mujer. Logró encerrar a una de ellas y la desposó. El mito asevera que los cañaris son hijos de esta unión. PELÍCANOS, AVES DE TIERRA, AIRE Y AGUA Los pelícanos aparecen con frecuencia en los sellos y torteros manteños, a manera de cenefas. Quizá eso se deba a que las culturas antiguas miraron con asombro, de acuerdo a Gutiérrez Usillos, que estas aves vuelan en grupos amplios haciendo formaciones en V. Los pelícanos también aparecen en las crónicas de Garcilaso de la Vega, quien describe la destreza de los pelícanos para pescar: se dejan caer en picada para atrapar con rapidez a su presa dentro del agua. La cultura Manteña es la que más usó la figura de este pájaro y, aunque no se cono-
ce con certeza su significado, Gutiérrez Usillos sugiere que al ser un ave cercana al mar, pudo haber sido un emisario del dios de las aguas, un intermediario que facilita una pesca productiva.
PÁJAROS FANTÁSTICOS
Como seres sobrenaturales que provienen de las alturas, donde los humanos no pueden llegar, en las culturas prehispánicas hay seres voladores que además de aves son felinos o reptiles. En la cultura Tumaco-la Tolita se han encontrado piezas que combinan rasgos del águila arpía con el jaguar. Gutiérrez menciona una figura hecha de oro y platino, que tiene cuerpo y cola de felino, con pico y cresta en la cabeza. Similares personajes se encuentran en la orfebrería de la cultura Jama-coaque, con alas de pájaro y lengua bífida. En algunos casos, estos seres tienen pestañas y colmillos. Gutiérrez los denomina grifos, similares a los que se encuentran en otras culturas de oriente mediterráneo.
Otra combinación que se encuentra en la cultura La Tolita son las águilas reptiles, que tienen el pico en forma de gancho (característico también de los cóndores). Hay seres con lengua de serpiente, otras con escamas y cola de cocodrilo. Estos seres fantásticos aparecen también en la mitología de otros países, como México, donde Quetzalcóatl tiene la forma de una serpiente emplumada, el dios de la dualidad entre la tierra (serpiente) y el cielo (pájaro).
Por otro lado, el arqueólogo Francisco Valdez, citado por Gutiérrez, describe una vasija que combina elementos de varios animales, como dientes y ojos de felino, hocico de lagarto, cejas de águila arpía y cresta nasal de murciélago.
Las aves, esos seres peregrinos y misteriosos, celestiales y terrestres, que atrajeron a nuestros ancestros por sus cualidades, nos siguen fascinando. Su vuelo en la alturas todavía nos provoca levantar la mirada y ver la inmensidad de aquello que no podemos alcanzar
María Fernanda Mejía es cronista y editora. Tiene una maestría en escritura creativa, fue reportera en diario El Comercio y ha colaborado en revistas como Soho Ecuador y Cartón Piedra. Escribe no ficción y, a veces, hace fotos. @fermaria