Ecuador Terra Incógnita

Píllaro, altar del rayo y del trueno

- Fotos: Paúl Salazar Texto: Susana Freire

La espectacul­aridad de sus bailes y máscaras y la rebelde energía que emana han otorgado fama a la diablada pillareña, en la que diablos y capariches se toman las calles del pueblo los primeros días de cada año. Paúl Salazar y Susana Freire viajan hasta este cantón de Tungurahua para producir un registro íntimo y novedoso de esta popular fiesta.

Indagar en la historia de Píllaro puede llevarnos por distintos cauces, empezando por sus primeros habitantes hasta llegar al origen de su nombre y su relación con el general inca Rumiñahui. Según lo relatado por Juan de Velasco, existieron varias tribus en la región de lo que hoy es Ambato: los huapantes, píllaros, quizapinch­as e izambas. Por su parte, el sacerdote José María Coba en su Monografía general sobre el cantón Píllaro (1929), sostuvo que los habitantes primigenio­s de Píllaro fueron los panzaleos. Gracias al testimonio del cacique Pablo Tituaña (1894), Coba pudo conocer que el antiguo rey de Píllaro, de San Miguel y de Mulalillo se llamó Pillahuazo Jati. La hija que Pillahuazo tuvo con la reina Choazangui­l de Huanacurí se casó, a su vez, con el inca Huayna Cápac, de cuya unión nacería Rumiñahui. El ati Pillahuazo y su familia gozaron de respetabil­idad durante el reinado de treinta años de Huayna Cápac, y Pillahuazo talvez fue parte del consejo de ancianos y uno de los depositari­os del testamento del inca. Apoyó a Atahualpa en su enfrentami­ento con Huáscar y, más tarde, a su nieto Rumiñahui en contra de los españoles.

En cuanto al origen y significad­o del nombre Píllaro, Coba apunta que los moradores de los valles, al observar las tempestade­s de rayos que caían sobre la cordillera de Píllaro, la denominaro­n “altar del dios del rayo y del trueno” (en chimú, pilalla es rayo, y aro es altar o descanso). De igual forma, los antropólog­os Costales establecie­ron que en lengua quitu el vocablo pillallau se traduce como “el resplandec­iente” o “la escritura del rayo”, y tiene relación con una deidad llamada así, de cintura para arriba cóndor, y de allí para abajo puma. Según la tradición, Pillallau emitía espantosos alaridos que desataban granizadas en las noches oscuras.

EL PILLAREÑO RUMIÑAHUI

Rumiñahui tomó un papel protagónic­o en la historia tras el asesinato del inca Atahualpa a manos de los españoles, el 26 de julio de 1533 en Cajamarca. Según testimonio de Juan de Betanzos (quien recibió la información de Cuxirimay Ocllo, esposa de Atahualpa), a Rumiñahui le fue entregado el cadáver de Atahualpa en Quito. Motivado por un sentimient­o de rebeldía ante los sucesos, organizó una campaña de resistenci­a cuyo punto culminante fue la batalla de Tiocajas, famosament­e decidida en su contra por la erupción del Cotopaxi. Su ejército se resquebraj­ó y no tuvo otra salida que replegarse hacia la región de Quijos. Pese a sus esfuerzos, Rumiñahui fue acorralado por Juan de Ampudia y sus hombres cuando se disponía a salir hacia Sigchos, donde deseaba reunirse con el gobernador de Quito, Zopozo Pangue, para emprender una resistenci­a común. Cuando este último se enteró del apresamien­to de Rumiñahui, abandonó Sigchos y huyó hacia Píllaro, donde fue capturado tiempo después por los españoles. Tanto Rumiñahui como Zopozo Pangue fueron ajusticiad­os por los españoles a mediados de 1535 (según Juan de Betanzos, Rumiñahui fue quemado). Uno de los aspectos de la historia de Rumiñahui que tiene más versiones es el lugar en donde habría escondió aquel tesoro que tanto resguardó de la ambición española. Al respecto, el sacerdote Coba Robalino dio a conocer que los habitantes antiguos de San Miguel de Muliambato (Salcedo) y Píllaro, solían comentar que Rumiñahui ordenó que se lo ocultara en un sitio cercano al complejo montañoso Llanganati (ver ETI 71). Y en este punto volvemos nuevamente la mirada hacia Píllaro, que es la entrada para ingresar a estas enigmáticas montañas.

REBELDÍA Y FUEGO

Píllaro fue siempre un importante bastión de resistenci­a indígena, y como consecuenc­ia su población fue diezmada durante el proceso de colonizaci­ón. Para 1570, don Antonio Clavijo recibió una comisión especial para fundar varios pueblos en el centro de la Audiencia de Quito, entre ellos, Píllaro. Desde ese momento se llama Santiago de Píllaro, en honor al apóstol patrón de España. Esta figura apostólica goza de gran importanci­a en el país ibérico; en narracione­s del siglo IX aparecía montado sobre un caballo blanco en las guerras contra

los moros. Además de este papel análogo al de los pillareños en la resistenci­a, también es interesant­e señalar que, junto a su hermano Juan, por su fogosidad, Santiago fue apodado por Jesús como apóstol “boanaerges”, es decir, “hijo del trueno”. ¿Será una coincidenc­ia que los españoles hayan elegido a este apóstol como patrón de Píllaro?

Los truenos de las rebeliones de indígenas y mestizos también siguieron presentes: entre 1700 y 1711, ante el despojo violento de las tierras comunales por parte del alférez real, señor Martínez Puente; la de 1730, por el reclutamie­nto de veintitrés personas para una mina de Sigchos; la de 1770 contra el estanco al aguardient­e, el tabaco y la sal, así como el cobro de las alcabalas; la de 1780 por el impuesto de las alcabalas a la población indígena; la de finales del siglo XVIII en contra de la

enajenación de terrenos baldíos y comunales en los páramos orientales de Píllaro… Durante la época republican­a también hubo un importante levantamie­nto, en 1898, frente al impuesto municipal de dos centavos a la venta de cerdos y ovejas. Unos 7 mil campesinos armados de palos y piedras se enfrentaro­n a las tropas del gobierno al grito de ¡muera el municipio!, ¡mueran los ladrones de los pobres!, ¡mueran los calzados! La ciudad de Píllaro fue saqueada y los archivos municipale­s quemados. Una vez vencidos y diezmados, varios indígenas y mestizos fueron encarcelad­os en Ambato. El 17 de julio del mismo año Eloy Alfaro concedió el indulto general, sin que por ello lograse aplacar la rebelión que aún bullía entre la población de Píllaro.

¿TODO COMENZÓ CON UNA VISIÓN?

Casi tantas versiones como la historia sobre el lugar del tesoro de Atahualpa hay sobre el origen de la diablada pillareña. Una de ellas nos fue revelada en una sencilla vivienda en el sector de Penileo. Vidal López nos contaba acerca de sus primeras andanzas como bailarín en la fiesta de Inocentes: a sus dieciocho años bailó como diablo. A los veinticinc­o, su esposa, Estela Morejón, le sugirió que mejor bailase disfrazado de guaricha, personaje femenino encarnado por un hombre cuyo traje se compone de combinación, enagua, camiseta, sombrero con espejos y cintas, careta de malla, guantes, shigra cargada de caramelos, pañuelo de seda y un fuete de cuero de vaca. La acompaña una muñeca bastante descuidada (su hija o hijo), debido a que en su afán por disfrutar de la fiesta, la guaricha sale apurada de su casa sin importarle el estado del vástago. Como afirma doña Estela, lo que le encanta a este personaje es andar “guarichand­o” sin que le importe el qué dirán.

Don Vidal es hijo de quien fue Narciso López (nacido en Píllaro en 1901). Según la versión de doña Estela, su suegro es quien inició la celebració­n de Inocentes tras experiment­ar

una visión. Cuando joven, Narciso tenía por costumbre dormir sobre una loma en el sector de Shanshipam­ba (hoy Guanguiban­a). Una de esas noches empezó a escuchar unos ruidos muy fuertes que venían desde el fondo de una quebrada. Agazapado, observó cómo de allí emergían, envueltos en una luz fantasmagó­rica, algunas parejas de personas, una guaricha, un capariche y un diablo, al son de una banda de pueblo. Más tarde, en sueños, recibió la comanda de replicar esa visión en su pueblo. Desde esos tiempos se festeja la “inocentada de don Narciso López” –como la denominaro­n en Píllaro– el 1, 3 y 6 de enero de cada año.

Otros ubican los antecedent­es de la diablada en “La Legión”, un grupo de personas que salían disfrazada­s en los Inocentes de mediados del siglo XIX: el duende, la muerte, la mujer de mal vivir, el alma condenada, el diablo, la loca viuda, entre otros. Unas carretas con un ataúd en su interior recorrían las calles del centro de Píllaro; el periplo terminaba con la simulación de un entierro. El diablo solía llevar una máscara muy grande (a veces con tres caras), mientras que la muerte estaba personific­ada por una máscara de calavera. Esta espeluznan­te representa­ción tuvo su mayor auge entre los años de 1930 y 1950, y el señor Froilán Darquea fue quien elaboraba las máscaras de diablos (a él le tomaría la posta Heriberto Cortez). La Legión fue prohibida por las autoridade­s, ya que causaba mucha impresión; sin embargo, estuvo vigente hasta 1970.

Y así, hay una serie de versiones sobre el origen de esta fiesta. En definitiva, lo que remarcan todas ellas es el carácter subversivo del diablo de Píllaro. De hecho, hay un antecedent­e citado que ubica a la diablada como descendien­te directo de los levantamie­ntos indígenas: el alzamiento liderado por Miguel Tubón, cacique de Guambaló. Él habría convocado a todos los indígenas de la jurisdicci­ón, incluido el gobernador de Píllaro, a sublevarse el día de Corpus Christi de 1768 contra los españoles. Debían presentars­e disfrazado­s de diablos o matachines y, armados con machetes, unirse a las comparsas de danzantes que bajarían al pueblo. El plan se frustró debido a que ciertos indígenas borrachos habrían revelado los detalles de la sublevació­n. Lo cierto es que la diablada estuvo en franco declive hasta los años noventa del siglo pasado en que, coincidien­do con el levantamie­nto indígena, fue revitaliza­da. TRAS LA MÁSCARA

Una de las caracterís­ticas sobresalie­ntes de la diablada pillareña es la habilidad y creativida­d que ponen los artesanos de Píllaro en la elaboració­n de las máscaras que utilizan los danzantes. La actividad de grandes y pequeños talleres toma fuerza en los meses previos al festejo. La elaboración de una máscara hecha por encargo puede tomar de tres semanas hasta varios meses. Algunos de los principale­s artesanos son Ángel Velasco, Segundo Chicaiza, Marco Caillamara, Néstor Bonilla, Ítalo Espín, Marco Campaña y Patricio Ortega. Ángel Velasco se dedica a este trabajo por más de 43 años. Su oficio nació cuando, hace algún tiempo, lo invitaron a participar en la diablada con la partida de Tunguipamb­a, para lo que alquiló una máscara de diablo que por lo vieja y fea daba más pena que espanto. Al año siguiente se le ocurrió hacer su propia máscara y, para su sorpresa, la máscara no solo causó admiración sino que se la compraron. Al tercer año ya hacía varias máscaras.

En un inicio, sin experienci­a, hacía las máscaras todas talladas de madera. Ahora las hace con moldes, con varias capas de papel maché. Los cuernos son de vaca o de carnero, y los colmillos, que antes se hacían de papel o alambre, hoy son de hueso, mazapán o fibra de vidrio. Ya no se usan los cuernos de venado que se utilizaban cuando no había regulacion­es ni conciencia ambientale­s. Al son del gusto de turistas y clientes, las máscaras han ido haciéndose cada vez más grandes y elaboradas

Paúl Salazar es un fotógrafo nacido en Sígsig, Azuay, residente del centro de Quito. Es diseñador gráfico por formación. Ha publicado varios libros de fotografía, entre los que destacan Dolorosa del Colegio:

rosario de la aurora y Quito cotidiano, sobre manifestac­iones culturales en el centro histórico de la capital. Susana Freire es doctora en Jurisprude­ncia y escritora especializ­ada en patrimonio y cultura. Tanto las fotografía­s como el texto adaptado provienen del libro Píllaro: la diablada, en preparació­n.

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 ??  ?? Páginas anteriores. Pareja de “filas”, importante­s personajes de la diablada, representa­ntes del barrio Tunguipamb­a. Izquierda. Se llamaba guarichas a las mujeres que acompañaba­n a los soldados en sus campañas. Hoy es un hombre vestido de mujer, personaje infaltable en muchas celebracio­nes andinas.
Páginas anteriores. Pareja de “filas”, importante­s personajes de la diablada, representa­ntes del barrio Tunguipamb­a. Izquierda. Se llamaba guarichas a las mujeres que acompañaba­n a los soldados en sus campañas. Hoy es un hombre vestido de mujer, personaje infaltable en muchas celebracio­nes andinas.
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 ??  ?? Izquierda. Partida del barrio Santa Marianita al grit o de ¡A t omarse la plaza! Arriba. Parejas de filas del barrio Huanguiban­a, en su en trada a la plaz a de Píllaro. Abajo. Las máscaras de diablos hechas por artesanos locales, cada vez más elaboradas, son una de las razones de la fama de las diabladas.
Izquierda. Partida del barrio Santa Marianita al grit o de ¡A t omarse la plaza! Arriba. Parejas de filas del barrio Huanguiban­a, en su en trada a la plaz a de Píllaro. Abajo. Las máscaras de diablos hechas por artesanos locales, cada vez más elaboradas, son una de las razones de la fama de las diabladas.
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 ??  ?? Arriba. El danz ante Andrés Velasco. Abajo izquierda. Un f amiliar acicala al bailarín durante el “trajeo”. Abajo derecha. Edwin Lara se prepara para la fiesta.
Arriba. El danz ante Andrés Velasco. Abajo izquierda. Un f amiliar acicala al bailarín durante el “trajeo”. Abajo derecha. Edwin Lara se prepara para la fiesta.
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Arriba. El municipio le vanta gr aderíos al rededor de la plaz a par a que los turis tas disfruten de las representa­ciones. Abajo. Momento durante el “descanso”, que en realidad se lo utiliza para seguir con el jolgorio.
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 ??  ?? Arriba. Diablo de la partida del barrio Tunguipamb­a. Abajo. Las familias completas se agolpan para presenciar el trayecto de las partidas hacia la plaza.
Arriba. Diablo de la partida del barrio Tunguipamb­a. Abajo. Las familias completas se agolpan para presenciar el trayecto de las partidas hacia la plaza.
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Arriba. Cachos de vaca y de cabra para la elaboració­n de las máscaras, en el taller del maestro Julio Moya. Abajo. Luego de una vuelta a la plaza cada partida tiene su lugar de descanso, antes de desfilar por segunda vez y regresar a su barrio.

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