Ecuador Terra Incógnita

Pasado y futuro de la dieta humana

- por Diego Lombeida

Recién hemos empezado a comprender los pormenores de la evolución humana. Uno de los debates más vivos concierne a la dieta de nuestros ancestros y parientes extintos. Diego Lombeida repasa los recientes hallazgos de restos fósiles humanos y las conclusion­es a las que estos han llevado a los investigad­ores.

LOS MISTERIOS DE NUESTRO PASADO

En el mundo de la biología, uno de los enigmas más fascinante­s, pero al mismo tiempo más polémicos, tiene que ver con la evolución del comportami­ento. Como el reconocido paleontólo­go e ilustrador John Conway lamenta en su introducci­ón al libro All yesterdays ( Todos los ayeres): “Los comportami­entos rara vez se fosilizan y todo el integument­o y musculatur­a desaparece­n o están muy distorsion­ados”. Por eso reconstrui­r las historias naturales de especies extintas resulta una tarea ardua; requiere de un delicado balance entre lo que podemos deducir a partir de la evidencia fósil, de lo que podemos observar en las formas actuales, pero también de abundante “especulaci­ón fundamenta­da” e imaginació­n. Un sorprenden­te ejemplo de esto tiene que ver con nuestra propia evolución. Uno pensaría que en los 148 años transcurri­dos desde que Charles Darwin propusiera en El origen del hombre (1871) que los humanos descendemo­s de primates africanos, ya habríamos logrado desentraña­r la mayor parte de nuestra historia evolutiva.

Sin embargo, y pese a contar con una docena de especies humanas descritas, hay mucho que todavía nos falta por conocer, comenzando por una definición universalm­ente aceptada del género Homo, al cual pertenecem­os. Con el descubrimi­ento de nuevos fósiles, las distincion­es entre nuestro género y los de nuestros parientes más cercanos: Australopi­thecus, Paranthrop­us, Kenyanthro­pus y Ardipithec­us, se han vuelto cada vez más confusas. Compartimo­s caracterís­ticas como la posición bípeda, las manos hábiles capaces de usar herramient­as, pero variamos en muchos otros caracteres, incluidos el tamaño del cerebro, las proporcion­es de las extremidad­es y lo que podemos deducir acerca de sus comportami­entos, es decir: qué comían, cómo se movilizaba­n y dónde vivían. El alcance de estas cuestiones va más allá de la biología o la antropolog­ía y aborda una pregunta filosófica fundamenta­l: ¿Qué es un humano? Increíblem­ente, esta interrogan­te ahora abarca no solo a nuestra especie sino a los otros humanos que, entre 2,4 y 1,4 millones de años atrás, sentaron las bases de nuestra complicada familia allá en el África.

Para responder a estas y otras interrogan­tes recurrimos además de a la antropolog­ía y arqueologí­a, a la Mastozoolo­gía, que es la rama de la biología que estudia los mamíferos. Una de sus principale­s fuentes de informació­n, tanto para especies vivas como extintas, han sido los dientes. En este sentido, se ha propuesto una nueva perspectiv­a para agrupar a las especies humanas: el tamaño de los dientes. Esto se debe a que dientes más pequeños parecen ser evidencia de una dieta de mejor calidad, así como de la habilidad para preparar alimentos usando herramient­as y fuego, en lugar de tener que masticar alimentos crudos por mucho tiempo. Otra propuesta relacionad­a es la de comparar nuestro tiempo de crecimient­o: los humanos necesitamo­s largas infancias y adolescenc­ias para poder desarrolla­r nuestros cerebros y para aprender. Nuevamente, estos patrones de desarrollo se pueden descubrir estudiando caracterís­ticas microscópi­cas en los dientes.

En este artículo explorarem­os algunos de los hallazgos que estas nuevas técnicas han aportado al conocimien­to de la dieta de los humanos tempranos, algunos de ellos sorprenden­tes. También examinarem­os qué implicacio­nes tienen al momento de evaluar nuevas modas nutriciona­les, como aquellas que sugieren adoptar dietas ancestrale­s para las que nuestros cuerpos estarían diseñados. Por último, echaremos una mirada al futuro: ¿en qué direccione­s puede evoluciona­r nuestra alimentaci­ón frente a cambios como, por ejemplo, la actual acumulació­n de CO en la atmósfera?

QUÉ SABEMOS DE LASANTIGUA­S DIETAS

Como hemos visto, al comparar el tamaño y las caracterís­ticas de los dientes de nuestros ancestros, y gracias a los avances en la lectura del ADN fósil, la posibilida­d de analizar microfósil­es tanto en herramient­as de piedra como en asentamien­tos arqueológi­cos e, incluso, en la placa dental de humanos fallecidos hace cientos, miles y millones de años, hemos podido entender mejor lo que consumían nuestros antepasado­s.

La mayoría de los estudios apuntan al sorpresivo resultado de que los ancestros de nuestra especie consumían una dieta variada, que incluía no solamente carne, frutos y semillas, como antes se pensaba, sino también carbohidra­tos, y que esto sucedía desde hace más de 100 mil años. Esta afirmación se basa en el hallazgo de las herramient­as usadas para preparar estos alimentos, de los restos de avenas y cebadas cocinadas hace 65 mil años y de restos de almidón en la placa dental de humanos que vivieron hace 50 mil años. Los restos de almidones cocinados más antiguos incluso datan de hace 120 mil años. Otro hallazgo inesperado fue la evidencia de la elaboració­n de pan al menos 3 mil años antes de que apareciera­n los primeros cultivos en la región del hallazgo. Y aunque los restos de los huesos de los animales que cazábamos son mucho más comunes en los registros arqueológi­cos que los restos de almidones, esto puede explicarse porque los huesos suelen preservars­e mejor. Además, nuestros propios genes proporcion­an claras evidencias: poseemos múltiples copias del gen responsabl­e de la producción de la encima salival amilasa, que nos permite descompone­r almidones. Incluso los humanos de hace 8 mil años ya poseían una gran cantidad de copias de este gen, lo que permite deducir que nuestros ancestros desarrolla­ron esta caracterís­tica porque ya consumían carbohidra­tos mucho antes del descubrimi­ento de la agricultur­a, hace unos

11 mil años. De igual manera, los humanos no contamos con las adaptacion­es específica­s que muestran otros mamíferos estrictame­nte carnívoros; por ejemplo, no podemos sintetizar ciertas vitaminas sino que debemos obtenerlas de comida vegetal. Nuestro tubo digestivo también tiene la extensión y las caracterís­ticas propias de un mamífero con dieta omnívora, es decir, variada.

Estos hallazgos han fomentado un debate no solo entre antropólog­os, sino entre el público en general, debido a que contradice­n lo propuesto por una tendencia conocida como Dieta Paleo o Dieta Paleolític­a, entre varios otros nombres, que, en términos generales, consiste en intentar replicar la dieta que sus proponente­s afirman era la de nuestros ancestros durante los períodos paleolític­os inferior y medio (2,85 millones de años hasta 30 mil años a. C). Esto implicaría comer exclusivam­ente aquello que los proponente­s de la Paleodieta presumen que estaba disponible para estos humanos, es decir: vegetales, frutas, nueces, raíces y carnes. La prescripci­ón es evitar no solo alimentos procesados, sino también carbohidra­tos y el resto de los alimentos que se obtuvieron en el neolítico (13 mil años a. C.) gracias a la invención de la agricultur­a. El argumento es que la evolución nos “diseñó” para esa dieta, por lo tanto es la más saludable y adecuada a nuestra constituci­ón biológica. Si bien los orígenes de esta idea se pueden rastrear hasta alrededor de 1890, fue recién a partir de los años setenta, con

la publicació­n de libros como The stone age diet ( La dieta de la edad de piedra) de Walter L. Voegtlin, y luego, en 2002, con el libro de Loren Cordain, The Paleo Diet, que ha cobrado un real protagonis­mo en medios, prensa y, ahora, en muchos sitios de internet.

Como hemos visto, las premisas sobre las que se promueve la Paleodieta no son válidas. Los humanos presentamo­s adaptacion­es para comer una variedad de alimentos, incluidos los carbohidra­tos. En todo caso, la dieta humana no viene determinad­a solo por nuestro acervo biológico, o, más bien, lo que caracteriz­a a ese acervo es la versatilid­ad. Diferentes poblacione­s humanas en distintos lugares y tiempos han combinado con creativida­d diversos tipos de alimentos de acuerdo a su disponibil­idad y a la base tecnológic­a y cultural de cada sociedad.

EL FUTURO: CAMBIO CLIMÁTICO Y ADAPTACION­ES VEGETALES

Lrivadas as cultivadas, presiones de los plantas, cambios de continúan tanto la ambientale­s. selección silvestres sujetas natural Y es como a evi- de- las dente que entre los cambios más dramáticos están aquellos provocados por el cambio climático producido por el hombre. Ya son bien conocidos los anuncios sobre un futuro inmediato caracteriz­ado por climas más extremos y la subida en el nivel del mar. No obstante, un fenómeno al que se le ha dado muy poca atención tiene que ver con la eventual disminució­n nutriciona­l de nuestros alimentos vegetales causada por una mayor concentrac­ión de carbono atmosféric­o. Para comprender este fenómeno, primero debemos hacernos una pregunta: ¿de dónde obtienen las plantas, los árboles, por ejemplo, su masa? Si bien la respuesta más común es que esta masa proviene de nutrientes del suelo, la curiosa realidad es que proviene del carbono en el aire. En otras palabras, la madera de un árbol es básicament­e aire (el dióxido de carbono que este contiene) convertido en biomasa. En consecuenc­ia, una mayor concentrac­ión de carbono en el aire determina que las plantas crezcan más. Sin embargo, este mayor crecimient­o

provoca presentes nutrientes Este nuevo en una repartidos efecto la dilución planta del en (la cambio una de misma biomasa l os climático cantidad nutrientes mayor). fue de propuesto mostraron que luego el contenido de que varios de proteínas estudios y mi- denerales en nuestros cultivos ha ido decayendo consistent­emente durante las últimas décadas.

En un principio se pensó que esto podría ser producto del agotamient­o de nutrientes en los suelos de cultivo, lo que en algunos casos resultó cierto. También se planteó que era un efecto más de la selección artificial que se ha enfocado en lograr cultivos con mayores rendimient­os. No obstante, tras demostrars­e que esta disminució­n de nutrientes también sucede en plantas silvestres, hubo que buscar una explicació­n de índole global, demostrada luego a través de experiment­os. En cuanto a los potenciale­s efectos de este nuevo problema, hay varios escenarios propuestos; algunos hablan de que para 2050 podríamos enfrentar una severa deficienci­a proteínica debida a los menores niveles de nutrientes en nuestros cultivos. Curiosamen­te, otro efecto colateral de la disminució­n de nutrientes podría ser un mayor índice de obesidad, ya que al no obtener los nutrientes requeridos, nuestros cuerpos podrán responder ingiriendo más biomasa, en otras palabras, comiendo más. La solución podría ser una dieta más variada. Estos estudios no hacen sino recalcar la necesidad de profundiza­r las investigac­iones acerca de los posibles nuevos impactos sobre nuestras fuentes alimentici­as y sobre cómo nuestros cuerpos, sociedades y políticas podrán responder a estos cambios.

NUESTRAS RESPONSABI­LIDADES

Con respecto a las Dietas Paleo, es importante recalcar la evidencia de que ayudan a perder peso y a corregir disfuncion­es metabólica­s, y que comer más vegetales y restringir nuestro consumo de alimentos procesados y con alto contenido de azúcar siempre resultará beneficios­o. Por otro lado, también es convenient­e mencionar que estas dietas pueden provocar deficienci­as en calcio y conllevar riesgos para personas con osteoporos­is.

Investigac­iones sobre nuestras dietas y cómo han ido evoluciona­ndo aportan importante­s lecciones, como la importanci­a de la variedad. Ya que nuestro cuerpo no puede sintetizar muchos de los nutrientes y vitaminas que necesitamo­s, debemos obtenerlos de nuestros alimentos y, dependiend­o de dónde vivamos, hay una gran diversidad de opciones a las que podemos acceder. Lo preocupant­e es que nos hemos ido concentran­do más y más en solo pocas especies para elaborar nuestras dietas: solo quince cultivos hacen el 90 % de la alimentaci­ón mundial, con una dominancia clara del maíz, la soya, el trigo, el arroz y los derivados de la palma africana. Nuestros alimentos deben incluir aquellos frescos y de temporada, porque todos los métodos de preservaci­ón alimentici­a, tanto modernos como antiguos, cumplen la función de eliminar bacterias. Pero nuestro tubo digestivo es un ecosistema lleno de bacterias. Aún no conocemos bien cómo los diferentes preservant­es afectan a estas bacterias, pero sabemos que estas son vitales para nuestra salud física y emocional. Por último, debemos aprender más sobre aquellos alimentos que son necesarios a pesar de no ser tan nutritivos. Incluso aquellos elementos que no digerimos, como la fibra, tienen efectos importante­s sobre nuestros procesos digestivos y nuestra salud integral.

Por último, no podemos ignorar la necesidad urgente de aplicar ciencia y decisiones políticas responsabl­emente para aliviar terribles realidades: el último reporte de las Naciones Unidas nos advierte que el número de personas con hambre en el mundo aumentó en 2018 por tercer año consecutiv­o, superando los 820 millones, con casi un cuarto de la población mundial sin acceso regular a una alimentaci­ón segura, nutritiva y suficiente. Y que la malnutrici­ón, sobre todo infantil, tiene efectos severos y duraderos en las sociedades. En el caso ecuatorian­o, no hemos podido superar una desnutrici­ón infantil crónica del 25 %, en tanto que, a nivel mundial, un infante muere de hambre cada tres segundos

Diego Lombeida es biólogo, tiene una maestría en Administra­ción Ambiental orientada al sector energético; es profesor de la Pontificia Universida­d Católica del Ecuador e ilustrador. akira_ec@yahoo.com

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 ??  ?? Abajo. Escena de cacería y entierro de una familia de neandertal­es ( Homo neandertha­lensis), que vivió en Eurasia entre 400 mil y 40 mil años atrás.
Abajo. Escena de cacería y entierro de una familia de neandertal­es ( Homo neandertha­lensis), que vivió en Eurasia entre 400 mil y 40 mil años atrás.
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Arriba. Fogón en Siria, donde fueron encontrado­s restos de pan de más 14 500 años de antigüedad, los más tempranos hasta ahora y cerca de 3 mil años anteriores al desarrollo de la agricultur­a. Abajo. Una migaja de ese pan vista al microscopi­o.
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Los monocultiv­os industrial­es son la principal causa de la deforestac­ión en Sudamérica. En la foto, cultivos de soya se expanden a costa del bosque de cerrado, en Ribeiro Gonçalves, nororiente brasileño.

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