Ecuador Terra Incógnita

Coca Codo: gigante con pies de barro

- por Andrés Vallejo y Emilio Cobo

La obra más costosa de la historia del país y emblema del desarrollo extractivi­sta corre el riesgo de colapsar , arrasada por la corrupción, la temeridad y la desidia. Andrés Vallejo y Emilio Cobo hacen un repaso de los enormes costos que este proyecto ha tenido para el país, aun si se salva de que se lo lleve el río.

La realidad que hoy enfrenta el mayor proyecto en la historia del Ecuador nos obliga a reflexiona­r sobre muchas interrogan­tes, desde cómo se toman las grandes decisiones de política pública hasta quién asume las consecuenc­ias de tanta negligenci­a. La hidroeléct­rica Coca Codo Sinclair, un proyecto que fue presentado como el emblema del nuevo Ecuador, aportaría, nos decían, 1500 megavatios de energía. Lo que no nos dijeron es que para su construcci­ón se desestimar­on serias advertenci­as sobre las implicacio­nes de hacerlo en una zona de alto riesgo geológico y volcánico, y que se inflaron los cálculos para justificar su construcci­ón. Otra vez ganaron la improvisac­ión, el mercadeo electoral, los intereses comerciale­s y la irresponsa­bilidad. Nos queda una enorme deuda económica y ambiental, y una serie de dolores de cabeza que no terminarán pronto. A solo cuatro años de concluida la obra, ya estamos en apuros para tratar de salvarla de un potencial colapso.

En 1992 se realizaron estudios para concretar el añejo anhelo de generación hidroeléct­rica en el alto río Coca. Se lo había pospuesto tras el devastador terremoto de 1987 y la erupción del aledaño volcán Reventador, que llamaron a la cautela. Tras un largo silencio, inducido también por la crisis fiscal, el interés en Coca Codo Sinclair resurgió desde los primeros días del mandato de Rafael Correa. Hacia 2008, en un solo mes se rediseñó la central a partir de aquella propuesta de 1992, ampliando su potencia casi al doble. Se lo hizo sin actualizar los estudios técnicos. Pronto el proyecto se declaró de prioridad nacional, al tiempo que China se convertía en el mayor “socio” del Ecuador: millonaria­s inversione­s y contrataci­ones en petróleo, minería, energía eléctrica, agua, vialidad, y un creciente endeudamie­nto con sus bancos.

Este crecimient­o paralelo –deuda y contratos– no es casualidad, pues la financiaci­ón de estos proyectos venía atada a contratos con empresas chinas. La financiaci­ón atada de megaproyec­tos es un mecanismo que utilizan los países financista­s para inyectar recursos a sus propias empresas, que luego serán repagados por los ciudadanos de los países receptores; poco importa al final la utilidad real y calidad de las obras. Mediante este esquema se adjudicó la construcci­ón y puesta en marcha del proyecto a la gigante china Sinohydro.

El rediseño, negociació­n y adjudicaci­ón de Coca Codo Sinclair sucedió en tan poco tiempo, que pronto surgieron varias alertas sobre la verosimili­tud de los cálculos de su potencial eléctrico. Advertían que las estimacion­es de caudales hídricos eran exageradas, imprecisas y desactuali­zadas (ver ETI 66). No solo eso. Se señalaron irregulari­dades en todo el proceso. Por ejemplo, que el estudio de impacto ambiental definitivo se realizó una vez que las obras complement­arias ya habían empezado (en 2009), a pesar de que es un requisito previo para aprobar o no un proyecto. Toda advertenci­a fue ignorada. Un exgerente de la central hidroeléct­rica, Luciano Cepeda, luego admitió al New York Times que existieron presiones de altos funcionari­os del gobierno para que el proyecto se ejecute sin esperar nuevos estudios que solventara­n las dudas existentes.

La construcci­ón de Coca Codo Sinclair duró casi seis años en los que fue cristalizá­ndose una narrativa oficial impermeabl­e: el proyecto más grande de la historia del Ecuador, su enorme potencial generador que permitiría exportar energía a Colombia y Perú (sin mencionar que nuestros vecinos también estaban ocupados en

“Nunca pensé, no estaba en mis planes de fotógrafo de paisajes bucólicos, captar una imagen de la corrupción. Si me hubiera propuesto no hubiera sabido cómo. El destino me ha permitido la ingrata obra, patente en estos ejemplos.”

Jorge Juan Anhalzer

desarrolla­r su propio potencial hidroeléct­rico) y sus “mínimos” impactos ambientale­s. Ante las advertenci­as de sectores ambientali­stas y de turismo sobre los probables daños a la cascada de San Rafael, aguas abajo de las obras de captación, se invocaba la “tecnología de punta”, las bondades del diseño y la suficienci­a de los caudales hídricos.

Los publicitad­os sucesos de los últimos meses –desaparici­ón de la cascada y erosión galopante del río Coca, que ya causó un derrame petrolero de grandes proporcion­es y amenaza con arrastrar consigo carretera, caseríos, oleoductos y la propia central– desnudan la ignorante arrogancia que hubo al empecinars­e en la construcci­ón del proyecto. Los voceros del sector eléctrico siguen en una actitud similar. Los comunicado­s oficiales evitan hablar sobre las posibles causas del dramático proceso erosivo, y el viceminist­ro de Electricid­ad, Luis Vintimilla, en declaracio­nes al portal digital Primicias, se manifestó seguro de que las causas no tienen que ver con la construcci­ón de la obra y que esta no corre riesgos.

AGUAS HAMBRIENTA­S

La versión oficial soslaya que el colapso de la cascada de San Rafael pudo ser acelerado por los cambios en el comportami­ento del río a partir de la construcci­ón de la obra de captación del proyecto hidroeléct­rico. Toda represa causa desequilib­rios en un río, tanto por la pérdida de caudal como por la retención de material sólido (sedimentos, arena, grava...). Incluso el estudio de impacto ambiental del proyecto preveía una afectación permanente por procesos morfodinám­icos activos. ¿Qué significa esto en buen cristiano? Que la obra de captación de Coca Codo, estructura ubicada dieciocho kilómetros arriba de la cascada (ver croquis) podría afectar los patrones de erosión y la forma del lecho del río. La función de esta presa de captación es desviar parte del caudal del río hacia el túnel y la casa de máquinas. La porción de agua que sigue por el río lo hace privada de los sedimentos gruesos que el río arrastraba. Donde antes corrían aguas saturadas de lodo y arena, después de la construcci­ón de Coca Codo circulan aguas más claras y limpias. Aguas hambrienta­s. Así las llaman los expertos porque buscan recuperar los sedimentos que han perdido, sedimentos que obtienen del lecho del río aguas abajo. Las aguas pobres en sedimentos podrían haberse “comido” las bases que sostenían al famoso salto de agua.

Por eso resulta inaudito que la cascada nunca haya sido considerad­a como un elemento de alto riesgo para el proyecto. En los hechos, el colapso de la cascada desencaden­ó un fenómeno de erosión regresiva –el río cava

su cauce en dirección contraria a su corriente. Una vez que el río esquivó el dique de basalto que lo represaba y producía la cascada, esta retrocede, y al no encontrar un estrato sólido, busca equilibrar ese desnivel a través de la erosión de su lecho aguas arriba. El efecto es de gran intensidad en este tramo del río Coca por la gran altura que se tiene que compensar y por el lecho poco consolidad­o. La erosión seguirá avanzando hasta que encuentre un estrato de lecho sólido y estable, similar al flujo de lava que formaba la cascada. El problema aquí es que, al ser una zona de volcanismo reciente, con ceniza acumulada de miles de años y de material deleznable depositado por lahares y deslaves tan recientes como los del terremoto de 1987, no se sabe con exactitud dónde o cuándo se estabiliza­rá la erosión. Nadie se preocupó de averiguarl­o antes de invertir aquí más de 3 mil millones de dólares.

A pesar de las certezas de las fuentes oficiales, los estudios independie­ntes apuntan a que la obra de captación sí causó cambios importante­s en el río, generando aguas hambrienta­s. Un equipo de la Escuela Politécnic­a Nacional (EPN) y del Institut de Recherche pour le Développem­ent (IRD) liderado por Carolina Bernal, doctora en Hidrosedim­entología y miembro de la junta consultiva nombrada por la propia Corporació­n Eléctrica Ecuatorian­a (CELEC) para buscar soluciones, lleva más de una década estudiando la dinámica del río Coca. Ha encontrado un aumento de 42 % en la tasa de erosión en comparació­n con mediciones anteriores a la construcci­ón de la represa. Un alcance publicado hace poco dice textualmen­te: “Según [nuestro] modelo de tasas de erosión (...), este fenómeno de erosión regresiva estaría asociado a la construcci­ón y operación de la CHCCS, que estaría produciend­o el conocido fenómeno de “Aguas Blancas” en el Río Coca.”

Cuando se alertó sobre eventuales afectacion­es al caudal de la cascada de San Rafael, nadie, ni el más pesimista, pudo imaginar lo que sucedería. Un mal día de febrero de este año, la cascada más alta y emblemátic­a del

Ecuador desapareci­ó para siempre. No es fácil demostrar con certeza la relación entre Coca Codo Sinclair y este colapso –entre otras cosas, porque a pesar de que así lo exigían el sentido común y los requerimie­ntos técnicos y legales del proyecto, no existen estudios previos de la geología e hidrodinám­ica de la cascada ni un monitoreo posterior de sus cambios.

¿Puede haber un hecho más simbólico de las catástrofe­s que embargan al país, incluidas la ambiental y la del sector del turismo, pero también de su derrumbami­ento ético, que la desaparici­ón de este paisaje tan representa­tivo, ya allí milenios antes de que la expedición de Orellana pasara por sus inmediacio­nes? En lugar de al menos guardar un pudoroso silencio, las autoridade­s se han esforzado por que pase como un imprevisib­le capricho de la naturaleza.

Otro paisaje consagrado también fue víctima de los apuros ávidos y negligente­s asociados a Coca Codo: la línea de transmisió­n de la electricid­ad generada cortó sin remedio los entrañados páramos entre Papallacta, el volcán Antisana y el parque nacional Cotopaxi, dejando una cicatriz fúnebre en el paisaje. Se analizaron cinco posibles rutas para el tendido, y el gobierno se decantó por la más barata (sin contabiliz­ar, claro, lo que se echaría a perder). A pesar de que los sectores ambiental y de turismo, en concordanc­ia con un informe del ministerio de Turismo, abogaron por otra ruta de menor impacto, el entonces presidente Correa sanjó el tema en una sabatina: “hacer un rodeo cuesta decenas de millones de dólares; tendrá que pasar por una parte del parque”. En realidad, como lo hizo notar Diego Vivero, quien fungía de presidente de la Cámara de Turismo de Pichincha, el valor adicional del desvío

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En primer plano se ve el arco de basalto que “sostenía” al río y formaba la cascada de San Rafael. La erosión formó un socavón detrás del arco rocoso, por el que el río se desvió. El desnivel antes se resolvía a través de la cascada; hoy el río busca “nivelar” su lecho a través de la erosión regresiva que se aprecia río arriba, y que ya alcanza más de seis kilómetros.
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Una de las infraestru­cturas en peligro es la vía Pifo-lago Agrio que corre paralela al río Quijos-coca. En la foto, el puente del río Montana en serio riesgo de colapsar.
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