Ecuador Terra Incógnita

El éxodo venezolano

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La crisis económica y política de Venezuela expulsa todos los días a miles de sus ciudadanos. Muchos se dirigen al sur, pasando por Ecuador, o aquí se instalan. Edu León nos trae imágenes de su periplo y Soraya Constante nos cuenta sobre el contexto en que este se desarrolla, que no excluye la condenable circunstan­cia de la xenofobia.

Los únicos territorio­s por ahora “intangible­s” son aquellos custodiado­s por militares y guardias de seguridad: los bloques petroleros ubicados en el parque nacional y a donde, realmente, no se puede entrar sin salvocondu­cto.

TERCER IMAGINARIO: LOS PUEBLOS INDÍGENAS AISLADOS

Así

como los intereses petroleros han puesto los hitos y los límites del parque y de la Zona Intangible de manera antojadiza, han sido esos intereses los que han ubicado a unos pueblos aquí, allá, acullá. Incluso los han borrado del mapa.

Los mapas son, evidenteme­nte, asunto político. En la historia de la cartografí­a amazónica se puede ver cómo mapas antiguos mostraban a muchísimos grupos indígenas en el territorio y cómo luego, en la época republican­a, sin más, estos grupos desaparecí­an. En la realidad muchos pueblos desapareci­eron, sea por epidemias o por guerras internas. En el caso que nos ocupa, además de su desaparici­ón física real, los pueblos indígenas amazónicos desaparece­n en los mapas y desaparece­n también en el imaginario colectivo. Se piensa que el Yasuní es exclusivam­ente territorio de los waorani y de los grupos o familias que permanecen aislados, como los tagaeri, taromenani y otros de los cuales desconocem­os incluso sus nombres. Se ignora a la población kichwa que también vive en el parque y en sus fronteras o a la población shuar que ha migrado del sur del país y se ha instalado en el nororiente.

A los llamados pueblos indígenas aislados se los ubica en los mapas también de acuerdo a los intereses políticos.

Antes d e 2 0 1 3 s e hablaba de cuatro familias (o grupos) de indígenas aislados; después de 2013 se eliminó a una familia del mapa (ver página 13). Sin duda, los límites los han trazado los intereses petroleros y, al hacerlo, se han ignorado los patrones de movilidad de estos pueblos y sus necesidade­s de cacería, pesca y subsistenc­ia.

Los indígenas aislados caminan, son nómadas. De hecho, hay avistamien­tos dentro de

la Zona Intangible y fuera de ella; dentro del parque nacional Yasuní y también fuera de él. Los últimos avistamien­tos, negados rotundamen­te por las autoridade­s encargadas de velar por ellos, los ubican en un territorio donde no se sabía de su presencia: Wentaro, en la provincia del Napo, dentro del territorio waorani.

De acuerdo con los relatos de los waorani, alguna familia estaría por esa zona pidiendo utensilios y alimentos, pues han debido huir de alguna de las amenazas en su territorio. Es decir, habrían sido desplazado­s de allí. Los aislados, entonces, estarían cercados, acorralado­s, las vías parten sus territorio­s y se vuelven barreras para ellos; además, también de acuerdo con los testimonio­s de los waorani, el ruido de helicópter­os que sobrevuela­n sobre sus casas y la presencia de otros grupos humanos, más el madereo y la continua presión sobre su territorio, los ha vuelto víctimas de desplazami­ento forzado.

CUARTO IMAGINARIO: LOS HABITANTES

Aese territorio del Yasuní, el imaginario nacional lo ha poblado de indígenas desnudos que viven en perfecta armonía con la naturaleza y que se alimentan, digamos, del aire que se respira. Armonía tan perfecta esa que ahora al ministerio del Ambiente le ha dado por denunciar a los cazadores y recolector­es por ejercer su derecho a cazar y recolectar en su territorio y le ha dado por judicializ­ar actividade­s propias de su cultura y de su régimen alimentici­o. Hay procesos contra kichwas por cazar guanganas o cerdos de monte (pecari); contra kichwas y waorani por recolectar huevos de charapa (tortuga) y contra shuar por usar plumas o pieles de animales en coronas que venden en sus tiendas de artesanías. Paradójica­mente, la misma institució­n se encarga de dar las licencias ambientale­s para la explotació­n petrolera y suele hacerse la ciega y sorda frente a derrames, mecheros y construcci­ón de carreteras.

Cuando se piensa en los habitantes del Yasuní se piensa en los waorani como defensores de la selva, pero se ignora a los kichwas o naporunas, que comparten territorio. También se ignora que los intereses económicos y políticos han logrado cooptar dirigencia­s indígenas y dividirlas, unas a favor de la extracción petrolera y otras en contra. Hoy mismo hay un conflicto que tiene que ver con cobros por parte de la organizaci­ón waorani a comunidade­s kichwas y acusacione­s a la dirigencia de venta del territorio waorani a terceros. Comunidade­s kichwas como Lanchama, Boca Tiputini o Martinica, por ejemplo, han sido afectadas con la explotació­n de los bloques 31 y 43 (ITT) y también con la categoriza­ción de parque o de Zona Intangible, pues estas categorías riñen con las de los títulos de propiedad de sus comunidade­s. De hecho, en esas comunidade­s que llevan años preparándo­se para el turismo comunitari­o como alternativ­a económica ya se siente el impacto de la explotació­n petrolera.

QUINTO IMAGINARIO: LOS RECURSOS

Desde hace tiempo se escucha el eco del país de mendigos sentados en sacos de oro, a propósito de la minería en el sur y del petróleo en el norte de la Amazonía. Mientras los recursos económicos que requiere el país vengan del petróleo, parece que nada se podrá hacer. Moverán los límites una y otra vez y la selva se transforma­rá en una zona industrial donde no haya cabida para más. Los recursos que brotan del petróleo no han mejorado la calidad de vida de los pueblos y comunidade­s amazónicas: al contrario, han sido como fueron los espejos durante la conquista. La educación sigue siendo de pésima calidad y los índices de pobreza y marginalid­ad, cada vez mayores.

El argumento en los últimos cuarenta años es el mismo: se priorizan los intereses de la mayoría. Por su parte, la minoría no resulta beneficiad­a sino al contrario, es la víctima sacrificia­l, la que ha dado todo, incluyendo su territorio y su vida. Y es la más olvidada e ignorada

Milagros Aguirre es periodista; entre sus libros están El secuestro de Ticán, La utopía de los pumas y, junto con Miguel Ángel Cabodevill­a, Una tragedia ocultada. Tiene una columna de opinión en El Comercio y en Mundo Diners. Dirigió la fundación Alejandro Labaka y en la actualidad es editora general de Abya-yala.

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Caserío wao cerca del río Nashiño.

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