El Comercio (Ecuador)

El negocio de la muerte

- Pablo cuvi pcuvi@elcomercio.org

U na matanza más en un colegio o cine o edificio de oficinas públicas de EE.UU. ya no sorprende a nadie. Lo que sorprende e indigna es que ni el Congreso ni la Justicia, muchos menos el Gobierno de Trump, quieran implantar el control de armas que existe en muchos países desarrolla­dos.

Frente a esas repetidas noticias, nosotros, acostumbra­dos a ver la paja en el ojo ajeno, exclamamos ¡qué horror cómo se matan entre ellos! pero seguimos tan panchos frente a lo que Iván Sandoval califica de genocidio a la ecuatorian­a: los accidentes de buses que cada semana terminan con la vida de decenas de paisanos, incluyendo a los pobres venezolano­s que huyen del genocidio chavista para morir en nuestras carreteras.

No, tampoco sorprende que los mismos conservado­res y ultraderec­histas de los países grandes que se oponen con gritos histéricos al aborto y la eutanasia apoyen con entusiasmo las guerras de exterminio y los bombardeos que sus gobiernos ejecutan contra los pueblos de África y el Medio Oriente. Y que no cuestionen la venta de armas sofisticad­as a esos mismos países para que se masacren entre ellos.

‘Ventas’ es la palabra clave que conduce al bolsillo, lugar donde realmente se incuba la moral y otras formas de encubrimie­nto. No en vano la National Rifle Associatio­n (NRA) financia campañas presidenci­ales como las de Trump y mantiene un lobby poderosísi­mo en Washington para que no vayan a vetar siquiera las armas militares que usan los psicópatas para matar a sus compañeros. Un nombre lo ilustra todo: Oliver North, presidente hasta hace pocos días de la NRA. El teniente coronel North fue el centro del escándalo Irán-contras de los años 80, cuando organizó una operación clandestin­a de venta de armas a Irán, con apoyo de Israel. El dinero recaudado lo canalizaba a los contras que combatían al todavía decente y revolucion­ario Gobierno sandinista.

La Segunda Enmienda, que surgió de la épica individual­ista de los pioneros del siglo XIX, es utilizada hoy como argumento constituci­onal por los traficante­s de armas. Uno se pregunta cuántas matanzas más deben suceder para que el establishm­ent tome alguna medida. En cambio, son rápidos e inclemente­s cuando se trata de perseguir como asesina a cualquier frágil y desdichada adolescent­e que ha sido preñada por su padreydese­aabortarpa­rarecupera­rsuvida. La Iglesia, que administra la vida eterna, viene en ayuda de los fanáticos que combaten también el derecho que tiene cualquier ser humano enfermo y doliente de ser asistido para acabar dignamente con su vida. Y uno se pregunta quién les concedió a todos ellos el derecho de interferir en la libertad individual, condenando a largas y terribles agonías a innumerabl­es ancianos mientras los bombardero­s arrasan aldeas y un psicópata compra su rifle para asaltar otra escuela.

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