El Comercio (Ecuador)

Fake News

- Walter spurrier wspurrier@elcomercio.org

Facebook tiene 15 años; Twitter 13; Whatsapp 10; llegaron y arrasaron. Son un antes y después en la comunicaci­ón. La revolución digital ha sido liberadora. Hoy, basta con un teléfono y cualquier persona puede abrir cuentas en redes sociales y tener su propio medio de comunicaci­ón. En cambio, es muy difícil y se requiere mucho dinero y permisos de las autoridade­s para poder competir con un diario, canal de televisión o radio.

Cierto es, antes de las redes sociales, el ciudadano podía pregonar su verdad mediante hojas volantes, y ahora hay periódicos digitales serios, que compiten con los tradiciona­les sin necesidad de invertir en imprenta.

El problema es la veracidad del contenido. Los medios profesiona­les de prestigio filtran su informació­n. El New York Times tiene un lema de primera página: “Todas las noticias que merecen imprimirse”; en él se sintetizan la fortaleza y debilidad de los medios profesiona­les, sean tradiciona­les o digitales: la fortaleza, que las noticias han sido contrastad­as y verificada­s; la debilidad, que hay una selección, y algo se queda afuera. En cambio, tanto en hojas volantes, como en redes sociales, sale cualquier cosa, y predomina el libelo y la falsedad. Lo que hace la diferencia es que hoy hay programas de computació­n que pueden crear millones de páginas de Facebook con personales ficticios e inundar las redes sociales creando todo un mundo de informació­n falsa, “fake news”. Lo cual se hace con fines de producir cambios políticos.

Lo vivimos en octubre, donde el levantamie­nto indígena y el intento de golpe de Estado vinieron acompañado­s de una campaña de informació­n falsa, de toda índole, para inducir a creer que el Presidente estaba caído y abandonaba el país, que la policía había masacrado manifestan­tes y había docenas de muertos, noticias que exacerbaba­n a las multitudes y las tornaba violentas.

Más allá de reclamos sociales justificad­os o no, en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia han tenido lugar manifestac­iones de distinta virulencia, con evidencia que han sido manipulada­s desde el exterior. “Muevo mi bigote y cae un gobierno”, dijo burlón Nicolás Maduro al negar que estuviera detrás de los sucesos del Ecuador. Pero la evidencia es que buena parte de la desinforma­ción en las redes sociales se origina en servidores ubicados en Venezuela, aunque también en otros países.

Una campaña de Rusia, en que participó Assange desde nuestra embajada en Londres, cambió a favor de Trump el voto en estados claves, inclinando los comicios de EE.UU. en su favor. Una campaña de este tipo le dio el triunfo al Brexit en Gran Bretaña, debilitand­o a la Unión Europea. A pesar de esto, cada vez más la gente depende de las redes sociales para su informació­n. O quizá sería más apropiado decir, para su desinforma­ción.

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