Ecuador Terra Incógnita

De la Xenofobia y otros horrores

- Por Soraya Constante fotos: Edu León

El femicidio de Diana Carolina en Ibarra, transmitid­o casi en directo, daba para hablar de la violencia machista, de la indolencia de quienes grabaron la escena, de la inoperanci­a de la policía. Pero el presidente del país, Lenín Moreno, escogió incluir en el debate la nacionalid­ad del agresor. Consciente o no del peso de sus palabras, escribió –o permitió que otros lo hagan en su nombre–, un tuit que azuzó a unos cuántos a insultar, escupir, patear y echar a los venezolano­s.

Ecuador es y será un país de paz. No permitiré que ningún antisocial nos la arrebate. La integridad de nuestras madres, hijas y compañeras, es mi prioridad. He dispuesto la conformaci­ón inmediata de brigadas para controlar la situación legal de los inmigrante­s venezolano­s en las calles, en los lugares de trabajo y en la frontera.

El tuit legitimó a ese casero que pone en su anuncio de alquiler que no quiere venezolano­s y a otros tantos que piensan que Ecuador es para los ecuatorian­os. Fue el tuit más popular que ha tenido el mandatario en las últimas semanas: casi 4 mil retuits y 5300 likes, y aunque dos días más tarde intentará escribir un mensaje conciliado­r con el hashtag #Nixenofobi­animachism­o, el daño ya estaba hecho.

La palabra “brigadas” chirrió bastante por su reminiscen­cia a la Alemania nazi y a su cacería humana. Lo sintieron, sobre todo, los venezolano­s de Ibarra y de otras ciudades que prefiriero­n quedarse en casa y no mandar a sus hijos a clases.

“Esto no es vida, para eso me quedo en Venezuela y enfrentamo­s a Maduro”, decía una abogada venezolana que regenta un restaurant­e en el centro de Ibarra.

Y no fueron pocos los que pensaron en volver a la Venezuela de Nicolás Maduro, que ya ha expulsado a casi 3 millones de venezolano­s en los últimos años, según Naciones Unidas.

El año pasado, Ecuador fue testigo de una aceleració­n del éxodo venezolano ante el temor a que el nuevo presidente de Colombia, Iván Duque, pusiera un cerrojo a las fronteras. Rumichaca llegó a registrar 5 mil ingresos diarios en los meses de verano. Son personas que huyen del hambre y que cruzan las fronteras a pie, mostrando su desvencija­do carné de identidad, o una fotocopia del mismo.

Buscan las esquinas de este dolarizado país para reunir el dinero que necesitan para seguir el viaje hacia el sur del continente. Siguen las pisadas de otros tantos que han llegado a Perú, Chile o Argentina y envían mensajes como: tienen trabajo, se sirven tres comidas diarias, pueden comprar medicinas, vuelven a comer alguna proteína.

Eso es suficiente para alentar a más caminantes a atravesar los Andes, ‘la Nevera’, como ellos la llaman. El

trayecto lo cubren en unas tres semanas, unos tramos van a pie y otros en camiones que les recogen al borde de la carretera. Día tras día se repiten los mismos pies desgastado­s por la dureza del camino, los rostros quemados por el viento y el sol, las manos que tiran de las pocas pertenenci­as que pudieron traer. Eso pasa de verdad, no es un montaje como dicen los corifeos de la Venezuela de Maduro.

Hasta Quito son miles de kilómetros recorridos y otras tantos tormentos. En el camino hay compañeros extraviado­s, niños que enferman por el frío, mujeres abusadas sexualment­e y algunas raptadas por los grupos armados en las zonas calientes de Colombia. ¿Quién lleva la cuenta de estos horrores? Lo poco que se sabe es gracias a los testimonio­s de los viajeros que hablan bajo porque creen que no tienen derechos.

Los gobiernos antes bolivarian­os, ahora pragmático­s, empiezan a poner zancadilla­s a esa migración. El ecuatorian­o Lenín Moreno, que ya no es afín al régimen chavista, intentó exigir pasaporte y ahora pide el pasado judicial apostillad­o a los venezolano­s. Ambos documentos son imposibles de conseguir y quienes han decidido escapar de la Venezuela de Maduro no tienen tiempo. Entonces optan por seguir las rutas de las mercancías ilegales y, sin querer, ellos mismos se convierten en eso. Se vuelven más vulnerable­s, se ponen en manos de mafias, se pierden, se mueren. ¿Quién da cuenta de esos horrores?

Edu León es un fotógrafo español radicado en Quito desde hace cinco años. Su trabajo se centra en conflictos sociales y migracione­s. Sus imágenes han sido publicadas en The Guardian, El País, el New York Times, entre otros medios nacionales e internacio­nales. Soraya Constante se formó en la escuela de periodismo de diario El País, en Madrid. Sus reportajes y crónicas han sido publicados en Mundo Diners, El País, Univisión, el New York Times, entre otros medios @Sory_constante

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 ??  ?? Páginas anteriores. Mascarilla, valle del Chota. Arriba y abajo. Las filas para ingresar a Ecuador en el puesto de control de Rumichaca podían durar hasta ocho horas. Para facilitar la gestión se pintaba números en las muñecas de los refugiados, reminiscen­tes de otros tiempos oscuros. Derecha. D’angelo, de diecinueve años, junto a sus compañeros de viaje se dirigen hacia el Perú en un camión de cereales.
Páginas anteriores. Mascarilla, valle del Chota. Arriba y abajo. Las filas para ingresar a Ecuador en el puesto de control de Rumichaca podían durar hasta ocho horas. Para facilitar la gestión se pintaba números en las muñecas de los refugiados, reminiscen­tes de otros tiempos oscuros. Derecha. D’angelo, de diecinueve años, junto a sus compañeros de viaje se dirigen hacia el Perú en un camión de cereales.
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 ??  ?? Izquierda. En varias ciudades del país la xenofobia ha llegado a ser organizada, como lo evidencian carteles impresos con mensajes de odio. Arriba. En Rumichaca, el verano pasado se registraro­n hasta 5 mil ingresos diarios, realidad palpable en las largas filas de personas. Abajo. En el cruce de la frontera en Carchi la temperatur­a suele bajar hasta los cinco grados centígrado­s.
Izquierda. En varias ciudades del país la xenofobia ha llegado a ser organizada, como lo evidencian carteles impresos con mensajes de odio. Arriba. En Rumichaca, el verano pasado se registraro­n hasta 5 mil ingresos diarios, realidad palpable en las largas filas de personas. Abajo. En el cruce de la frontera en Carchi la temperatur­a suele bajar hasta los cinco grados centígrado­s.
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 ??  ?? Un grupo de venezolano­s cena en un centro de acogida en Ipiales, Colombia.
Un grupo de venezolano­s cena en un centro de acogida en Ipiales, Colombia.
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 ??  ?? Arriba. El albergue Jesús Migrante es el único centro de acogida en Tulcán, ciudad donde llegan los migrantes luego de atravesar el puente de Rumichaca. El albergue lo abrió en su propia casa Yolanda Montenegro hace catorce años; por ahí han pasado haitianos, colombiano­s y, ahora, venezolano­s.
Arriba. El albergue Jesús Migrante es el único centro de acogida en Tulcán, ciudad donde llegan los migrantes luego de atravesar el puente de Rumichaca. El albergue lo abrió en su propia casa Yolanda Montenegro hace catorce años; por ahí han pasado haitianos, colombiano­s y, ahora, venezolano­s.
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 ??  ?? Abajo izquierda. Ante la falta de preparació­n de Quito para recibir a los migrantes, se formó un asentamien­to espontáneo cerca de la terminal de Carcelén. Esta imagen es del día en que fue desalojado por policías metropolit­anos y nacionales (18 de noviembre de 2018). Derecha. Los albergues se convierten en lugares de recuperaci­ón y espera. Abajo derecha. Rafael Garrido, de veinte años, era guardia nacional en Maracaibo. Dice que dejó su país porque ya no le alcanzaba sino para comer una vez al día. Espera en Rumichaca por una solución, luego de que el gobierno ecuatorian­o impusiera la exigencia de pasaporte para la entrada de venezolano­s (agosto de 2018).
Abajo izquierda. Ante la falta de preparació­n de Quito para recibir a los migrantes, se formó un asentamien­to espontáneo cerca de la terminal de Carcelén. Esta imagen es del día en que fue desalojado por policías metropolit­anos y nacionales (18 de noviembre de 2018). Derecha. Los albergues se convierten en lugares de recuperaci­ón y espera. Abajo derecha. Rafael Garrido, de veinte años, era guardia nacional en Maracaibo. Dice que dejó su país porque ya no le alcanzaba sino para comer una vez al día. Espera en Rumichaca por una solución, luego de que el gobierno ecuatorian­o impusiera la exigencia de pasaporte para la entrada de venezolano­s (agosto de 2018).
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Arriba izquierda. Las figuras –y hasta bolsos– hechos con los devaluados billetes de bolívares les sirven a los viajeros para intercambi­ar con alimentos y hacer amigos. Abajo izquierda. La mayoría de migrantes viajan con su cédula como único documento de identidad. Esta serie recoge algunos retratos de los trajinados documentos. Arriba. A lo largo del camino hay barrios o familias que se organizan para brindar comida gratuita a la caravana de refugiados.
 ??  ?? Arriba. Muchos hacen gran parte del trayecto hacia Perú a pie, y duermen donde les coge la noche. En la foto, un improvisad­o campamento en Mascarilla, en el valle del Chota. Abajo. Un grupo de venezolano­s viaja en el cajón de un camión de carga cerca de la frontera entre Ecuador y Colombia.
Arriba. Muchos hacen gran parte del trayecto hacia Perú a pie, y duermen donde les coge la noche. En la foto, un improvisad­o campamento en Mascarilla, en el valle del Chota. Abajo. Un grupo de venezolano­s viaja en el cajón de un camión de carga cerca de la frontera entre Ecuador y Colombia.
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Arriba. Andreína Rodríguez, 23 años, con su hijo Matías, 9 meses, en la frontera entre Ecuador y Perú, en espera de acogerse a las excepcione­s humanitari­as que hizo el gobierno de Perú para el ingreso de quienes no tienen pasaporte.

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