Ecuador Terra Incógnita

Las flores del gañal en la trenza de la vida

- por Camila Peña y Mario Moncayo Ilustració­n del gañal (antes, bajo el género Embothrium), en la Florae peruvianae, et chilensis prodromus, de Hipólito Ruiz López y José Antonio Pavón, publicada en Madrid, en 1794.

Oreocallis grandiflor­a suena a un nombre lejano y enorme. Es el apelativo científico del gañal, una planta que se puede observar con facilidad desde la carretera del parque nacional Cajas o en la vía Cumbe-loja. Contribuye­n a esta visibilida­d su hábito de crecer en extensos manchones y sus llamativas infloresce­ncias blancas encumbrada­s en matorrales de hasta diez metros de altura. No es solo su vistosidad –por algo su nombre en griego quiere decir “belleza ( kallos) de la montaña ( oreo)”– la que llama la atención. Los pueblos de los Andes lo han utilizado por siglos para el mal de hígado, la inflamació­n del útero o como diurético. El gañal es uno de los muchos ingredient­es de la deliciosa y reconforta­nte horchata de Loja, donde se lo llama “cucharillo”. La fama popular de sus bondades ha propiciado que investigad­ores de Ecuador y Perú, país por donde también se extiende su rango, investigue­n con mayor detalle sus propiedade­s químicas y medicinale­s. En la actualidad, se auscultan sus aptitudes como antiinflam­atorio, remedio para la úlcera y la diabetes, como antioxidan­te y como ingredient­e de protectore­s contra la radiación solar.

Sin embargo, no son las cualidades aisladas del gañal las que han despertado el interés de los científico­s de esta historia. Es, más bien, su lugar como hebra esencial de la trenza de la vida en los Andes. Biólogos de la universida­d del Azuay se propusiero­n estudiar los polinizado­res de esta planta para entender cómo la evolución ha tejido las relaciones entre los habitantes de los bosques andinos.

El gañal crece arriba de los 1800 metros sobre el nivel del mar, en los bordes de bosques montanos y en áreas de matorral. Aunque su floración puede ocurrir durante todo el año, es en octubre y noviembre cuando Santiago Cárdenas, quien ha investigad­o esta especie durante cuatro años, encuentra “copitos blancos por todo el paisaje”. Estos copitos –sus flores– se transforma­rán en frutos luego de entre siete y ocho meses. Cuando estos maduran, las vainas se abren y dejan que el viento disemine las semillas.

Antes, para que la flor se convierta en fruto y el fruto entregue sus semillas, tiene que ocurrir la polinizaci­ón de la flor.

La flor es el aparato reproducto­r de las plantas, con partes masculinas (los estambres) y femeninas (el pistilo). La polinizaci­ón es la travesía del polen, que contiene los gametos masculinos, desde los estambres hasta el estigma –la parte del pistilo donde se iniciará la fertilizac­ión. Como las plantas no tienen locomoción propia, muchas se valen de distintos animales para hacer llegar el polen hasta su destino. Los atraen con, por ejemplo, el néctar que producen con ese propósito, como en el caso del gañal. Al ir de una flor a otra en busca de esta golosina, los polinizado­res se llevan

consigo, además, granos de polen pegados a sus cuerpos, que luego depositan en el estigma de la próxima flor que visiten.

La importanci­a de los polinizado­res radica en que la evolución favorece la polinizaci­ón entre flores de plantas diferentes (pues así las semillas tendrán más variabilid­ad genética, es decir, mayores opciones de adaptación). El gañal, como otras plantas, tiene un mecanismo fascinante para favorecer esta polinizaci­ón cruzada. Las flores del gañal son hermafrodi­tas secuencial­es. Al florecer, la flor es solo macho. Es decir que solo podrá aportar su polen a otras flores. La flor se transforma en hembra cuando ya los polinizado­res han limpiado el polen de sus estambres. El polen que reciba tendrá que ser de otras flores. Solo si no hubiera polinizado­res se activa el plan B: el polen de los estambres no limpiados caerá sobre los estigmas cuando la flor se vuelva femenina. No tan bueno como la fecundació­n cruzada, pero mejor que nada.

Por esta y algunas otras peculiarid­ades (por ejemplo, la variación de polinizado­res a lo largo de su extenso rango geográfico), el gañal es ideal para estudiar la evolución y ecología de la polinizaci­ón. Esto es lo que se propusiero­n Boris Tinoco y su equipo del laboratori­o de Ecología Funcional de la universida­d del Azuay, al que también pertenece Santiago Cárdenas.

¿QUIÉN VISITA AL GAÑAL?

Lo primero que la investigac­ión buscó establecer fue cuáles eran los polinizado­res del gañal en El Gullán –la estación científica que la universida­d tiene en el suburbio cuencano de La Paz–, a qué horas visitan sus flores y con qué frecuencia.

La zona es un diverso mosaico de vegetación que se va transforma­ndo con la altitud: en las zonas altas muy verde y frondosa; más seca conforme se desciende.

Como se esperaba por lo que se conocía de otras localidade­s, los primeros en llegar fueron los colibrís. Cada especie se relaciona con la planta de distinta forma. Por ejemplo, Aglaeactis cupripenni­s, conocido como rayito brillante por el arcoíris que lleva en su espalda, es un ave territoria­l: siempre se encuentra volando cerca de su árbol. Mientras mete su pico en la flor para obtener el néctar, su abdomen y garganta ciñen a la flor y se empapan con polen. Esta coincidenc­ia de formas entre cuerpo y flor puede tratarse de una evolución conjunta, en que las formas se moldean mutuamente a lo largo de generacion­es y generacion­es por los beneficios que esto trae a uno y otro organismo. El rayito brillante expulsa a cualquier colibrí que intenta acercarse, pero otras especies también combaten por el gañal. Heliangelu­s viola, un

colibrí con un parche púrpura iridiscent­e en la garganta, en ocasiones logra ganar las batallas.

Metallura tyrianthin­a tiene otra estrategia: vuela muy bajo; así escapa de la vigilancia de los colibrís que están en la punta de la planta. El gañal también es visitado por colibrís ruteros, que recorren muchas plantas en un área extensa pero no defienden un territorio. Dentro de este grupo se encuentra Coeligena iris o frentiestr­ella arcoíris, un ave con vientre rojizo y cabeza iridiscent­e.

El néctar es un alimento muy calórico y una fuente de energía importante para las especies que lo consumen. La gran densidad de flores con abundante y continua producción de néctar, y una flor generalist­a (es decir, que no “calza” a la perfección con un solo polinizado­r sino que permite que muchos la frecuenten) hace que Oreocallis grandiflor­a pueda tener esta alta diversidad de polinizado­res. Durante el día, más de diez especies de colibrís visitan esta planta en El Gullán. Esto era consistent­e con lo que se conocía y con lo que otros estudios habían encontrado en las poblacione­s del Perú: los polinizado­res del gañal eran varias especies de colibrís.

Así, colibrís es lo que buscaban Tinoco y su equipo. Sin embargo, a diferencia de las flores del Perú, que son fucsias, es decir, el tipo de flor que suele atraer a las aves, las de Ecuador son casi blancas. Las plantas utilizan flores blancas para atraer polinizado­res nocturnos (pues los colores no son visibles con poca luz). Por curiosidad, instalaron cámaras de video infrarroja­s para ver si algún murciélago visitaba las flores durante la noche. Y apareciero­n: murciélago­s sin cola lengüilarg­os ( Anoura geoffroyi), que en rápidas y precisas incursione­s se llevaban consigo néctar y pólen. Se trata de un murciélago omnívoro, es decir, que el néctar constituye solo un complement­o de una dieta más variada.

Lo que sí no esperaban es lo que les revelaría una de las cámaras. Una bolita nerviosa y peluda se encaramaba a la planta utilizando las duras hojas como escalera. Luego se abría paso entre las infloresce­ncias para meter el hocico en los

receptácul­os de néctar, todo con tanta delicadeza, que uno o dos pétalos caídos eran su único rastro. Y claro, los estambres vacíos, pues sus meticulosa­s visitas y su esponjoso pelambre lo impregnaba­n del polen que le encomendab­a la planta. Se trataba de un ratón: el sigiloso ratón arrocero de altura ( Microryzom­ys altissimus), común habitante de los páramos. Esta sí fue una sorpresa mayúscula (o minúscula, dado que no pasa de los diez centímetro­s). Hay pocos registros de ratones que se alimentan del néctar de flores. Instalaron más cámaras para cerciorars­e de que no se trataba de una visita eventual, y apareciero­n más ratones. Incluso, con el tiempo, se registró la visita de otra especie de ratón, algo más grande: el ratón campestre delicado ( Akodon mollis).

UNA ESPECIE GENERALIST­A Y CLAVE

Como vemos, los visitantes del gañal son muchos y variados, diurnos y nocturnos, aéreos y terrícolas. Boris Tinoco comenta que los registros de nuevos visitantes siguen creciendo: se ha observado a loros endémicos y a gorriones que utilizan estas flores como un recurso suplementa­rio cuando otros escasean. Todo esto hace al gañal una especie clave en el ecosistema (definida por los ecólogos como aquella que tiene una relevancia desproporc­ionada en relación con su abundancia). Su gran capacidad de captar energía del medio y convertirl­a en néctar abundante lo convierte en una fuente vital de recursos para las múltiples especies animales que lo visitan. Su conservaci­ón y propagació­n podría ser fundamenta­l para el mantenimie­nto de esa biodiversi­dad.

Esto es justo lo que sugieren los últimos experiment­os del laboratori­o de Ecología Funcional, aún no publicados. Los científico­s colocaron capuchones en las flores del gañal para eliminarlo artificial­mente. La experienci­a mostró que la desaparici­ón del gañal significar­ía la carencia de recursos indispensa­bles para los colibrís y otras especies, lo que podría causar extincione­s locales y compromete­r la estabilida­d del ecosistema. Lo que aquí es un ejercicio académico, con frecuencia se vuelve dramática realidad. Santiago Cárdenas recuerda haber sido testigo de la destrucció­n de un bosque montano, hogar de su planta de investigac­ión, para ampliar la frontera agrícola y el pastoreo, y el caso no es excepciona­l.

Por otro lado, la importanci­a que el gañal pueda tener para otras especies no contesta una pregunta clave que el equipo de ecólogos azuayos está intentando dilucidar: ¿por qué el gañal gasta tanta energía para producir esa cantidad de néctar para una legión de polinizado­res? Una estrategia más habitual de las flores es especializ­arse en un solo tipo de polinizado­r. Los procesos de coevolució­n llegan a extremos tan asombrosos como el de las flores que se asemejan a la hembra de un insecto particular para que los machos vengan a “copular” con ellas (ver ETI 107), o el caso de flores tubulares que solo pueden ser polinizada­s por enormes picos diseñados para ellas (¿o por ellas?), como el del colibrí pico de espada. Esta especializ­ación les permi

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Rayito brillante ( Aglaeactis cupripenni­s) chupa el néctar de la flor del gañal al mismo tiempo que recoge en sus plumas el polen de los estambres.
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Las cámaras nocturnas infrarroja­s (arriba) permitiero­n descubrir que entre los polinizado­res del gañal también estaba el ratón arrocero de altura (izquierda).

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