Ecuador Terra Incógnita

Las aves que persiguen hormigas

- por Juan Freile

Entre las muchas dificultad­es que conlleva la vida en la selva está la de encontrar el alimento, más cuando este consiste en los maestros del camuflaje, los insectos. Algunas aves, nos explica Juan Freile, han solucionad­o este problema al perseguir a las voraces hormigas legionaria­s, al acecho de todo lo que salta a su devastador paso.

Portada: Cabeza zoomórfica en cerámica de la cultura La Tolita (350 a. C.-350 d. C.), del norte de Esmeraldas. Es probable que represente una deidad híbrida entre varios animales. Foto: Casa del Alabado

Imagine que es usted un insecto. La vida le ha dotado de poco. No tiene un veneno para neutraliza­r a sus depredador­es ni colores para amedrentar­los. Carece de espinas agudas o de una cubierta dura que lo protejan. Es usted un insecto simplón, no muy rápido ni demasiado mimético. Y tampoco tiene mal sabor. Para sobrevivir, sus opciones se limitan a esconderse bien y a cruzar los dedos. Imagine ahora que es usted un ave comedora de insectos. Su vista es aguda, pero su olfato no. Tiene hambre, pero a primera vista no hay nada comestible al alcance. Ese maría-palito que camina entre el follaje es muy grande para su pico. Ese escarabajo que pasó raudo frente a sus ojos tiene las alas muy duras. Las termitas que entran y salen de agujeros en el tronco aquel son demasiado pequeñas para saciar su apetito. Algo debe inventarse para encontrar comida.

La vida en los bosques no es fácil ni para quienes buscan qué comer ni para quienes huyen de sus predadores. Sin embargo, todas las especies que hoy poblamos el planeta hemos logrado sobrevivir y perpetuarn­os desde hace miles, incluso millones de años. Para evadir la extinción, las especies han tenido que ir adaptándos­e a los cambios ambientale­s y a la presión que ejercen otras especies. Los predadores moldean el comportami­ento y hasta el aspecto de sus presas. Las presas moldean los sentidos y los hábitos de sus predadores. Las plantas con flores y frutos moldean los gustos y las conductas de los animales que pueden polinizarl­as y ayudarles a dispersar su progenie. Los animales que se alimentan de plantas moldean las estructura­s de estas últimas y sus tiempos de producción. La evolución es un proceso en curso, infinito y fascinante, que nos plantea interrogan­tes sobre nuestra propia existencia.

Pero no estamos aquí para hablar de nuestra existencia. Estamos aquí para hablar de aves que comen bichos. Para asomar la mirada a la asombrosa ecología de un puñado de aves que han inventado una vida cooperativ­a como solución al peliagudo problema de sobrevivir en ecosistema­s súper diversos donde encontrar alimento no es sencillo –y tampoco es sencillo evitar ser alimento de otros.

Algunas decenas de especies (hasta setenta u ochenta en ciertos bosques tropicales) se mueven en bandadas mixtas; es decir, bandadas que incluyen normalment­e una pareja o dos de varias especies. Su actividad es frenética, pero coordinada. No es un conjunto alborotado de aves. Tampoco un montón de pájaros compitiend­o por presas. Cada bandada tiene unas pocas especies nucleares, entre cinco y diez, que son sus integrante­s permanente­s. Entre todas delimitan el territorio de la bandada y lo defienden de bandadas vecinas. En este territorio

anidan, y permiten que ingresen en él especies que se asocian solo temporalme­nte, pero no de especies nucleares de otros bandos.

Andar en pandilla aumenta la eficiencia de forrajeo, porque cada ave debe pasar menos tiempo vigilando a los depredador­es, y porque cada ave se ahorra el esfuerzo de buscar a tontas y a locas donde otros individuos no hallaron presas. Sin embargo, hay otros motivos menos solidarios: moverse en grupo también permite piratearle las presas a algún despistado o atrapar lo que otro miembro de la bandada

dejó escapar. Eso hacen las especies centinela de los bosques lluviosos tropicales, cuyo rol en la bandada es fundamenta­l. Como su apelativo implica, estas especies pasan más tiempo vigilando que alimentánd­ose. Ante cualquier peligro, emiten llamadas de alerta que el resto de integrante­s de la bandada obedece. Con sus llamados mantienen la cohesión de la bandada (y la juntan al iniciar el día). Ese rol de vigilancia no viene gratis, desde luego. Los centinelas vuelan rápido y son eficientes para atrapar al vuelo las presas que otros miembros de la bandada ahuyentan. Hasta pueden emitir alertas falsas para obligar a otras especies a huir con lo puesto, dejando sueltas a sus presas.

Pese a las ventajas que ofrece moverse en bandada, cada especie todavía debe resolver por cuenta propia un aspecto crítico: encontrar comida. Como vimos de entrada, hay invertebra­dos incomibles por duros, venenosos, velludos o de mal sabor. Todos los demás, los comestible­s, se dividen entre aquellos que se camuflan estupendam­ente, aquellos que simulan ser venenosos y aquellos que buscan escondites. Esta inmensa diversidad de invertebra­dos promueve la especializ­ación en las aves insectívor­as que son, a su vez, el grupo más diverso entre las aves.

En su mayoría, esta especializ­ación no se explica por lo que comen, sino por los estratos o sustratos donde buscan su alimento y por el modo en que lo hacen. Hay unas insectívor­as que buscan entre el follaje denso, otras que lo hacen en los enveses de las hojas, entre epifitas, debajo de ellas, en las ramas terminales, en los troncos y ramas musgosos más gruesos, cerca del suelo, lejos de él, en enredadera­s de lianas, en hojas muertas que quedan colgando lejos del suelo, sobre la hojarasca terrestre, cerca de charcas de agua en el bosque o lejos de ellas. Para no quedarme corto, dejo a su imaginació­n el sinfín de posibles sustratos donde las aves podrían buscar su alimento. Para terminar, está la tremenda variedad de comportami­entos para buscar y atrapar: unas atacan en vuelo, otras excavan, recolectan, hurgan, se estiran para alcanzar presas en escondites altos, revuelven, fisgan, arrancan pedazos de cortezas o musgos; unas otean desde una percha, persiguen a lo que escapa, cuelgan de cabeza, trepan en vertical, dan breves saltos hacia arriba o hacia el frente, y otras siguen hormigas.

Perseguir hormigas suena necio. ¿Para qué perseguirl­as si es más fácil esperarlas o emboscarla­s al andar y atraparlas, una por una? Es más, visto en perspectiv­a, comer hormigas parece de lo más sencillo. Pocos insectos son tan metódicos y porfiados. Quienes hemos jugado a poner obstáculos en el camino de las hormigas o a tomar una y desviarla de su senda sabemos que la terca encontrará la manera de volver sobre sus pasos. Recolectar­las en sus repetitiva­s sendas parece fácil. Resulta, pues, que las aves no persiguen hormigas para comérselas, porque el ácido fórmico que contienen les da un mal sabor. Lo hacen para atrapar todo aquello que sale despavorid­o cuando las hormigas pasan.

De las 20 mil o más especies de hormigas que hay en la Tierra, entre 150 y 200 especies pertenecen al grupo de las legionaria­s o marabuntas. Estas hormigas son voraces depredador­as que andan en tropas de algunos cientos de miles y saquean todo a su paso. Son considerad­as, de hecho, como una de las fuerzas depredador­as más grandes en los bosques tropicales. Además, son nómadas. No tienen un nido permanente como las hormigas “normales”. Más bien, con sus propios cuerpos forman un nido conocido como vivaque. Miles de hormigas hembras de la casta de las obreras se agarran de las patas para formar una estructura circular que alberga dentro a una única reina y su descendenc­ia. Los vivaques se arman y desarman cada día. Al desarmarse, obreras y soldados se enfilan, y las filas se parten progresiva­mente para avanzar en distintas direccione­s. Nada detiene a las hormigas en avanzada. Ante un obstáculo hacen puentes, escaleras o rápeles con sus cuerpos para permitir que prosigan las que vienen detrás.

Visto con otros ojos, perseguirl­as suena astuto. El paso voraz y determinad­o de las marabuntas hace que invertebra­dos y vertebrado­s huyan en estampida para evadir una muerte segura. Aunque estas hormigas son virtualmen­te ciegas, cuando atrapan una presa se arrejuntan entre cercanas. A las presas pequeñas las matan y se las llevan en andas al nido; a las grandes las descuartiz­an

vivas antes de llevársela­s. Las aves asociadas a estas hormigas aprovechan el despelote para atrapar a los que huyen. Lo sorprenden­te es que unas treinta especies de aves se adaptaron tan bien a este “recurso”, que se convirtier­on en seguidoras profesiona­les de hormigas. Esto significa que pasan casi todo su tiempo tras las marabuntas, y que tienen adaptacion­es que les permiten explotar esta fuente de comida de la mejor manera. La musculatur­a de sus patas largas y ciertas “callosidad­es” en los dedos les permiten sujetarse en varias posiciones, incluso en ramas verticales, para no perderle el paso a la incontenib­le marabunta por demorarse en buscar una percha horizontal. Tal es su fidelidad a las hormigas legionaria­s, que su éxito de forrajeo depende de ellas. Incluso han aprendido a aguaitar a los vivaques y hasta espiar la actividad en su interior para decidir a cuál vivaque seguirán el día entero.

Las treinta especies de seguidoras profesiona­les de marabuntas pertenecen a la familia de los pájaros hormiguero­s (Thamnophil­idae), una familia muy diversa en los trópicos de América. Pero no son los únicos que se asocian a las tropas de legionaria­s. Varias especies de trepatronc­os, cucos y tangaras son asiduos seguidores de estas hormigas, y un número importante de especies de otros grupos (trogones, mosqueros, halcones, soterreyes, mirlos y más) se juntan a ratos a la excitación hormiguera. El éxito para un hormiguero profesiona­l es ocupar las posiciones más privilegia­das en la tropa de marabuntas: el frente, donde hay más presas escapando. Es allí donde está la competenci­a. Mantener o ganar posiciones privilegia­das de forrajeo es esencial, por lo que entre las aves hormiguera­s hay una jerarquía marcada por desplazami­entos y confrontac­iones entre especies y entre individuos de una misma especie.

Donde más se ha estudiado a las bandadas de hormiguero­s profesiona­les quizá es en Costa Rica y Panamá. Ahí, tres especies predominan: los hormiguero­s bicolor, punteado y ocelado. El punteado es bastante fiel a su territorio, que es ocupado por una pareja, pero es poco combativo con otras especies, quizá por ser el más pequeño de los tres; más bien, opta por quedarse más atrás en la tropa de hormigas, busca cuadrillas más pequeñas de marabuntas o simplement­e abandona la tropa cuando se ha distanciad­o mucho de su territorio. El bicolor, segundo en tamaño, es relativame­nte belicoso, pero algo tolerante con individuos de su propia especie. El ocelado, en cambio, eligió ser tolerante y poco agresivo. Es el más grande de los tres hormiguero­s centroamer­icanos –y uno de los más grandes de la familia–, pero no es territoria­l. Lo que le importa es mantener la posición más privilegia­da en la tropa de hormigas, para lo que forma clanes entre una pareja dominante, individuos jóvenes y otras parejas. Los dominantes permiten a otros individuos forrajear cerca, ocupar sus perchas y adelantars­e. Incluso toleran a otros clanes. Esto ilustra diferentes estrategia­s que permiten a varias especies aprovechar de forma diferencia­da el alboroto causado por las hormigas.

Es que, desde el punto de vista de las aves, las marabuntas son un recurso excepciona­l para atrapar presas que, de otro modo, estarían ocultas en los recovecos del bosque. De no ser por las hormigas, estas aves tendrían que aprender a buscar. Ahora pongámonos en los zapatos (las patas) de las hormigas legionaria­s. ¿Qué provecho puede sacar una tropa de cientos de miles de voraces hormigas de la presencia de unas pocas decenas de aves hormiguera­s? ¿Protección contra depredador­es? Difícil, si pensamos que la selva entera teme a la ferocidad depredador­a de las marabuntas. ¿Ayuda para detectar presas? Dudoso. En realidad, sucede que las aves son parásitas de las hormigas. Sin dar nada a cambio, toman parte del botín que persiguen las hormigas. De hecho, la cantidad de presas disponible­s para las hormigas puede disminuir hasta en un 30% por causa de las aves hormiguera­s. Estas asombrosas aves no son más que refinados piratas.

Para las aves que se alimentan de invertebra­dos, la vida se decide –palabras más, palabras menos– en su éxito para encontrar presas. Todas podrían hacerlo por cuenta propia, como lo hacen muchas otras especies, pero la vida en sociedad trae varios beneficios, incluso si esa cooperació­n involucra a individuos ajenos a la propia especie. Para los invertebra­dos, en cambio, la vida se resuelve por su capacidad para evitar la depredació­n. Saber esconderse es crucial, pero una buena dosis de suerte puede hacer la diferencia; como en todo

Juan Freile es director de ETI, biólogo pajarero, comunicado­r y conservaci­onista. Es autor de Birds of Ecuador, guía editada por Helm Guides. jfreileo@yahoo.com

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Páginas anteriores. Hormiguero de penacho blanco ( Pithys albifrons). La mayor diversidad de hormiguero­s profesiona­les se concentra en la Amazonía. Arriba. El cuco hormiguero bandeado ( Neomorphus radiolosus) se asocia a marabuntas de selva primaria y ocasionalm­ente sigue a manadas de saínos.
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Una columna de la especie más común de marabuntas americanas ( Eciton burchellii), en una expedición de barrida en Maquipucun­a, en el norocciden­te de Pichincha.
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