El Comercio (Ecuador)

La reforma necesaria

- Fernando tinajero ftinajero@elcomercio.org

EE n su más reciente artículo (EL COMERCIO, 13 de mayo), el doctor Farith Simon ha estampado una verdad que no debemos olvidar: “Si queremos tener algún futuro como país, además de una reforma política e institucio­nal de gran alcance, debemos empeñarnos en una reforma de costumbres y prácticas porque la acción política de estos años ha enviado mensajes distorsion­ados para la vida social, convirtien­do lo inaceptabl­e en un estándar de actuación de muchas personas.”

Si no entiendo mal, esto significa queno bastan los esfuerzos por lograr la reconstruc­ción y reforma de la institucio­nalidad jurídica y política del Estado (tal como los ha desarrolla­do, por ejemplo, el Cpccs transitori­o a lo largo de todo su loable trabajo), porque el mal que nos aqueja se ha extendido hasta las costumbres que se han impuesto entre nosotros, las cuales son completame­nte inaceptabl­es. ¿Por qué? Porque la conducta de los seres humanos solo se hace aceptable por su conformida­d con una norma que se encuentra por encima del Estado, y esa norma es la ética, hoy completame­nte maltratada entre nosotros.

No podemos olvidar, por supuesto, que la ética es una construcci­ón de la cultura. Por eso resulta incomprens­ible que el Presidente no haya incluido el tema cultural entre los que han sido sometidos a debate para alcanzar un gran acuerdo nacional. Quizá ese olvido se deba a que también el Presidente y sus asesores se han dejado arrastrar por la tendencia, evidenteme­nte errónea, que reduce la cultura a las artes y las letras, o (peor aún) la confunde con el espectácul­o, razón por la cual ni siquiera pensaron en ella al diseñar su proyecto para el debate nacional. Pero no: la cultura es mucho más que todas las artes y hay espectácul­os que son su negación; para decirlo simplement­e, la cultura es el conjunto de prácticas sociales que, por una parte, expresan las creencias, los valores y las aspiracion­es de una sociedad, pero por otra, engendran las normas y dan forma a las costumbres por las cuales puede haber respeto entre los seres humanos, protección para los más débiles, ayuda mutua y, ‘last but not least’, producción de bienes para el mejoramien­to de la vida colectiva y no para el enriquecim­iento ilimitado de pocos a costa del sufrimient­o de la mayoría.

Este es, precisamen­te, el ámbito en el que necesitamo­s producir una reforma radical. Tenemos que preguntarn­os nuevamente cuáles son las finalidade­s que persigueod­ebepersegu­irnuestras­ociedad.los economista­s nos hablan constantem­ente del crecimient­o, que es un incremento en la producción de bienes y, por lo mismo, incremento del consumo. Lo que no nos dicen los economista­s (ni es esa su tarea) es que el crecimient­o mismo no es el fin que debemos perseguir, porque el fin último es la mayor felicidad posible en medio del ambiente de la mayor seguridad, tanto social como ecológica. Olvidarlo es privarnos a nosotros mismos de una razón para permanecer sobre la Tierra.

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