Stella y los monos diminutos
Una bióloga ecuatoriana dedica su vida a desentrañar los detalles de las vidas de los monos más pequeños del mundo. Juan Freile recuenta su trayectoria y explica algunos de sus esclarecedores descubrimientos, incluida la existencia de dos especies en el país, y no una, como se creía. En el camino, conoceremos un poco más a estas minúsculas y fantásticas criaturas del bosque amazónico.
Cuando Stella de la Torre empezó a estudiar Biología se imaginaba a sí misma descubriendo fósiles humanos que ayudaran a entender la evolución de nuestra especie. El encuentro con una tropa de monos chichicos ( Leontocebus nigricollis) en su primera visita a Cuyabeno trastocó esos planes para siempre. De apenas medio kilo de peso, estos pequeños primates viven en grupos familiares que se mueven nerviosos en el bosque en busca de las frutas, flores, semillas e insectos que consumen con voracidad.
Verlos hechizó a Stella porque atisbó en ellos sus comportamientos de primate humana; desde chica le apasionaba tratar de entender nuestra propia conducta. Más tarde, cuando aprendió que cada especie de primate tiene su comportamiento particular, distinto, a su vez, del comportamiento humano, esa fascinación no tuvo retorno. Los chichicos, también llamados bebeleches, le abrieron los ojos al mundo de los primates. A ellos dedicó Stella sus primeros esfuerzos de investigación, cuando todavía estudiaba en la universidad, en Quito. No obstante, poco después su interés giró hacia otra especie de monito, emparentado con los bebeleches pero todavía más pequeño: el leoncillo o mono tití. Así es como esos primeros encuentros con los monos de la Amazonía cambiaron en Stella los anhelos de escarbar fósiles humanos por una fértil carrera como estudiosa de los primates. LOS ENCANTOS DE LA PRIMATOLOGÍA El estudio del comportamiento de primates tuvo en tres primatólogas a sus pioneras. Diane Fossey estudiaba gorilas en el este de África; Birute Galdikas, orangutanes en el sureste de Asia; y Jane Goodall, chimpancés en Tanzania. Sus observaciones prolongadas de la conducta individual y grupal de estas especies les brindaron una mirada íntima de ellas, y arrojaron una cantidad insospechada de información sobre la evolución de su comportamiento. Además, sus carreras, reportadas con frecuencia por los medios, fueron inspiración para otras primatólogas más jóvenes, incluida Stella de la Torre. Como quizá en ninguna otra rama de la zoología, en la investigación de primates dominan las científicas.
Investigar monos resulta atractivo por diversas razones. Para empezar, pueden ofrecer períodos largos de observación de sus comportamientos a quien sepa moverse con cautela, hacer silencio y dar importancia a cada detalle que encuentra. Esto es casi imposible con otros
mamíferos como los felinos, tapires o roedores, tan huidizos y solitarios que muy pocas veces se los ve. Otra ventaja es que las distintas especies suelen ser fáciles de distinguir entre ellas, lo que añade certidumbre a las investigaciones. Además, aunque todos los monos se mueven en tropas, casi siempre podemos distinguir a sus integrantes individuales, sea por sus diseños faciales, alguna peculiaridad del pelaje o, incluso, actitudes características. Esto facilita la observación y comprensión de los roles que juegan hembras y machos, adultos y jóvenes, e incluso ameniza las jornadas de estudio, pues se comienzan a interpretar las interacciones entre individuos –sus gestos, sus voces, sus presuntas intenciones– en entramados que podrían parecerse a dramas o comedias.
Esta interpretación de sus comportamientos, sin embargo, conlleva un riesgo; hay que cuidarse de no “humanizar” los comportamientos de los animales: esa mona parece estar aburrida, aquel mono está enamorado, esos monitos son maliciosos. Si bien existen comportamientos individuales marcados por situaciones específicas –cercanía de depredadores, celo reproductivo, dominancia y subordinación dentro de un grupo–, quienes los investigan deben evitar traducirlos a sentimientos que, hasta donde sabemos, son particularidades humanas. STELLA Y LOS LEONCILLOS El leoncillo, mono pigmeo o tití de bolsillo (género Cebuella) es el primate más pequeño de América y el mono más pequeño del mundo. Apenas supera los cien gramos y es tan pequeño que todo su cuerpecito cabe en una mano humana. Los leoncillos comen principalmente exudados de la corteza de árboles y lianas. Aunque también se alimentan de insectos y algún pequeño vertebrado ocasional, están entre los primates americanos más especializados en cuanto a su dieta y al hábitat que ocupan. Viven en áreas muy reducidas (menos de una hectárea) y solo en bosques a orillas de lagunas y ríos. Ser tan chicos y tan fieles a sus pequeñas áreas de vida los pone en serio riesgo de ser depredados por otros mamíferos o aves, por lo que son tímidos y movedizos. Esta vulnerabilidad también provoca que vivan en grupos pequeños formados por una pareja de adultos y sus varias camadas de crías.
Por si no fueran lo bastante encantadores, la mona más pequeña del mundo suele procrear gemelos, que son atendidos con mucho empeño por todo el grupo. A pesar de esto, apenas la mitad de las crías sobrevive más allá de los cuatro meses de edad. Quizá para compensar esta alta mortalidad, en general las hembras paren dos veces por año.
Para vivir en grupos tan compactos, los leoncillos han desarrollado un complejo sistema
de comunicación sonora. Así pueden mantener el contacto constante requerido para la atenta coordinación del cuidado grupal de las crías. Además, necesitan estar alerta ante la presencia de depredadores. Tienen un tipo de aviso para advertir que se acerca una culebra y otro si ven algún ave rapaz. Emiten un llamado diferente para los encuentros cercanos y otro para comunicarse a la distancia. Igual, el papá emite un grito particular para convocar a la tropa entera cuando es momento de resguardarse junta.
Fue justo este complejo lenguaje de los leoncillos lo que atrajo a Stella. Cuando cursaba su posgrado leyó unos estudios que buscaban explicar cómo la estructura del hábitat influye en la comunicación auditiva de los primates. Dado que el sonido se transmite de distinta manera según el tipo de vegetación (ver ETI 120), estas investigaciones sugerían que los monos vocalizan distinto según dónde vivan. También leyó otros estudios que indagaban sobre el parentesco entre especies de primates a partir del análisis de sus sonidos. Entender cómo funciona y cómo ha evolucionado la comunicación sonora en los leoncillos se convirtió en el tema primordial de investigación de Stella. Por su variado repertorio vocal y sus áreas de vida pequeñas, los leoncillos parecían promisorios sujetos de investigación. Estudiarlos, sin embargo, le intimidaba. ¿Sería posible observar bien en el campo a un mono tan diminuto? ¿Lograría acostumbrar a un primate tan tímido a su presencia?
Veinticinco años de investigar a más de treinta grupos de leoncillos en el noreste del país sugieren que la habituación ha sido un éxito. Y ha producido una enorme cantidad de información que ha permitido al equipo de Stella entender, entre otras cosas, las funciones de los distintos sonidos de estos monos. Además, les han permitido aprender algo que hasta hace poco era cuestionado por varios científicos: en estos minúsculos primates el comportamiento evoluciona por aprendizaje y herencia, como en nuestra especie.
LA HERENCIA CULTURAL Y UN DESCUBRIMIENTO IMPREVISTO Investigar una misma especie por mucho tiempo, como les sucedió a las primatólogas mencionadas al principio, permitió a Stella y a su equipo de trabajo –formado por otros científicos, estudiantes de la universidad San Francisco de Quito, donde ahora trabaja, y coinvestigadores amazónicos– aprender las diferencias en hábitos, comportamientos y sonidos entre las poblaciones de leoncillos estudiadas. Encontraron, por ejemplo, que todas las tropas en conjunto se alimentaban de exudados de veinte especies de plantas, pero que no todos los monitos comían lo mismo. Los leoncillos habían aprendido a aprovechar distintas fuentes de alimento según la disponibilidad y a cambiar de dieta cuando sus árboles predilectos escaseaban. Lo sorprendente es que ese conocimiento se transmitió de generación en generación, ya que las subsiguientes proles mantuvieron las costumbres alimenticias de sus antecesores.
Este traspaso de un conocimiento es lo que se conoce como herencia cultural, y consiste en la transmisión de prácticas y destrezas adquiridas, no solo de instintos innatos. Estos últimos están asociados a la herencia biológica; es decir, al paso de genes de una generación a la siguiente. Por el contrario, la herencia cultural implica procesos de enseñanza y aprendizaje que por muchos años se creyeron exclusivos del ser humano, pero que son más comunes en el reino animal de
lo que creíamos. La evidencia que encontró Stella apunta en la misma dirección, y no se limita al aprendizaje alimenticio referido en el párrafo anterior.
Resulta que también descubrieron que las distintas poblaciones de leoncillos tienen sus dialectos propios. Así, pese a que todos los grupos hablan un mismo “idioma” –es decir, todos vocalizan como leoncillos–, existen diferencias entre grupos y entre poblaciones en el uso de determinadas notas o en la forma en que construyen las frases. Lo fascinante es que los dialectos se aprenden (los leoncillos guaguas balbucean mientras aprenden a vocalizar), y que ese aprendizaje se hereda de generación en generación.
Comprender que en los leoncillos hay aprendizaje y herencia cultural condujo a Stella a otro descubrimiento inesperado. Su idea inicial era determinar si las diferencias en los dialectos de los leoncillos tenían alguna relación con su herencia genética. Y aunque no encontró las
diferencias que esperaba, dio con un hallazgo más sorprendente: hay diferencias genéticas considerables entre los leoncillos que viven al norte del río Napo y aquellos que viven en su vertiente sur. ¿Serían dos especies distintas?
Por coincidencia, un equipo científico, brasileño en su mayoría, estaba buscando dilucidar cuántas especies de leoncillos existían en toda la cuenca amazónica. Hasta entonces, se creía que era una sola especie, Cebuella pygmaea, pero las diferencias de coloración entre poblaciones al norte y al sur del río Amazonas generaban dudas. Este equipo determinó, también mediante genética, que, de hecho, el Amazonas separaba dos especies distintas de leoncillos. Aún así, dejaron varias interrogantes abiertas. ¿Cuál especie está en las selvas de Perú o Ecuador? ¿Hay algún lugar donde ambas especies vivan muy cerca la una de la otra?
Un segundo estudio, basado en diferencias de coloración y publicado un año después, reforzó estos hallazgos: Cebuella pygmaea era la especie al norte del Amazonas, también presente en la Amazonía del Ecuador y norte de Perú, mientras que Cebuella niveiventris habitaba al sur del Amazonas. No obstante, los resultados de esta investigación no coincidían con la variación de colores del pelaje ni con los análisis genéticos observados por Stella. La historia se ponía cada vez más interesante. DOS LEONCILLOS EN ECUADOR Comparar material genético y medidas del cráneo permitió al equipo de Stella determinar que, en efecto, Cebuella pygmaea vive en Ecuador, de acuerdo al modelo de los brasileños. Pero que, además, la especie que está al sur del río Napo es Cebuella niveiventris, cuyo rango se extiende hacia Perú hasta la desembocadura del Napo en el Amazonas. Lo interesante es que también
encontraron diferencias en ciertos huesos faciales y del cráneo, útiles para excavar las cortezas de los árboles, que podría relacionarse con la alimentación de las dos especies.
En sentido estricto, lo que hicieron Stella, sus colegas y los otros investigadores citados no fue descubrir una especie nueva, ya que niveiventris fue descrita como una variedad de leoncillos por el naturalista sueco Einar Lönnberg en 1940. Lo que lograron fue demostrar que niveiventris no es solo una variedad, sino una especie distinta de pygmaea, de la que se diferenció hace unos dos millones de años tras quedar separadas por los anchos cursos del Amazonas y el Napo, barreras infranqueables para unos monos tan pequeñitos.
De todos los grupos que Stella ha estudiado, al menos diez corresponden al leoncillo niveiventris. Lamentablemente, casi la mitad de los grupos estudiados de ambas especies ha desaparecido en el lapso de estas dos décadas. Pese a que ambas necesitan áreas muy pequeñas y no son víctimas frecuentes de cacería, como sucede con los monos grandes, ambas sufren una severa pérdida de hábitat porque las zonas ribereñas son idóneas para agricultura o vivienda. Una amenaza adicional es la captura ilegal para el mercado de mascotas.
El conocimiento sobre la ecología de los leoncillos ha avanzado gracias a los sostenidos esfuerzos de Stella de la Torre y sus colegas. Cada momento suyo ante una tropa de estos monos es un nuevo aprendizaje. La cercanía que Stella ha alcanzado con ellos quizá sea comparable con la que tuvieron en su momento Fossey, Galdikas o Goodall con sus respectivas especies de estudio. Eso le ha permitido comprender los pormenores de la ecología de los monos más pequeños del mundo y le ha dado una sensibilidad especial para interpretar sus comportamientos. Y aunque todavía le apasiona la evolución humana, haber estudiado a los leoncillos le ha enseñado, sobre todo, a aceptarse con humildad como parte de una especie más en el intricado árbol de la vida