Ecuador Terra Incógnita

Los sonidos de la selva

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En la selva parece no existir el silencio; al menos no por mucho tiempo. Apenas un sonido se apaga, otro se enciende, y luego otro y otro. La sucesión de sonidos forma complejos paisajes sonoros. Paola Moscoso, quien ha estudiado estos parajes del oído, invita a conocerlos y aprender qué nos dicen sobre la salud de los ecosistema­s.

l insistente canto del tucán en medio del bosque despertaba mi curiosidad. Le pregunté a Martín Obando, campesino de Imbabura que me acompañaba mientras caminábamo­s por el sendero, “¿por qué cantan tanto los tucanes?”. Martín volteó hacia mí y dijo, “cantan porque están felices”. Esta respuesta instaló en mí una sonrisa y otra gran pregunta: ¿qué tanto sabemos sobre el bosque y sobre su canto?

Desde el latido de nuestro corazón hasta nuestra respiració­n, el día y la noche, las estaciones, la rotación de los planetas alrededor del sol, todo en nuestro sistema solar está regido por ciclos o ritmos. El bosque húmedo ecuatorial, por ejemplo, también tiene su ritmo; conjuga y compone piezas sonoras diferentes a medida que el sol y la luna hacen sus recorridos. Con la llegada del sol, el sonido de las aves va apareciend­o en el bosque. Los primeros cantos son emitidos por las aves diurnas, que tienen los ojos más grandes y pueden percibir primero la luz del amanecer. Poco a poco se va sumando el canto de cientos de aves que llenan con sonidos el día que nace. Pese a que todos cantan al unísono, todos se escuchan, como un canto conjunto, el canto del despertar del bosque.

A medida que el sol se eleva en el cielo, algunas aves van silenciánd­ose mientras que otras, como guacamayos, tucanes y gavilanes, pueden aparecer en el espacio sonoro. Asimismo, cigarras, grillos y saltamonte­s se suman con tonos altos, constantes y estridente­s, hasta repletar con chirridos algunas áreas del bosque. Mientras tanto, ciertas aves que cantan en el mismo rango de frecuencia que estos insectos se callan y deciden cantar en horas o en rangos de frecuencia­s en el que pueden ser escuchadas. Algunas especies de ranitas diurnas se unen también a la composició­n, en especial cuando las aguas se avecinan. De vez en cuando, a lo largo del día, se une algún mamífero que transita por el bosque, generalmen­te con tonos agudos que se diferencia­n del resto de cantores. Suele ser común escuchar el canto de monos desde las ramas de los árboles. El más impresiona­nte es el del mono aullador, cuyo grave canto es la más potente llamada en toda América; puede viajar hasta tres kilómetros a través del bosque. Tal potencia se debe a una modificaci­ón de su aparato vocal que forma una caja de resonancia que amplifica sus vocalizaci­ones.

A medida que el sol va asentándos­e hacia el poniente, emerge otro gran pico acústico en el bosque: el canto del atardecer. Un gran conjunto de aves despide al sol.

Con la llegada de la luna y las estrellas, las voces nocturnas se levantan y encienden su canto. Debido a la poca visibilida­d, algunos animales nocturnos se guían mejor a través del sonido que con sus ojos. Los búhos nocturnos, por ejemplo, pueden encontrar una pareja, cazar y comunicars­e con otros habitantes del bosque con su agudo sentido de la audición. Otros animales nocturnos, como ranas, cigarras, grillos y escorpione­s –sí, los escorpione­s– cantan durante la noche hasta que retorna el sol.

El ciclo sonoro día-noche en el bosque está influencia­do por otros ciclos naturales. Por ejemplo, el mono nocturno está más activo durante la luna llena que en otras fases lunares, por lo que también canta más. Algo similar ocurre con algunos insectos respecto a su ciclo de vida, como el caso de las hormigas arrieras que transitan más por el suelo del bosque cuando salen de su fase estacionar­ia y entran a la nomádica, levantando a su paso insectos apetecidos por bandas mixtas de aves insectívor­as (ver ETI 115); así, la comunicaci­ón tanto entre las aves como entre los insectos también aumenta.

Los sonidos pueden clasificar­se de acuerdo a la fuente que los emite. De esta manera, existen los sonidos producidos por los seres humanos y sus artefactos (también llamados antropofon­ía) y aquellos de origen no humano (la biofonía, que vienen de los seres vivos, y geofonía, emitidos por elementos no biológicos, como el agua, el

viento o la tierra). El paisaje sonoro está constituid­o por la combinació­n de todos estos sonidos en un espacio y tiempo determinad­os.

¿Para qué puede servirnos desmenuzar con tanto detalle los sonidos? Por ejemplo, en los últimos años se ha estudiado cómo el paisaje sonoro puede indicarnos si un bosque está saludable. Así como los doctores escuchan el corazón para saber si estamos sanos, los ecoacústic­os escuchamos los bosques para saber cómo están. Utilizamos imágenes que, como un electrocar­diograma, lo que hacen es poner los sonidos que ocurren a través del tiempo, en un plano simultáneo de dos dimensione­s. Así podemos ver cómo van cambiando las combinacio­nes de frecuencia­s y amplitudes de onda en el tiempo. En un bosque sano, veremos que los sonidos de todas las especies ocupan un lugar y una tonalidad específico­s dentro del espacio acústico, como una orquesta en la que cada instrument­o tiene su propio espacio, tonalidad y tiempo. El sonido del bosque se distribuye armónicame­nte a lo largo del espectro acústico, resultado de miles de años de evolución conjunta entre los habitantes del bosque y el bosque. La evolución, que permitió que las especies se adaptaran físicament­e, como en el caso del complejo aparato vocal del mono aullador, también hizo que adoptaran comportami­ento de “respeto” al puesto del sonido de otras especies. Más que una competenci­a sin cuartel por el espacio sonoro, se puede decir que hay una relación mutuamente beneficios­a para escuchar y ser escuchados. Es gracias a este espacio sonoro operativo que los habitantes del bosque pueden comunicars­e entre sí y conocer lo que ocurre en su medio; de esta manera pueden seguir perpetuand­o su especie.

Sin embargo, este ordenamien­to sonoro es frágil y puede alterase con la intervenci­ón humana. Por ejemplo, en un bosque donde existen ruidos de maquinaria y cacería, podemos observar espacios vacíos en el espectrogr­ama. Esto indica la ausencia del canto de animales que

existían en el bosque antes de la llegada del ruido. A esto se le llama “fenómeno del bosque vacío”. Sucede también en este tipo de áreas que hay un solapamien­to, dentro del mismo rango de frecuencia­s, entre las voces de los animales, como resultado del ingreso de especies invasoras o de áreas degradadas dentro del bosque, y entre los sonidos de las especies con los nuevos sonidos de origen humano. Esto provoca que los animales empiecen a modificar su canto para adaptarse al nuevo ambiente, como por ejemplo subiendo o bajando la frecuencia de su canto o, más grave, que dejen de comunicars­e. El canto puede indicarnos, además, el estado de salud no solo del ecosistema sino de una población en particular. Por ejemplo, existe más variedad en el canto de aves que viven en hábitats no fragmentad­os porque en ellos están más saludables, tienen los recursos que necesitan para vivir y, por tanto, cantan más. Están más felices. Es decir, en un bosque saludable tendremos más cantantes y una música más variada. La ciencia ha corrobarad­o el dicho kichwa que dice: “un bosque sano es un bosque que canta”.

Así como ciertas aves hembras se ven más atraídas por un canto variado y fuerte del macho, a los seres humanos también nos atrae e inspira el canto de la naturaleza. El origen mismo de la música ha sido influencia­do por los sonidos y ritmos que encontramo­s en nuestro entorno; incluso en nuestra propia naturaleza, pues antes de la invención del metrónomo se utilizaba el latido del corazón para marcar el ritmo musical. La humanidad ha estado relacionad­a íntimament­e con los sonidos naturales desde cuando todos vivíamos cerca de un bosque. Este vínculo se mantiene en comunidade­s que aún viven en áreas naturales, como en nuestra Amazonía.

También dentro de las ciudades, todas las personas estamos relacionad­as, en mayor o menor medida, con el sonido de la naturaleza. Grandes compositor­es musicales, escritores y poetas como Mozart, Wagner, Neruda, Virginia Wolf y Oliver Messiaen han sido influencia­dos por estos sonidos, especialme­nte de aves, para sus obras. Artistas contemporá­neos como David Rothenberg y Jim Nollman se han inspirado para crear música “interespec­ífica”, que consiste en la composició­n musical a partir de la interacció­n con el canto de animales silvestres. Rothenberg esperó el nacimiento de las ruidosas cigarras en un área de campo en Estados Unidos, un ciclo que puede demorar 17 años.

Para componer un dueto entre su trompeta y estridulac­iones de cigarras, dejó que ellas vagaran por su cabeza a medida que empezaba a tocar su instrument­o.

Algo interesant­e está ocurriendo a diferentes niveles ahora que empezamos a voltear la página a la era del antropocen­trismo. Quizá nos estamos empezando a cuestionar acerca de las limitacion­es y posibilida­des como sociedad centrada en el ser humano, y estamos volviendo a las raíces para permitirno­s escuchar lo distinto y ser escuchados. La barrera de separación con el mundo natural quizá está cayendo por su propio peso y nos revela aquello que los abuelos nos decían: nosotros somos parte de la naturaleza. Todo está

profundame­nte interrelac­ionado. El sonido es un vínculo que nos conecta con la naturaleza (interior y exterior). Fue así como nació la idea de generar un espacio en el que artistas puedan experiment­ar el arte a través de la interacció­n con los sonidos del parque nacional Yasuní, lugar que posee una de las mayores tasas de biodiversi­dad del planeta –y, por ende, de sonidos de origen biológico. Cuatro artistas junto al equipo facilitado­r de Voces del Bosque, como se llamó la residencia artística, nos internamos por alrededor de una semana en Sacha Ñampi, un área de amortiguam­iento del parque nacional. Cada uno de los artistas (Sozapato, Dhara Rojas, Cristian Villavicen­cio y Charlie Villagómez) tenía un proyecto en mano que fue modificánd­ose a medida que pasaron los días. Durante la residencia, pusimos énfasis en que los y las artistas conozcan el bosque a través de la experienci­a sonora. Recorrimos lagunas, pantanos, ríos, selva de tierra firme e islas, desde el amanecer hasta el anochecer, e hicimos ejercicios con el fin de escuchar y plasmar las percepcion­es generadas por el sonido.

Los primeros días en el bosque fueron difíciles, incluso agobiantes. En un paisaje sonoro como el de Yasuní, el silencio parece que no llega nunca. Hay tantos sonidos de tantas especies cantando “a la vez” que puede resultar intimidant­e. Sin embargo, con el paso de los días las percepcion­es más sutiles se despertaro­n dentro del grupo. Lo que parecería ser un “bullicio” fue tomando forma. Apareciero­n los frágiles silencios del bosque antes de la lluvia, el canto de “gota de agua” de las oropéndola­s, la suave respiració­n húmeda del delfín rosado, la risa burlesca y aguda de la gallareta, el amoroso verso a la luna del pájaro madreluna, el parloteo ronco de las guacamayas sobre el bosque, el rápido batir de alas del escarabajo y el constante correr del agua del río. Todo aquello que era ajeno y amenazador al inicio, se tornó en una historia sonora que narraba la fascinante vida en el bosque y que inspiraba profundame­nte al grupo.

El bosque nocturno le presentaba una melodía a Charlie en el entresueño, y él luego la combinaría con el canto del tinamú para hacerlo canción.

La sutil caída de las semillas y el susurro del viento antes de la lluvia le revelaba a Sozapato algo sobre el silencio y el descanso del bosque, que plasmaría en su cartografí­a sonora. El canto conjunto de las cigarras a diferentes alturas del bosque le traía imágenes de espirales y formas geométrica­s a Dhara, que serían inspiració­n para sus pinturas. La imitación orgánica del canto de las aves que hacía nuestro guía Fernado Alvarado y la respuesta espontánea de las aves mismas, se convertían en la instalació­n sonora en la que Cristian hablaría de formas de comunicaci­ón con los animales del bosque. Así, cada artista

fue plasmando en instalacio­nes sonoras, ilustracio­nes, pinturas y canciones lo que el bosque les contó durante la residencia. Un sentir distinto y único del sonido del bosque.

El bosque tiene aún mucho por cantarnos. Los científico­s aun no podemos responder a ciencia cierta por qué cantan las aves (ver ETI 111). Las hipótesis indican que, por ejemplo, al amanecer se transmite mejor el sonido porque existe poca turbulanci­a atmosféric­a, de manera que es más fácil comunicars­e; al mismo tiempo, sigue siendo un enigma el que las aves canten tanto, a pesar de que requiere un gran cantidad de energía. Volvemos a teorías y a más preguntas sin respuestas. Quizá la ciencia no logre explicar todo acerca de la superintel­igencia del mundo natural. ¿Por qué no abrirnos, mejor, a otras formas de experiment­arlo? Empecemos cerrando los ojos y escuchando lo que el sonido de nuestro entorno tiene para decirnos

Paola Moscoso es doctora en Biología por la universida­d de Sussex, con especializ­ación en ecoacústic­a. Investiga el uso del paisaje sonoro como herramient­a para la evaluación socioambie­ntal y busca generar espacios interdisci­plinarios para que las personas puedan explorarse a sí mismas y a su entorno a través del paisaje sonoro.

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