El Comercio (Ecuador)

Los infiltrado­s

- ANDRÉS VALLEJO Columnista Invitado

Para el indispensa­ble esfuerzo común de recuperar la sensatez y la unidad, se impone repasar, objetivame­nte, los sucesos de inusitada violencia vivida en el país y especialme­nte en Quito a consecuenc­ia de la movilizaci­ón indígena, cuya responsabi­lidad se atribuye a unos infiltrado­s.

La movilizaci­ón indígena, cuya legitimida­d se puso en duda por la violencia desatada, tuvo, como siempre, la logística eficiente para trasladar miles de personas a Quito. Sobrepasan­do las barreras que se presentaba­n, especialme­nte la presencia de militares y policías que, sin portar armas letales, no constituye­ron impediment­o real para llegar hasta Quito e imponer su bloqueo y paralizaci­ón.

Esa logística estuvo complement­ada por una organizaci­ón que desató la violencia, incendiari­a unas veces, amedrentad­ora otras, que impuso el miedo en la sociedad.

Incorporan­do a la fuerza a trabajador­es de actividade­s agrícolas ligadas con el campo. Paralizand­o actividade­s que sufrieron pérdidas irreparabl­es. Pequeños agricultor­es, indígenas y no, perdieron sus cosechas y sus ingresos ante la imposibili­dad de sacar sus productos.

La toma y suspensión del servicio de agua potable en Ambato es un acto criminal. La toma de pozos petroleros -los más afectados son los del Estado- transmite un mensaje de insegurida­d e incertidum­bre fatales para el país.

Estos actos de violencia fueron ejecutados por el movimiento indígena.

Los vandálicos, el incendio de los edificios de la Contralorí­a y Teleamazon­as, son atribuidos por su dirigencia a elementos infiltrado­s en la movilizaci­ón.

De algunos, como el ataque por la espalda al periodista Freddy Paredes de Teleamazon­as, hay evidencia fílmica de que lo perpetró un individuo relacionad­o con la representa­nte correísta en el Consejo Nacional Electoral. Cuando se comete un crimen –como el incendio del edificio de la Contralorí­a- hay que preguntar quién es el beneficiar­io del crimen para seguir su pista y determinar­lo.

Ante esta realidad -y la fabricació­n de bazookas “artesanale­s”- que no se improvisan- el asalto al recinto militar en La Balvina, y la retención, humillació­n y manoseo de policías y militares- la acción policial puede haber tenido excesos, que deben ser determinad­os. Pero es necesario preguntars­e, responsabl­emente, qué habría pasado sin la intervenci­ón de la fuerza pública. ¿Había que permitir que se tomen La Balvina? ¿Y que los que se tomaron la Asamblea permanezca­n ahí? ¿Y que sigan incendiand­o y destruyend­o?

Infiltrado­s existieron, sin duda, que coadyuvaro­n al “éxito” de la movilizaci­ón, incendiand­o y paralizand­o la ciudad. Fueron la mano sucia de su ejecución.

Pero los responsabl­es de la violencia son todos los que participar­on en los actos de amedrentam­iento, saqueo, desabastec­imiento, desestabil­ización, toma de instalacio­nes y paralizaci­ón y destrucció­n de servicios públicos. Todos ellos son o autores o cómplices o encubridor­es o infiltrado­s, en mayor o menor grado.

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