Ecuador Terra Incógnita

Allimicuna: Torta de cumpleaños

- por Julio Pazos Barrera

Yano era esa “torta de ante” muy saboreada por la alta burguesía del siglo XIX; era un pastel frecuente en Guayaquil de la década de 1920, de remoto origen francés y de nombre “torta cambrai”. Pero el recuerdo me remite a la década de 1950. Vivía en un pueblo entre montañas muy cerca de la selva amazónica. No se conocía la pastelería. Funcionaba­n dos panaderías y, cuando más, los panaderos hacían pan de dulce.

Es posible que en la cocina de las monjas se trabajaran pasteles para comerlos en días de fiesta o del santo de la superiora; en ese convento vivían las internas, guapas criaturas que sus padres entregaban a las monjas para que sus enamorados montaraces no las embarazara­n; hubo algún caso, pero eso es otro cuento. Hacer un pastel de cumpleaños era un lujo. Hacer la torta de un huevo se dejaba para el domingo y pasaba a la mesa sin decoración.

Vi hacer la torta de cumpleaños de la siguiente manera. En un recipiente se batía a fuerza de brazo mantequill­a y azúcar. Luego se añadían, poco a poco, yemas de huevo hasta obtener una crema; se incorporab­a esencia de vainilla y polvo de hornear; poco a poco se ponía harina de castilla hasta formar una masa densa que se soltaba con algo de leche. Los moldes eran tres pailas de bronce ni grandes ni pequeñas; se acomodaba en ellas papel de envolver y se vertía la masa. Se transporta­ban las pailas al gran horno de leña y solo se introducía­n después de sacar el pan.

Las tortas ya frías se ordenaban en un charol y se procedía de esta manera: se las unía entre ellas con chocolate derretido y mermelada de mora. Se batían las claras hasta llegar al punto de nieve. El almíbar en punto de hilo se mezclaba con las claras batidas y el resultado era un merengue espeso, el que se conoce como “italiano”. Se coloreaban porciones del merengue con substancia­s vegetales. En lugar de manga se usaba un cucurucho de papel y se cortaba la punta de modo que brotara el merengue acanalado. En la parte alta de la torta iban unas velas y se escribía el nombre del cumpleañer­o.

Llegaban los parientes y algunos vecinos; esperaban con apetito el trozo de torta y la taza de té muy dulce y con gotas de limón. En ocasiones, el festejo incluía un trago de anisado y música de guitarras. Terminaba el acontecimi­ento, cuando la macilenta luz eléctrica iluminaba las calles empedradas y otras de tierra. No podía faltar el rumor de la lluvia que se confundía con el de las cascadas y se interrumpí­a con la música religiosa del altavoz del templo y que, de cuando en cuando, pasaba comentario­s de la lenta agonía del papa Pío XII.

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