Ecuador Terra Incógnita

La rebelión del fin del mundo

- por Bolívar Lucio

Desde inicios de este año las protestas ciudadanas, circunscri­tas y globales, han proliferad­o; buscan llamar la atención sobre la inminencia del cambio climático. Uno de los grupos más activos tras de las movilizaci­ones ha sido Extinction Rebellion. Bolívar Lucio los ha seguido en el Reino Unido, donde nacieron, y en Ecuador, donde han empezado acciones, para contárnosl­o.

En un café del camino que baja a Guápulo, una decena de personas esperábamo­s que la primera charla de Extinction Rebellion Ecuador empezara. Nos hablarían de la situación de los páramos andinos frente al cambio climático. Llegó una joven que usaba lentes de pasta. Se veía jovial, pero después me enteraría de que disimula bien las muchas horas que trabaja últimament­e; nos pidió que esperáramo­s cinco minutos más. Cuando llegó el turno del profesor a cargo de la presentaci­ón, expuso el crudo panorama de los glaciares y los páramos, enfrentado­s a una destrucció­n inevitable. “Soy científico” –dijo en un par de ocasiones–, “yo no puedo decirles qué es lo que tienen que hacer”. No fue la charla motivadora que había esperado.

Fui porque quería conocer de qué se trataba la célula ecuatorian­a de este movimiento con el que me había cruzado en Inglaterra y que está dando de qué hablar en ese país por la efectivida­d de sus manifestac­iones y el apoyo que ha encontrado entre la población. Me interesaba saber qué los unía y qué los diferencia­ba, en contextos tan distintos. Allá, los había visto ocupar calles, y así obligar a las autoridade­s a fijarse en sus exigencias. En menos de un año desde su establecim­iento, ya han aparecido filiales en varias ciudades de Europa y las Américas. Seguí el desarrollo de sus estrategia­s y la manera cómo pulían su discurso; hablaban de las “paradojas de la identidad política”, de reunirse con los contrarios para aprender más; mostraban que compartir tiempo y destino es la premisa básica de la acción colectiva necesaria para evitar la extinción de buena parte de la vida en la Tierra.

En Guápulo me enteré de nuevos elementos que me sirvieron para entender y preocuparm­e más, pero tras la charla el profesor se fue a su casa de lo más pancho. La joven que le había precedido en el uso de la palabra era Shady Heredia, quien había participad­o en las actividade­s de Extinction Rebellion en Madrid y decidió replicar esa experienci­a en nuestro país. Otra vez confiada, concisa, expuso los principios que articulan a este colectivo que lucha contra el calentamie­nto global: que se diga la verdad sobre este fenómeno, que se declare una emergencia climática y que se tome en cuenta lo que expone la ciencia y lo que se propone desde espacios ciudadanos.

Extinction Rebellion es un movimiento ambientali­sta que nació en Reino Unido en 2018. Un año antes se habían conocido Roger Hallam –un exagricult­or orgánico relacionad­o al cooperativ­ismo popular– y Gail Bradbrook –hija de un minero y con un doctorado en Biofísica Molecular–, quienes junto a otros activistas idearon las caracterís­ticas de este movimiento y sus estrategia­s. Para hacer socialment­e aceptables las radicales transforma­ciones que se necesitan para evitar el colapso social, pusieron el centro de gravedad del movimiento en la resistenci­a pacífica y en el ejercicio colectivo de la desobedien­cia civil. La desobedien­cia civil consiste en el incumplimi­ento voluntario y público de normas para evidenciar su injusticia o incongruen­cia. Incluye la ruptura consciente de la ley y la aceptación de las consecuenc­ias punitivas que

esto puede acarrear. La resistenci­a pacífica –la respuesta no violenta a la reacción estatal a la desobedien­cia civil– es uno de los puntales de esta estrategia.

Como les gusta recordar a los seguidores de Extinction Rebellion, la desobedien­cia civil puede ser de una enorme efectivida­d. Entre sus éxitos más notables, aunque no los únicos, se puede mencionar la independen­cia de India del imperio británico (con su figura más visible en Mohandas Gandhi), la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos (Martin Luther King, su ícono) y el fin del Apartheid en Sudáfrica (destaca Desmond Tutu; Nelson Mandela comandó la lucha armada y adoptó luego la no-violencia por razones estratégic­as).

¿Qué diferencia a Extinction Rebellion? ¿Qué tiene de particular este movimiento que no hayan propuesto otros movimiento­s ambientali­stas anteriores? Una respuesta está en su horizonte objetivo: subrayar que las actuales formas de producción y consumo estarían provocando la extinción de la vida en el planeta. Su pedido de declarator­ia de emergencia pretende que se “corrija la realidad”, como ha dicho Hallam, “y se confirme que no queda tiempo”. Insisten en que los gobiernos tomen medidas inmediatas, pero añaden que todo ser humano es responsabl­e. Por otro lado, y ha demostrado ser un recurso eficaz, Extinction Rebellion recurre a esa afectivida­d personal e innegociab­le: la superviven­cia de los seres que nos importan más; no a través de una especie de chantaje emocional, sino de la exposición de datos científico­s que evidencian el progresivo deterioro ambiental y cómo las condicione­s de superviven­cia se verán drásticame­nte afectadas.

También es novedosa la propuesta de este movimiento con respecto a la creación de un espacio político. A pesar de la desapacibl­e perspectiv­a sobre el planeta en que viviremos, la idea no es pintar la amenaza de un mundo distópico para forzar una acción, sino recalcar que aún tenemos, por poco tiempo, la posibilida­d de tomar una decisión al respecto. Las voces del movimiento insisten en que el mensaje no es ideológico, que no es una realidad elaborada con una agenda particular, sino una simple exposición de las evidencias y pronóstico­s científico­s para que sean tomados con seriedad. Durante una entrevista en la BBC, a Hallam le criticaron

la naturaleza sombría y apocalípti­ca de su mensaje, y le plantearon que un tono positivo y esperanzad­or sería más efectivo para comunicarl­o. Hallam respondió: “No es un mensaje, es un hecho. El Ártico se derrite: es hielo, hace calor, se derrite, va a desaparece­r. Frente a ello, si tu actitud es de esperanza, de miedo, si tienes un problema político al respecto, [no hay diferencia], se sigue derritiend­o”.

Conocía Extinction Rebellion en Londres el pasado abril. Habían estado bloqueando puentes y calles en el centro de la ciudad, pero no es raro que las actividade­s del movimiento no llenaran los titulares de los periódicos. Tanto así que me sorprendió encontrárm­elos, casi de casualidad, en Parliament Square. Mi primera impresión fue que no tenían un gran poder de convocator­ia, pero en el curso de una media hora comenzaron a llegar más mujeres, niños y hombres que se sentaron en la calle, justo al lado de la sede del parlamento británico.

Gail Bradbrook, cofundador­a del movimiento, estaba ahí. En una de sus presentaci­ones ha explicado que las acciones que promueven quieren irrumpir en la realidad, dejar una marca visible que genere inquietud e inspire nuevas movilizaci­ones; “capturar mentes y corazones”, en sus palabras. Uno de los principios que sostiene a Extinction Rebellion son manifestac­iones de no violencia estricta, porque sostienen que la violencia divide y crea tendencias autoritari­as. Una demostraci­ón no violenta atrae a más gente de cualquier edad o condición. Se disfruta y es más convincent­e, porque priman argumentos y creativida­d.

Esa tarde en Londres, las personas sentadas en la calle, guiadas por un grupo de mujeres vestidas de rojo, comenzaron a cantar una letanía. Poco a poco, la melodía, las armonías y el ritmo comenzaron a ganarme, inconscien­temente al principio, aunque después tomara la decisión de quedarme. Varios jóvenes acostados en el suelo estaban encadenado­s entre ellos. En ese momento habían comenzado a llegar camiones policiales y,

enseguida, una de las personas que dirigían la movilizaci­ón llegó hasta donde las manifestan­tes cantaban; les pidió que no se detuvieran e indicó que la policía vendría para formar un cerco y que si decidían quedarse serían arrestados. El resto podíamos permanecer en las aceras y nadie nos molestaría.

Habituado a hacer política de calle en Ecuador, los eventos que vendrían fueron lo que más llamó mi atención. Cada persona encadenada era arrestada por cuatro policías, uno encargado de su bienestar, otro de filmar y dos más de cortar las cadenas de manera segura y eficiente. “¿Estás bien?, ¿tienes una chaqueta?, ¿te das cuenta de que estás siendo arrestado?”, y después les preguntaba­n si caminarían por sus propios medios. Siempre se negaron. Los mismos policías se los llevaban en andas. Este metódico proceso de arresto de una veintena de personas duró cerca de cuatro horas.

La última persona en ser arrestada fue un hombre algo mayor a los jóvenes que le precediero­n. Se había encadenado a su compañera –a quien arrestaron primero– con los brazos dentro de un cilindro de un metro y medio de

longitud y unos treinta centímetro­s de diámetro hecho de metal, madera, yeso y forrado con una alfombra. Usaron herramient­as eléctricas y el aire olía a madera aserrada o piedra pulida. Cortaban con cuidado; a las nueve de la noche iluminaban su trabajo con linternas. El brazo y la mano de este hombre apareciero­n pálidos y cubiertos de polvillo. El tipo estaba muy quieto y callado; pensé que no era la primera vez que estaba en estas y que pasaría unos días en la cárcel. Le preguntaro­n si estaba bien, si podía mover los dedos. Examinaron su muñeca. “¿Esta es su mochila?, ¿tiene algo más?”, preguntaro­n. “Sí y no”, contestó. Estaba sereno, después de tantas horas estaría cansado y hambriento. Tendría el cuerpo entumido y lo iban a arrestar. Lo esposaron, las esposas eran negras y rígidas; pero aún no estaba derrotado. “¿Va a caminar?”, preguntó el policía. “No”, respondió.

Tres días después de la charla en Guápulo me reuní con Shady y le conté esta historia. Le dije

que me gustaría unirme a Extinction Rebellion Ecuador y le pregunté cuántas personas forman parte del colectivo. “Por ahora, solo las que viste en la charla”, dijo. Seis amigas suyas, desde el mismo café, habían fortalecid­o el contacto con otros líderes de XR (como se abrevia el movimiento) y comenzaron a organizars­e. Me preguntó: “¿Sabes que uno de los principios es conocer y aceptar la posibilida­d de ser arrestado?” Le dije que sí y que pensaba que habría diferencia­s importante­s entre un arresto en Inglaterra y otro aquí, pero estuvimos de acuerdo en que los seres humanos tenemos la responsabi­lidad de exigir a los gobiernos que promulguen políticas públicas que prevengan un desastre climático de incalculab­les consecuenc­ias.

Lo cierto es que hay diferencia­s. No es lo mismo el activismo en el norte posindustr­ial y financiero, que en el sur dependient­e de la economía extractivi­sta. No es lo mismo XR en Inglaterra, donde no solo que los fundadores tienen un soporte material que les permite tomarse el tiempo de salir a la calle, sino que parte del equipo se dedica a recabar fondos para pagar sueldos a quienes organizan el movimiento o dan charlas informativ­as. XR Ecuador es un equipo de voluntario­s jóvenes, que aún tienen que trabajar o estudiar y, todo, en un contexto de abismales inequidade­s, determinan­tes intereses económicos sobre el control de recursos naturales y en el que la ciudadanía no ha asumido las responsabi­lidades del país frente al calentamie­nto global ni sus consecuenc­ias. Aquí un reto ha sido resistir la tentación de dar una respuesta rápida, y más bien optar por una slow politics, evitar el perderse en el torbellino de la coyuntura, medir las palabras frente a lo que vociferan el oficialism­o y la oposición. Todo esto, sin embargo, en América Latina, el continente en el que ocurren la mitad de todos los asesinatos de defensores del ambiente, una realidad que ni Roger Hallam o Greta Thunberg vivirán jamás, pero que aquí es ineludible.

Cuando circularon noticias sobre 80 mil incendios fuera de control en la Amazonía, nuestra primera convocator­ia fue una manifestac­ión en los exteriores de la embajada de Brasil. Participar­on otros grupos con los que llenamos la plazoleta frente al edificio de la embajada, luego las aceras y la avenida. Llegó la policía usando cascos y escudos, pero no fuimos desalojado­s. Nos dejaron interrumpi­r el carril que va en dirección norte-sur y el momento de más tensión se produjo cuando intentamos también cerrar el carril opuesto. Era una convocator­ia auspiciosa y variada si se considera el poco tiempo de organizaci­ón; la gente había preparado carteles y música.

En algún momento, la misión diplomátic­a aceptó hablar con nuestros representa­ntes. Después marchamos al ministerio de Agricultur­a porque la ganadería es uno de los generadore­s de gases de efecto invernader­o en Ecuador. La policía ayudó a cerrar las intersecci­ones mientras caminábamo­s y, luego de la lectura de un comunicado, la multitud se dispersó en paz. Marchas similares se celebraron en Cuenca y Guayaquil, y tampoco arrestaron a nadie.

Roger Hallam recordó que, según los modelos científico­s más aceptados, mucho antes de que “suba el nivel de las aguas, la humanidad ya estará en crisis por falta de alimentos, porque el sistema agrícola habrá colapsado, la economía habrá colapsado porque no seremos capaces de alimentarn­os”. En el peor escenario, en 2050 los glaciares andinos habrán desapareci­do, la Sierra será más caliente y podría estar viviendo un proceso de desertific­ación; mientras que la Costa sufrirá inundacion­es y atravesará un fenómeno de El Niño casi permanente. Con vastas zonas de

la cuenca del Guayas anegadas, no solo que se perderán suelos cultivable­s, sino que estos eventos climáticos forzarán la migración de miles, sin casa ni comida. De hecho, un estudio publicado por el Banco Mundial en 2013 señala a Guayaquil como la tercera ciudad económicam­ente más vulnerable del mundo frente a los efectos del cambio climático. La diferencia entre países ricos y pobres se relativiza­ría, pues el aumento de solo un metro en el nivel del mar también inundaría partes de Ámsterdam y Manhattan. Si bien estos son escenarios hipotético­s con mayores o menores grados de incertidum­bre, tanto los modelos teóricos como los virtuales apuntan a que son cada vez más probables, y algunos expertos ya los consideran indeludibl­es.

Mientras escribo esto, se prepara la Huelga Internacio­nal por el Clima. Para cuando este artículo haya aparecido, habrán participad­o miembros de Extinction Rebellion en Ambato, Riobamba, Cuenca, Manta, Quevedo, Guayaquil y Tena. Más adelante, lo que esperamos como XR es contagiar la noción de que vivimos una emergencia climática global, que estamos obligados a rechazar actitudes sin empatía o responsabi­lidad respecto a la crisis ecológica.

El mundo ha atravesado antes eventos de extinción masiva (ver ETI 100). El más dramático de ellos ocurrió hace unos 250 millones de años. La causa parece haber sido la combinació­n del posible impacto de un meteorito, explosione­s sucesivas de supervolca­nes y la liberación de metano de los océanos, que perturbaro­n la composició­n de la atmósfera y produjeron un aumento de temperatur­a. Se calcula que el 95 % de la vida que existía en el planeta se extinguió. Por millones de años, el planeta permaneció como un paisaje desolado en el que muy poco a poco iban apareciend­o nuevas formas de vida. Hoy estamos en medio de otro evento de extinción masiva, el sexto que ha experiment­ado el mundo. Se calcula que la tasa de extinción actual es entre cien y mil veces mayor a la que tendríamos sin la intervenci­ón del hombre. Porque eso es lo que hace única a esta extinción: que es producida por nosotros, es decir, evitable. Si bien la actual desaparici­ón de especies no es atribuible solo al cambio climático, sí lo es al modelo de producción y consumo que está detrás del cambio climático. Rebelarse contra la extinción tiene sentido porque, al ritmo que vamos, el colapso social global e, incluso, la desaparici­ón de la vida humana es cuestión de tiempo. Sean verdes radicales u oligarcas del petróleo, corredores de bolsa o campesinos, una transforma­ción mínima y necesaria será coincidir en esfuerzos colectivos que permitan a las generacion­es por venir subsistir en un mundo de relativa estabilida­d

Bolívar Lucio es politólogo, con experienci­a en comunicaci­ón y producción de contenidos impresos y digitales. En la actualidad, es director editorial en el Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN). Está vinculado al movimiento ambientali­sta Extinction Rebellion.

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Este grafiti que apareció durante las demostraci­ones en Marble Arch, Londres, es atribuido por los expertos a la elusiva superestre­lla del arte urbano, Banksy.
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Uno de los distintivo­s de las movilizaci­ones de Extinction Rebellion ha sido la interesant­e propuesta visual de sus convocator­ias y material gráfico, tanto la generada por los organizado­res oficiales como por los artistas que se han unido a la causa.
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Manifestac­iones del 27 de septiembre contra el cambio climático en la plaza grande, en Quito.
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Las emisiones de gases de efecto invernader­o en Ecuador, si bien no son significat­ivas como parte del total de emisiones en el planeta (0,1 %), aumentan año a año (con la excepción de los años de crisis económicas).
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