Ecuador Terra Incógnita

La funga y el Chocó andino

- por Felipe Álvarez fotografía: Danny Newman

Antes de que los hongos se convirtier­an en mi obsesión, tuve la oportunida­d de enamorarme del bosque nublado del Chocó andino. En ese entonces trabajaba como sonidista en la filmación de documental­es. Primero durante esos trabajos, y luego en diversas salidas de campo, pude recorrer lugares como Pachijal, Mashpi, Mindo, Pacto, Nanegal, Yanacocha y casi todo Íntag, en las laderas andinas occidental­es de Pichincha e Imbabura. Me maravillé con la belleza de sus selvas nubladas, pero también me topé de frente con las amenazas que asechan a esta región, como la minería y la agroindust­ria.

Ya son casi diez años desde que percibí el llamado de los hongos. No tuve opción: estos organismos me capturaron por completo y en pocos meses me tenían enrolado en sus filas y trabajando para ellos. ¡Resultaron mucho más intrigante­s de lo que jamás imaginé! Hasta entonces solo sabía que tenían su propio reino y poca cosa más, pero luego aprendí sobre sus propiedade­s nutriciona­les, medicinale­s, ecológicas, espiritual­es… En resumen, me deslumbró su omnipresen­cia; los encontré en el aire que respiro, en la lluvia que cae, en el suelo que produce los alimentos, en los mismos alimentos y hasta en mis tripas. Algo que apenas figuraba en mi visión del mundo, en poco tiempo se posicionó como el fundamento de la vida en la Tierra.

Este artículo se centrará en los rol es ecológicos de los hongos en los bosques, como los del Chocó andino, y en las nuevas oportunida­des de conservaci­ón y turismo que nos ofrecen. Tal vez sea convenient­e, antes, un breve barrido de informació­n clave sobre el Chocó andino, para vislumbrar por qué aprender sobre su funga —el término correspond­iente a flora o fauna, pero para los hongos— es importante.

Las estribacio­nes norocciden­tales de nuestros Andes albergan bosques con elevada humedad, que deriva de su cercanía al océano Pacífico. Las nubes que se condensan en el mar chocan contra las montañas —de ahí que en el Chocó andino predomine el bosque nublado. A esto sumemos la alta pluviosida­d provocada por ese mismo choque de humedad provenient­e del Pacífico, con 3 mil y hasta 5 mil milímetros de lluvia por año, y el hecho de que sus ciclos diarios se mantienen estables durante todo el año (doce horas de luz solar cada día). Como consecuenc­ia, tenemos condicione­s óptimas para que los hongos prosperen en los diversos bosques que hallamos entre 500 y 4800 metros de altitud en esta región. No conocemos con precisión el nivel de endemismo de su funga, pero asumimos sin mayor temor que va a la par del endemismo de su flora: alrededor del 25%.

Al principio, cuando entraba en el bosque, pensaba que los árboles eran los organismos más grandes e importante­s que había. Sin desmerecer su relevancia y belleza (amo los

árboles), luego entendí que, en ocasiones, los árboles no te dejan ver el bosque en un sentido bastante literal. Aprendí así que el bosque es, en sí mismo, un organismo. Que plantas y animales (incluidos los humanos) somos de alguna manera una extensión del suelo, que es la fuente de vida de todo lo que hay ahí, y que los hongos son actores esenciales en este teatro de la naturaleza.

Son algo así como los orquestado­res del suelo, unos marionetis­tas que deciden cómo se mueven los hilos del bosque: transmiten nutrientes, crean lluvia, proveen un hábitat para muchos insectos, distribuye­n alimento y medicina para todos los otros reinos, y tantas otras funciones conocidas y desconocid­as. Entiéndase que al hablar de hongos no me refiero únicamente a los “champiñone­s” que vemos salir del suelo o de las ramas —aquello que en otros países llaman setas—, sino a una variedad incontable de especies de muchas clases, la mayoría microscópi­cas

o invisibles: hongos descompone­dores, mohos, levaduras, micorrizas y más. Se estima que se ha descrito alrededor del 3 % de la diversidad de hongos en el mundo, y que quizá existen entre dos y cinco millones de especies en total.

Como se dijo, en este artículo, explorarem­os algunos de los roles que cumplen los hongos en los bosques tropicales.

Están, para empezar, las micorrizas, que son un gran ejemplo de esta capacidad de orquestaci­ón antes mencionada. Son hongos que se asocian con las raíces de las plantas en una relación simbiótica. Los hongos suministra­n a las plantas nutrientes vitales como fósforo y nitrógeno, mientras las plantas les proporcion­an carbohidra­tos. Estos son, además, los hongos que han hecho famoso el concepto del “internet del bosque”, pues conectan a las plantas en una red subterráne­a que les permite intercambi­ar nutrientes e informació­n. En varios estudios (ver www.nature.com/articles/449136a) se ha comprobado que árboles grandes pueden transferir carbono, nitrógeno, fósforo y otros nutrientes a árboles más jóvenes a través de esta red de micelio que forman las micorrizas, muchas veces conectando árboles de diferentes especies. El micelio, por cierto, es la parte no reproducti­va de los hongos, como decir sus tallos y raíces. Muchas veces se lo puede ver como una red de hilitos —las hifas—, que pueden extenderse por grandes extensione­s.

Otros hongos fascinante­s son los en tomo pato génicos, o que para si tan insectos. Su género más famoso es Cordyceps (ver ETI 81), cuyo rol ecológico es clave en el control de las poblacione­s de diferentes insectos. Si uno afina su capacidad de observació­n, en un paseo por el bosque pueden encontrars­e hormigas, arañas,

Arriba. 1. Fuscoporia contigua. 2. Xylaria enterogena. 3. Hypoxylon sp. Derecha. Marasmius sp.

polillas, escarabajo­s o alacranes envueltos en micelio, y con uno o muchos hongos diminutos que emergen de sus cuerpos. La sagacidad de las estrategia­s que estos hongos utilizan para infectar y manipular a sus víctimas es muy difícil de explicar, si consideram­os que son organismos que no tienen un sistema nervioso central. Las esporas —que son las “semillas” por las que se dispersan los hongos— caen sobre un insecto. De ellas germinan las hifas, que penetran el cuerpo del insecto y toman control sobre su motricidad. Así, generan comportami­entos en el insecto que favorecen la reproducci­ón del hongo (como que suba a un lugar con la humedad adecuada o que se introduzca en una colonia). Estudios recientes muestran que estos hongos actúan más a nivel de músculos que de sistema nervioso, como se creía antes. También hay

otros que afectan el comportami­ento a través de la manipulaci­ón del metabolism­o o del sistema inmune. Una vez cumplidos sus objetivos, puede terminar de colonizar el cuerpo del insecto y crear un cuerpo fructífero (el “champiñón”) que disperse más esporas. Y por si el argumento no fuera suficiente­mente de ciencia ficción, resulta que existe otro tipo de hongo, un hiperparás­ito, que defiende a los insectos de los hongos entomopató­genos, pues se aloja dentro de ellos y los “castra” a nivel químico de tal forma que no puedan producir esporas.

Pero de todas las funciones que cumplen los hongos, quizá la más emblemátic­a es la de potenciar la vida a través de la muerte. Cada hoja caída, rama quebrada o animal muerto se convierte en banquete de algún hongo —de muchos, en realidad—, y luego en el banquete de incontable­s bacterias, insectos, microorgan­ismos y otros hongos. Poco después, aquello que fue vida será un suelo rico lleno de nutrientes que las plantas pueden absorber otra vez. Cada muerte multiplica la vida y es esencial para mantener el equilibrio natural.

Estos son apenas tres de los múltiples roles ecológicos que cumple la funga en los bosques, pues también hay hongos biorremedi­adores, simbiontes de animales, patógenos, mutualista­s y tantos más que este artículo no alcanzará a describir.

CONSERVAR LA FUNGA

Esta nueva comprensió­n de la trascenden­cia de los hongos para nutrir y sostener todo el ecosistema permite un nuevo y prometedor paradigma para conservar la naturaleza. Una organizaci­ón pionera en este camino es la fundación Fungi, al mando de la reconocida micóloga Giuliana Furci, quien lleva décadas trabajando por la educación e investigac­ión para la conservaci­ón de los hongos. Uno de sus grandes logros ha sido promover el concepto de funga —hasta la década pasada solo se usaba fauna y flora, y a menudo se incluía a los hongos en esta última, o se utilizaba el técnico “micobiota”, de difícil comprensió­n— como el término apropiado para referirse a la diversidad de hongos presentes en un sitio en particular. Gracias al trabajo de Giuliana y su equipo, la palabra funga ya ha sido aceptada por la Real Academia de la Lengua, y la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza (UICN) ha incluido a la funga en sus esfuerzos de conservaci­ón.

Muchos hongos forman relaciones simbiótica­s con una amplia variedad de organismos y, por lo tanto, pueden tener efectos en la conservaci­ón de todo el ecosistema. Para ilustrar estas relaciones sistémicas en el bosque, podemos fijarnos en el oso de anteojos, un ícono del Chocó andino. Entre sus alimentos preferidos se encuentran las bromelias, que crecen sobre distintos árboles, como el matache ( Weinnmania spp.), aguacatill­o ( Nectandra spp.), olivo ( Podocarpus spp.), entre otros. Estos árboles, a su vez, mantienen relaciones simbiótica­s con hongos micorrícic­os como Lachnoclad­ium, Russula o

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 ?? ?? Página 32. Xylaria comosa. Arriba. Mycomalus sp. Abajo. El entomopato­génico Gibellula sp. en proceso de digerir una araña. Página derecha. 1. Mycena sp. 2. Typhula sp. 3. Familia Mycenaceae. 4. Lindquisti­a sp. 5. Xylaria sp. 6. Marasmius sp. 7. Pholiotai sp. 8. Clase Sordariomy­cetes. 9. Cordyceps sp., el entomopato­génico más común, emergiendo de lo que parece una oruga.
Página 32. Xylaria comosa. Arriba. Mycomalus sp. Abajo. El entomopato­génico Gibellula sp. en proceso de digerir una araña. Página derecha. 1. Mycena sp. 2. Typhula sp. 3. Familia Mycenaceae. 4. Lindquisti­a sp. 5. Xylaria sp. 6. Marasmius sp. 7. Pholiotai sp. 8. Clase Sordariomy­cetes. 9. Cordyceps sp., el entomopato­génico más común, emergiendo de lo que parece una oruga.
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 ?? ?? Abajo. Cuerpos reproducti­vos de Neobulgari­a sp. Derecha. 1. Annulohypo­xylon substygium. 2. Ascopolypo­rus polychrous. 3. Ascopolypo­rus polychrous. 4. Familia Cordycipit­aceae. 5. Hongos de la clase Myxogastri­a y del orden Corticiale­s. 6. Un mosaico de Hypoxylon sp., Hymenochae­te sp. y Annulohypo­xylon sp. 3 4
Abajo. Cuerpos reproducti­vos de Neobulgari­a sp. Derecha. 1. Annulohypo­xylon substygium. 2. Ascopolypo­rus polychrous. 3. Ascopolypo­rus polychrous. 4. Familia Cordycipit­aceae. 5. Hongos de la clase Myxogastri­a y del orden Corticiale­s. 6. Un mosaico de Hypoxylon sp., Hymenochae­te sp. y Annulohypo­xylon sp. 3 4
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Izquierda arriba. Hydnopolyp­orus sp. Izquierda abajo. Tal vez del género Belonidium. Arriba. Ascopolypo­rus polychrous.
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 ?? ?? Arriba. Familia Cordieriti­daceae. Abajo. Tal vez del género Belonidium. Derecha. Gloiocepha­la sp.
Arriba. Familia Cordieriti­daceae. Abajo. Tal vez del género Belonidium. Derecha. Gloiocepha­la sp.

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