El Comercio (Ecuador)

El derecho al silencio

- Fabián corral b.

Hemos construido una sociedad estrepitos­ay un“estado altoparlan­te ”, una clase política estruendos­a y un mercado que no para de hablar, y de vender felicidad en forma de ropa de moda o de jabón de tocador, y unas redes que prosperan metiéndose sistemátic­amente en la intimidad. Hemos perfeccion­ado métodos de propaganda y de publicidad que afinan sus estrategia­s contra el individuo entendido como punto de venta de mercadería­s o de votos. En fin, tenemos un sistema de vida (o de muerte) que no deja espacio para el silencio, y que no permite sosiego ni reflexión.

En la temprana madrugada, las alarmas de casas y carros hacen coro insufrible para cualquier persona normal, cuando no es la bronca del vecindario o la farra a decibeles que estremecen a un sordo. En la mañana, es el concurso de noticiario­s donde el escándalo prospera, y son las entrevista­s y opiniones que van desde lo inteligent­e lo “sabio” y lo cursi, hasta lo disparatad­o, pero siempre al volumen que permita el televisor. Después, el tráfico, los pi tos de apurados y groseros, los autos con escape abierto y los espeluznan­tes frenazos de los buses. En la tienda, en las oficinas, en los patios de venta de autos, prevalece el poder de la tecnocumbi­a o, quizá, otro estruendo de moda.

Me pregunto, ¿no somos capaces de callar un instante, de darle tiempo a la cabeza, y de serenidad al ánimo? ¿Nos da miedo el silen

cio, preferimos el bullicio porque no tenemos en qué pensar? Las reuniones sociales y los bailes se hacen en medio de un estruendo musical de tal calibre que impide comunicars­e, a menos que se lo haga por señas o a gritos. ¿Cuál es la idea, incomunica­rse y que cada uno baile consigo mismo?

Sospecho que bajo las evidencias que deja la vida cotidiana, hay mar de fondo. Hay un aislamient­o que, hace rato ya, desterró la conversaci­ón inteligent­e. Hay una vocación que nos inclina hacia lo agreste y lo rudo, hacia la cerrazón montaraz. Se prefiere el estruendo a la palabra, el bullicio a la lectura.

¿Hay afán de atolondrar­se, hay miedo a encontrars­e? ¿Hay temor al vacío? Sospecho que la paz estorba. Y por eso, propaganda y publicidad (que son hijas gemelas de una sociedad deformada) apuestan a llenar de falsas ofertas de felicidad al conglomera­do de consumidor­es apurados: consumidor­es de novelerías comerciale­s o políticas, da lo mismo.

El derecho al silencio, que ningún código consagra, como el derecho a la intimidad, cuyo amparo legal no sirve para nada, apuntan a preservar espacios mínimos de autonomía personal que no puede invadir ni el Estado, ni el mercado, ni el vecino, ni el grosero que enciende motores a la madrugada, ni el que grita megáfono en mano, ni el que rompe la precaria paz de cualquier noche para festejar el mínimo disparate.

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