La funga y el Chocó andino
Antes de que los hongos se convirtieran en mi obsesión, tuve la oportunidad de enamorarme del bosque nublado del Chocó andino. En ese entonces trabajaba como sonidista en la filmación de documentales. Primero durante esos trabajos, y luego en diversas salidas de campo, pude recorrer lugares como Pachijal, Mashpi, Mindo, Pacto, Nanegal, Yanacocha y casi todo Íntag, en las laderas andinas occidentales de Pichincha e Imbabura. Me maravillé con la belleza de sus selvas nubladas, pero también me topé de frente con las amenazas que asechan a esta región, como la minería y la agroindustria.
Ya son casi diez años desde que percibí el llamado de los hongos. No tuve opción: estos organismos me capturaron por completo y en pocos meses me tenían enrolado en sus filas y trabajando para ellos. ¡Resultaron mucho más intrigantes de lo que jamás imaginé! Hasta entonces solo sabía que tenían su propio reino y poca cosa más, pero luego aprendí sobre sus propiedades nutricionales, medicinales, ecológicas, espirituales… En resumen, me deslumbró su omnipresencia; los encontré en el aire que respiro, en la lluvia que cae, en el suelo que produce los alimentos, en los mismos alimentos y hasta en mis tripas. Algo que apenas figuraba en mi visión del mundo, en poco tiempo se posicionó como el fundamento de la vida en la Tierra.
Este artículo se centrará en los rol es ecológicos de los hongos en los bosques, como los del Chocó andino, y en las nuevas oportunidades de conservación y turismo que nos ofrecen. Tal vez sea conveniente, antes, un breve barrido de información clave sobre el Chocó andino, para vislumbrar por qué aprender sobre su funga —el término correspondiente a flora o fauna, pero para los hongos— es importante.
Las estribaciones noroccidentales de nuestros Andes albergan bosques con elevada humedad, que deriva de su cercanía al océano Pacífico. Las nubes que se condensan en el mar chocan contra las montañas —de ahí que en el Chocó andino predomine el bosque nublado. A esto sumemos la alta pluviosidad provocada por ese mismo choque de humedad proveniente del Pacífico, con 3 mil y hasta 5 mil milímetros de lluvia por año, y el hecho de que sus ciclos diarios se mantienen estables durante todo el año (doce horas de luz solar cada día). Como consecuencia, tenemos condiciones óptimas para que los hongos prosperen en los diversos bosques que hallamos entre 500 y 4800 metros de altitud en esta región. No conocemos con precisión el nivel de endemismo de su funga, pero asumimos sin mayor temor que va a la par del endemismo de su flora: alrededor del 25%.
Al principio, cuando entraba en el bosque, pensaba que los árboles eran los organismos más grandes e importantes que había. Sin desmerecer su relevancia y belleza (amo los
árboles), luego entendí que, en ocasiones, los árboles no te dejan ver el bosque en un sentido bastante literal. Aprendí así que el bosque es, en sí mismo, un organismo. Que plantas y animales (incluidos los humanos) somos de alguna manera una extensión del suelo, que es la fuente de vida de todo lo que hay ahí, y que los hongos son actores esenciales en este teatro de la naturaleza.
Son algo así como los orquestadores del suelo, unos marionetistas que deciden cómo se mueven los hilos del bosque: transmiten nutrientes, crean lluvia, proveen un hábitat para muchos insectos, distribuyen alimento y medicina para todos los otros reinos, y tantas otras funciones conocidas y desconocidas. Entiéndase que al hablar de hongos no me refiero únicamente a los “champiñones” que vemos salir del suelo o de las ramas —aquello que en otros países llaman setas—, sino a una variedad incontable de especies de muchas clases, la mayoría microscópicas
o invisibles: hongos descomponedores, mohos, levaduras, micorrizas y más. Se estima que se ha descrito alrededor del 3 % de la diversidad de hongos en el mundo, y que quizá existen entre dos y cinco millones de especies en total.
Como se dijo, en este artículo, exploraremos algunos de los roles que cumplen los hongos en los bosques tropicales.
Están, para empezar, las micorrizas, que son un gran ejemplo de esta capacidad de orquestación antes mencionada. Son hongos que se asocian con las raíces de las plantas en una relación simbiótica. Los hongos suministran a las plantas nutrientes vitales como fósforo y nitrógeno, mientras las plantas les proporcionan carbohidratos. Estos son, además, los hongos que han hecho famoso el concepto del “internet del bosque”, pues conectan a las plantas en una red subterránea que les permite intercambiar nutrientes e información. En varios estudios (ver www.nature.com/articles/449136a) se ha comprobado que árboles grandes pueden transferir carbono, nitrógeno, fósforo y otros nutrientes a árboles más jóvenes a través de esta red de micelio que forman las micorrizas, muchas veces conectando árboles de diferentes especies. El micelio, por cierto, es la parte no reproductiva de los hongos, como decir sus tallos y raíces. Muchas veces se lo puede ver como una red de hilitos —las hifas—, que pueden extenderse por grandes extensiones.
Otros hongos fascinantes son los en tomo pato génicos, o que para si tan insectos. Su género más famoso es Cordyceps (ver ETI 81), cuyo rol ecológico es clave en el control de las poblaciones de diferentes insectos. Si uno afina su capacidad de observación, en un paseo por el bosque pueden encontrarse hormigas, arañas,
Arriba. 1. Fuscoporia contigua. 2. Xylaria enterogena. 3. Hypoxylon sp. Derecha. Marasmius sp.
polillas, escarabajos o alacranes envueltos en micelio, y con uno o muchos hongos diminutos que emergen de sus cuerpos. La sagacidad de las estrategias que estos hongos utilizan para infectar y manipular a sus víctimas es muy difícil de explicar, si consideramos que son organismos que no tienen un sistema nervioso central. Las esporas —que son las “semillas” por las que se dispersan los hongos— caen sobre un insecto. De ellas germinan las hifas, que penetran el cuerpo del insecto y toman control sobre su motricidad. Así, generan comportamientos en el insecto que favorecen la reproducción del hongo (como que suba a un lugar con la humedad adecuada o que se introduzca en una colonia). Estudios recientes muestran que estos hongos actúan más a nivel de músculos que de sistema nervioso, como se creía antes. También hay
otros que afectan el comportamiento a través de la manipulación del metabolismo o del sistema inmune. Una vez cumplidos sus objetivos, puede terminar de colonizar el cuerpo del insecto y crear un cuerpo fructífero (el “champiñón”) que disperse más esporas. Y por si el argumento no fuera suficientemente de ciencia ficción, resulta que existe otro tipo de hongo, un hiperparásito, que defiende a los insectos de los hongos entomopatógenos, pues se aloja dentro de ellos y los “castra” a nivel químico de tal forma que no puedan producir esporas.
Pero de todas las funciones que cumplen los hongos, quizá la más emblemática es la de potenciar la vida a través de la muerte. Cada hoja caída, rama quebrada o animal muerto se convierte en banquete de algún hongo —de muchos, en realidad—, y luego en el banquete de incontables bacterias, insectos, microorganismos y otros hongos. Poco después, aquello que fue vida será un suelo rico lleno de nutrientes que las plantas pueden absorber otra vez. Cada muerte multiplica la vida y es esencial para mantener el equilibrio natural.
Estos son apenas tres de los múltiples roles ecológicos que cumple la funga en los bosques, pues también hay hongos biorremediadores, simbiontes de animales, patógenos, mutualistas y tantos más que este artículo no alcanzará a describir.
CONSERVAR LA FUNGA
Esta nueva comprensión de la trascendencia de los hongos para nutrir y sostener todo el ecosistema permite un nuevo y prometedor paradigma para conservar la naturaleza. Una organización pionera en este camino es la fundación Fungi, al mando de la reconocida micóloga Giuliana Furci, quien lleva décadas trabajando por la educación e investigación para la conservación de los hongos. Uno de sus grandes logros ha sido promover el concepto de funga —hasta la década pasada solo se usaba fauna y flora, y a menudo se incluía a los hongos en esta última, o se utilizaba el técnico “micobiota”, de difícil comprensión— como el término apropiado para referirse a la diversidad de hongos presentes en un sitio en particular. Gracias al trabajo de Giuliana y su equipo, la palabra funga ya ha sido aceptada por la Real Academia de la Lengua, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha incluido a la funga en sus esfuerzos de conservación.
Muchos hongos forman relaciones simbióticas con una amplia variedad de organismos y, por lo tanto, pueden tener efectos en la conservación de todo el ecosistema. Para ilustrar estas relaciones sistémicas en el bosque, podemos fijarnos en el oso de anteojos, un ícono del Chocó andino. Entre sus alimentos preferidos se encuentran las bromelias, que crecen sobre distintos árboles, como el matache ( Weinnmania spp.), aguacatillo ( Nectandra spp.), olivo ( Podocarpus spp.), entre otros. Estos árboles, a su vez, mantienen relaciones simbióticas con hongos micorrícicos como Lachnocladium, Russula o