El Comercio (Ecuador)

La historia de Noé

- Oscar Vela descalzo ovela@elcomercio.org

S us ojos creían haberlo visto todo: la des esperanza, la miseria, el abuso, la decadencia, incluso la muerte des eres queridos por falta de medicinas y atención médica, por hambre o tristeza, o quizás por una de aquellas balas que se dirigían de forma artera contra las multitudes con la certeza cruel de que alguna siempre daría en el blanco.

Al escapar de aquel infierno pensó que sería capaz de sepultar sus pesadillas en algún rincón de la memoria, y de que los malos recuerdos se evaporaría­n con el tiempo, pero apenas llegó a la frontera y vio aquella marea humana pugnando por huir, a los niños descalzos y harapiento­s, a los hombres famélicos, descamisad­os, y a las mujeres marcadas para siempre por el sino imborrable del miedo, comprendió que su destino y el de todas esas personas arracimada­s en aquel borde imaginario, sería no olvidar jamás.

Su nombre es Noé y ahora conduce un auto por las calles de Quito. Vive solo, sus hijas y su esposa se quedaron en Caracas pues todavía no tienen papeles para salir. Solo los obtendrá n cuando él ahorre lo suficiente en este nuevo oficio. Tras un instante de silencio, sus ojos se llenan de lágrimas pero consigue contener el llanto. Después de un momento, con admirable sentido del humor retoma la conversaci­ón y me dice que le habría gustado ser el verdadero dueño del arca para llevarse en ella a toda esa gente que salió de Venezuela junto a él hace cuatro meses. Éramos más de dos mil personas, afirma. La mitad se quedó en Colombia, y los demás siguieron camino hacia Ecuador y Perú.

Llegaron a Rumichaca diez días después. Aunque la magnitud no era la misma, la tragedia de la otra frontera se repetía. Miles de personas intentaban cruzar, la mayoría padecía anemia y estaba enferma por el frío que había soportado tras largas noches a la intemperie, la piel chamuscada por el sol que los azotaba durante el día; los niños convertido­s en espectros, inundados de tristeza, impactados por lo que vieron, por lo que escucharon, por lo que sintieron en ese trayecto tan extenuante como incomprens­ible para sus cortas vidas; las mujeres… Noé se quebró otra vez…

Por un instante la rabia lo dominó y me dijo que los responsabl­es de esto, maduro y sus cómplices, algún día pagarían por cada lágrima derramada por su gente, por cada niño muerto en los hospitales, por los abatidos en las calles, por las mujeres violadas, por cada una de esas personas que han sido tratadas como despojos de la humanidad.

Ahora Noé vive en un cuarto alquilado. Lo que gana alcanza para comer, pagar el arriendo y ahorrar para que su esposa y sus hijas puedan huir, pero no está dispuesto a que ellas hagan solas ese viaje, pues ya sabe lo que algunos hombres les hacen a las mujeres. Cuando llegue el momento, él irá por ellas, cruzará las fronteras en sentido inverso, recogerá sus pasos y entrará otra vez en el infierno. Y está seguro de que saldrá una vez más de allí, pero nunca, por ninguna razón, se olvidará de los culpables.

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