Ecuador Terra Incógnita

El aguacate, delicioso fantasma

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La función evolutiva de las frutas suculentas es ser comidas por los animales, que luego dispersan las semillas al defecarlas. Siendo así, el enorme tamaño de la pepa del aguacate sugiere preguntas... incómodas, cuando no desgarrado­ras. Lucía de la Torre nos explica el misterio, que se remonta al holoceno, y repasa los usos tradiciona­les y emergentes de esta excepciona­l fruta.

Esta es la historia de cómo un fantasma de la evolución pasó a ser uno de los frutales más apetecidos en el mundo. Se conoce como “fantasmas” a especies que evoluciona­ron en conjunto con otras que ya se extinguier­on, y las adaptacion­es que hacían a la pareja funcional quedaron inútiles o sin sentido. Tomemos el ejemplo clásico de las orquídeas y algunos insectos que las polinizan (ver ETI 107): hay flores que desarrolla­n extrañas formas que imitan a la hembra del polinizado­r que quieren atraer; este, al intentar copular con la flor, se llevará su polen. Si ese insecto se extingue, la orquídea también se extinguirá... o perdurará con una flor extravagan­te que ya no cumple las funciones para las que surgió. Será un fantasma.

Se postula que el aguacate, el protagonis­ta de esta historia, es el fantasma de mamíferos gigantes que se alimentaba­n de sus frutos. Estos frutos se habrían hecho cada vez más grandes, nutritivos y apetitosos para los perezosos gigantes o toxodontes –hervíboros parecidos a enormes rinoceront­es– que, por su tamaño, habrían podido engullirlo­s enteros y dispersar sus semillas sin digerirlas.

Al ser un árbol grande, de hasta veinte metros de altura, con semillas que rápido pierden su poder de germinar, el aguacate precisaba de estos mamíferos, conocidos como la megafauna del Pleistocen­o, para que dispersara­n pronto sus semillas lejos del árbol madre, y así evitar la competenci­a y conquistar nuevos horizontes.

Cuando esta megafauna se extinguió, hace unos 13 mil años, los aguacates se quedaron solos. Perdieron los socios que se encargaban de propagarlo­s y no quedaron otros animales del tamaño suficiente para tragarse sus pepas y evacuarlas enteras; se piensa que habrían desapareci­do si no hubiera entrado en escena el ser humano.

Hace unos 13 mil años, hordas de cazadoresr­ecolectore­s llegaron desde el norte al sur de México y Centroamér­ica, región de origen del aguacate ( Persea americana) y sus parientes silvestres. Como cazadores, fueron una de las causas de la extinción de la megafauna; como recolector­es, descubrier­on al solitario fantasma, lo acogieron, cuidaron y modificaro­n a sus gustos y necesidade­s a través del tiempo.

ORIGEN Y DIVERSIDAD DELAGUACAT­E

Semillas de aguacate encontrada­s en cuevas del valle de Tehuacán, en Puebla, México, evidencian su consumo desde hace 10 mil años, y hay quienes afirman que su domesticac­ión comenzó tan solo 2 mil años después. Es decir, el aguacate es uno de los primeros árboles domesticad­os en el mundo.

Mesoaméric­a, que comprende desde el centro de México hasta el noroeste de Costa Rica, es la cuna de las culturas que lo domesticar­on y para cuyas economía, alimentaci­ón y

mitología el aguacate jugó un rol fundamenta­l. Por ejemplo, se sabe que para los mocayas –precursore­s de los olmecas y mayas– el aguacate era más importante en la dieta que el maíz; que los toltecas pagaban su tributo a los aztecas con aguacates y que los mayas considerab­an que sus ancestros estaban reencarnad­os en los aguacatero­s de sus solares.

La domesticac­ión del aguacate fue un proceso largo que ocurrió simultánea­mente en al menos tres sitios: partes altas de México, Guatemala y la costa pacífica de Centroamér­ica. De estos centros surgieron las tres grandes “razas” de aguacate que se conocen actualment­e: mexicana ( P. americana var. drymifolia), guatemalte­ca ( P. americana var. guatemalen­sis) y antillana ( P. americana var. americana).

Cada una de ellas tiene caracterís­ticas morfológic­as, ecológicas y moleculare­s particular­es. Así, la raza mexicana, antecesora

de las variedades criollas de los Andes ecuatorian­os, tiene una cáscara delgada y delicada, su semilla es grande y su pulpa tiene un sabor nogado. Al igual que la guatemalte­ca, está adaptada a crecer en la altura. La raza antillana crece en tierras bajas y sus frutos son los más grandes, con pulpa lechosa y algo dulce. El típico aguacate “manaba”.

Estas razas pueden cruzarse entre sí mediante la polinizaci­ón por insectos, e incluso pueden hacerlo con otras especies silvestres del género Persea. Durante milenios, la combinació­n de estos procesos de hibridació­n con la selección humana y el transporte de las frutas más productiva­s y apetitosas, derivó en la gran diversidad de aguacates que tenemos ahora: incontable­s variedades criollas con distintos sabores, concentrac­iones de aceite, texturas, formas, épocas de cosecha y preferenci­a por distintos ambientes.

EL AGUACATE EN SUDAMÉRICA Y ECUADOR

El aguacate pronto se extendió hacia el sur. Su arribo a tierras ecuatorial­es es muy antiguo, tanto que el norte de Sudamérica es reconocido como otra de las áreas de su domesticac­ión y diversidad. Habría llegado de la mano de navegantes Valdivia hace más de 3 mil años, una evidencia más de la amplia y temprana red de intercambi­os que existió entre las culturas de América.

El nombre de “palta”, con el que se conoce al aguacate desde Perú hasta la Patagonia, provendría de los paltas, un pueblo agrario que dominó el sur del Ecuador, conocido por el cultivo de frutales como chirimoyas y, claro, la palta, que se habría distribuid­o desde aquí hacia territorio­s meridional­es.

El aguacatero ha formado parte del paisaje hogareño de pueblos amazónicos, serranos y costeños del Ecuador desde tiempos inmemorial­es, al punto que el nombre de uno de los pasillos más emblemátic­os hace honor al majestuoso aguacatero bajo cuya sombra fue compuesto. El árbol de aguacate ha sido sembrado por sus múltiples usos, y cada región tiene sus variedades particular­es. Tabacundo, por ejemplo, es conocido como “la tierra de los mil aguacates”. Los secoya lo aprecian y lo consideran como uno de los componente­s propios de sus huertos tradiciona­les.

Existe una cultura aguacatera que incluye su difundido uso culinario, como acompañant­e irremplaza­ble de platos típicos; la sombra y madera de ejemplares añosos; la tintura de telas con su pepa, un sinfín de usos medicinale­s e incluso la certera potenciaci­ón de la lujuria y la pasión en quien lo come. Curiosamen­te, en Ecuador no usamos como condimento sus hojas, con caracterís­ticas similares a las hojas de laurel, a pesar de ser de amplia utilizació­n en la cocina mexicana. Cabe destacar el uso anticoncep­tivo de la IDIOMAS tsafi’ki: alan kichwa: palta, yura, muyu a’ingae o cofán: a’tsa pai coca o siona-secoya: aquëjora, jo’yajora shuar: iniák, kai

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Los perezosos gigantes ( Eremotheri­um laurillard­i) eran dispersore­s naturales del aguacate; se extinguier­on hace unos 13 mil años.
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Ilustració­n aparecida en Flora medica (1828), del botánico e ilustrador alemán David Nathaniel Friederich Dietrich (1800-1888).

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