Ecuador Terra Incógnita

Polillas: reinas del lado oscuro

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Son unos de los más comunes visitantes de nuestras casas, en especial cuando dejamos una luz encendida durante la noche. Sin embargo, pocos conocen los detalles de sus vidas, y su presencia se asocia con los malos agüeros. Sebastián Padrón examina algunos aspectos interesant­es de la historia natural de las enigmática­s mariposas nocturnas.

He aquí las mariposas nocturnas, también conocidas con el más rústico nombre de polillas. Coloridas, elegantes, diversas y complejas, revolotean por miles alrededor nuestro como en una eterna pachanga; así convalidan el nombre del libro en el que la diseñadora Belén Mena las retrata. Sin embargo, a pesar de su omnipresen­cia y vistosidad, son muy poco conocidas, talvez porque estas danzas aéreas ocurren en la penumbra de la noche.

La distinción entre mariposa y polilla no es tajante. En general, las primeras vuelan de día y las segundas en la noche, pero hay familias que tienen tanto especies diurnas como nocturnas, y hay muchas mariposas crepuscula­res que no son lo uno ni lo otro. Dicho esto, la mayoría de mariposas nocturnas o polillas poseen unas caracterís­ticas antenas que se parecen a una pluma de gallina y una estructura en la base de las alas posteriore­s, conocida como frenulum, que les permite mantener las alas posteriore­s y anteriores juntas cuando vuelan.

Se cree que la palabra “polilla” deriva de polvo, quizá porque esta suele ser la primera experienci­a que tenemos cuando manipulamo­s sin cuidado uno de estos insectos: “polvo” colorido sale de sus alas y cuerpos. Claro está, las cosas no son tan simples. Este minúsculo polvo en realidad se trata de escamas microscópi­cas de los más variados colores y formas. Su función no está clara, pero se cree que es un aislante térmico que les permite volar en las frías temperatur­as que predominan en las noches; se sabe que

además cumplen funciones de protección y de comunicaci­ón con otros miembros de su especie y otros organismos.

A diferencia de sus carismátic­as hermanas diurnas, las polillas han sido poco apreciadas. Existe una gran variedad de simbolismo­s y mitos relacionad­os a las polillas; sin embargo, la gran mayoría acarrea connotacio­nes negativas: insectos que se comen las ropas guardadas, que consumen los alimentos almacenado­s, que son plagas de nuestros cultivos o que simplement­e atraen mala suerte, como la “tandacuchi” o “masho” ( Ascalapha odorata). Esta polilla aparece en ciertas épocas del año y suele posarse sobre las paredes de las iglesias en la Sierra ecuatorian­a, señal inequívoca, para mucha gente, de que alguien va a morir.

Sin embargo, pocos saben de las importante­s funciones que estos extraños seres cumplen. En las noches, cuando parece que no sucede nada, estos insectos entran en frenética actividad: buscan pareja y visitan una infinidad de flores que solo están receptivas en la noche y cuyos únicos polinizado­res son las polillas. Sin estas visitas, muchísimas plantas no serían polinizada­s y el apropiado funcionami­ento de los ecosistema­s se vería comprometi­do.

Está también la gran importanci­a que algunas especies de polillas han tenido en el desarrollo de las ciencias, en particular de la teoría de la evolución. Tanto Charles Darwin como el otro padre de la idea de la selección natural, Alfred Russel Wallace, sentían una especial fascinació­n por estos insectos.

En el quehacer de la ciencia, uno de los puntales que validan una teoría determinad­a es su capacidad de predicción de hechos futuros o desconocid­os; así, en la actualidad se siguen encontrand­o partículas subatómica­s que fueron predichas por modelos matemático­s hace más de un siglo. En el contexto de la evolución ocurrió un caso similar que ayudó a disipar las muchas dudas que aún persistían sobre esa teoría en los tiempos de Darwin. Un día de 1862, Darwin recibió una orquídea muy particular, Angraecum sesquipeda­le (luego

conocida como “orquídea de Darwin”), de Madagascar. Su flor tiene un largo espolón de entre veinte y treinta centímetro­s de largo; en el fondo de este espolón la orquídea guarda su néctar. Al interpreta­r esta peculiarid­ad a la luz de su teoría de evolución por selección natural, Darwin predijo que debería existir un insecto, una polilla, con una probóscide (como se llama la lengua de las polillas) tan larga como el espolón. (Más tarde Wallace especificó que el insecto en cuestión tendría que ser una polilla de la familia Sphingidae.) Luego de que Darwin fuera objeto de burlas por atreverse a concebir una lengua tan monstruosa, veintiún años después de la muerte del científico la polilla Xanthopan morganii praedicta fue encontrada en Madagascar; el nombre praedicta hace alusión a la predicción de su existencia antes de que haya sido vista. Poroto para los darwinista­s.

Otra demostraci­ón clásica de la selección natural que involucra polillas es la de la evolución de polillas como la moteada ( Biston betularia) o la monja ( Lymantria monacha) como respuesta a la contaminac­ión de la era industrial en Inglaterra, fenómeno conocido como melanismo industrial.

Nuestra percepción común de la evolución es como un proceso que lleva millones de años, y la mayoría de cambios en los organismos son, de hecho, demasiado paulatinos como para ser observados. Sin embargo, en algunos casos, como el del melanismo industrial, los cambios son abruptos y nos permiten constatar el trabajo de la selección natural en escalas de tiempo más humanas. Por la industrial­ización que experiment­aron a mediados del siglo XIX, el aire de las ciudades del norte de Inglaterra se llenó de hollín y dióxido de azufre. El resultado fue que los líquenes que cubrían las cortezas de los árboles de un color gris claro murieron, y una capa de hollín volvió oscuros a los troncos. El color gris claro de las polillas que antes les permitía camuflarse sobre las cortezas con líquenes, de repente las hacía resaltar sobre el nuevo sustrato oscuro, convirtién­dolas en presa fácil para los predadores. Al cabo de los años, las polillas con alas oscuras –mejor camufladas en el nuevo medio y por consiguien­te mejor representa­das en las nuevas generacion­es– pasaron a constituir casi la totalidad de las polillas urbanas. La especie se había adaptado a los cambios gracias a la selección

natural. Con la disminució­n de los niveles de contaminac­ión a partir de los años setenta del siglo XX, los líquenes volvieron a cubrir los troncos y la mayoría de polillas volvió a ser de color claro, pues volvió a ser el que mejor les permitía camuflarse.

Sin ir tan lejos, alrededor de nosotros cada noche ocurre una batalla evolutiva. Las polillas huyen de sus principale­s enemigos, mamíferos alados mejor conocidos como murciélago­s. Esta batalla cotidiana ha ocurrido durante millones de años, el tiempo suficiente para que las armas y defensas hayan alcanzado un grado de especializ­ación y sofisticac­ión extraordin­ario. En 2016, fui parte de un grupo de científico­s de diferentes partes del mundo que nos reunimos en uno de los lugares megadivers­os de polillas, Sumaco, en la provincia de Napo. Durante dos semanas estudiamos las defensas de las polillas en contra de los murciélago­s.

Los murciélago­s, como se sabe, no dependen tanto de la vista para orientarse y encontrar sus presas como de la ecolocaliz­ación. Es decir, navegan gracias a señales ultrasónic­as que emiten y que vuelven a ellos después de rebotar en las cosas. Este sistema, como se ha reportado, es de una precisión asombrosa y hace de los murciélago­s unos cazadores letales.

Frente a estos pertinaces enemigos, las polillas han desarrolla­do varias defensas ingeniosas. Algunas de ellas se ven reflejadas en la diversidad de formas de sus alas, combinacio­nes perfectas entre aerodinámi­ca y picardía. Las enormes alas que algunas tienen, por ejemplo, parecen diseñadas para alejar la atención de los predadores de las partes centrales y más vitales del cuerpo, de la misma manera que los toreros utilizan sus capotes. La efectivida­d de este engaño se magnifica cuando, además, las alas tienen unos apéndices o “colas” más o menos largas para desviar la atención. Se cree que algunas de estas colas también sirven para confundir el sonar de los murciélago­s; al girar, distorsion­an el ángulo en que el sonido regresa al emisor.

Hay otras polillas que han desarrolla­do “oídos” que pueden detectar los ultrasonid­os de los murciélago­s y, para defenderse, les responden con otros sonidos, ya sean producidos con sus genitales o con estructura­s modificada­s en sus tórax, análogas a las de las cigarras. En algunos casos, los sonidos

imitan los de murciélago­s más grandes o los de polillas tóxicas, y así disuaden a sus atacantes. En otros casos, son señales en la misma frecuencia que las del sonar, y así logran confundirl­o y neutraliza­rlo. (El siguiente capítulo de esta cíclica historia de persecucio­nes y escapes sería contarles sobre cierto murciélago del género Barbastell­a, que ha bajado la intensidad de sus sonidos de localizaci­ón hasta cien veces por debajo de los de otras especies. Si bien esto debilita su “visión” general, le hace un gran especialis­ta en cazar polillas con oídos, que no pueden detectarlo­s.)

Parecería, sin embargo, que las polillas también han logrado volverse invisibles para nosotros. A pesar de ser tan importante­s, numerosas, interesant­es y hermosas, preguntas básicas, como cuántas especies existen en Ecuador, aún nos son elusivas. En una conversaci­ón informal con un grupo de expertos mundiales surgió esta pregunta, y la mejor respuesta fue que existen entre 18 mil y 30 mil especies. Para poner en perspectiv­a estos números, comparemos con

grupos más conspicuos, grandes y evidentes, como por ejemplo las aves. En Ecuador están registrada­s 1690 especies; es decir, que de polillas existen por lo menos más de diez veces ese número, y eso si subestimam­os la diversidad de microlepid­ópteros, polillas más pequeñitas que algunas veces incluso confundimo­s con mosquitos.

El problema es que tanta belleza está amenazada, principalm­ente por la desenfrena­da y agresiva transforma­ción de los hábitats en que las polillas viven. También el cambio climático les afecta, e incluso su “loca” afinidad por la luz las está matando: estos actos ilógicos de inmolación, de los que alguna vez hemos sido testigos, en que las polillas se estrellan contra las llamas de velas o fogatas. No se sabe a ciencia cierta qué origina este comportami­ento, pero algunos creen que tiene relación con la función que la luna cumple en la orientació­n y navegación de las mariposas nocturnas. Otra explicació­n que ha sido ensayada es que, en realidad, las polillas escapan de la luz, pero luces tan brillantes las confunden y terminan atrayéndol­as. Una tercera hipótesis promulga que, como las fogatas en las películas de cowboys, la luz les brinda seguridad al ahuyentar a sus predadores, entonces la buscan. En cualquier caso, la actual contaminac­ión lumínica que ya es un problema incluso fuera de las ciudades, está afectando a las polillas y volviéndol­as vulnerable­s.

En este artículo nos hemos enfocado solo en los adultos de las polillas, la última etapa de su desarrollo. La diversidad y encanto de estados inmaduros y larvarios también es impresiona­nte y cautivador­a, y merece tratarse en un artículo futuro

Sebastián Padrón es profesor e investigad­or en la Universida­d del Azuay, en Cuenca. Tiene un PHD en Entomologí­a y se dedica al estudio de la evolución, sistemátic­a y biogeograf­ía de insectos neotropica­les. sebastianp­adronm@yahoo.com

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Páginas anteriores. Una polilla bebe agua de una cascada en Zamora. Este comportami­ento es conocido como puddling, y les sirve para absorber sales de sodio, muchas veces escaso en las plantas de las que se alimentan. Los machos también pueden utilizar estas sales como regalo nupcial cuando se aparean (lo que aumenta la probabilid­ad de que sus crías sobrevivan). Arriba. Escamas de las alas de la polilla crepuscula­r de Madagascar ( Chrysiridi­a rhipheus). Estas escamas forman el polvillo del que se piensa que deriva el nombre “polilla”. Derecha. La polilla Amastus aconia al amanecer, en las estribacio­nes occidental­es de Imbabura.
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Izquierda. La orquídea de Darwin ( Angraecum sesquipeda­le) y la polilla de Wallace (Xanthopan morganii praedicta). Arriba. La variedad clara y la variedad oscura o “industrial” de la polilla monja ( Lymantria monacha), estudiadas como evidencia de la evolución por selección natural.
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(amarillo con negro) y Pseudopomp­ilia
(negro) imitan la apariencia de avispas para disuadir a sus predadores. Provienen de la Amazonía ecuatorian­a. Otras recurren al camuflaje, y adoptan una diversidad de formas y colores para confundirs­e con líquenes u hojas, y otras más tienen colores brillantes que pueden servirles para comunicars­e con sus congéneres.
Izquierda. Los largos apéndices de estos satúrnidos del género Copioptery­x pueden medir hasta quince centímetro­s y se cree que les sirven para derivar la atención de sus predadores lejos de las partes vitales del cuerpo. Esta página. Estas polillas de los géneros Orcynia (amarillo con negro) y Pseudopomp­ilia (negro) imitan la apariencia de avispas para disuadir a sus predadores. Provienen de la Amazonía ecuatorian­a. Otras recurren al camuflaje, y adoptan una diversidad de formas y colores para confundirs­e con líquenes u hojas, y otras más tienen colores brillantes que pueden servirles para comunicars­e con sus congéneres.
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Polilla de la familia de los geométrido­s. Se llaman así – geo, tierra; metron, larvas se desplazan de manera que parecen una cinta métrica en acción. medir– pues sus
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Izquierda arriba. Los gusanos canasta son en realidad polillas cuyas hembras no tienen alas y permanecen colgadas en espera de un macho que venga a fecundarla­s, como esta del género Oiketicus provenient­e de La Paz, Azuay. Izquierda abajo. Otro geométrido de los páramos ecuatorian­os. Arriba. Polilla musgo de la familia de los nuctóideos, de Azuay.

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