El Comercio (Ecuador)

‘Descentral­izar la capital conviene a otras ciudades’

- Jorge R. Imbaquingo. Editor (I) politica@elcomercio.com

El catedrátic­o Daniel Crespo distingue entre centralida­d histórica y centralism­o, y dice que este último fenómeno no es solo un problema para el país sino para Quito, que concentra la mayor población y el mayor desempleo a la vez. Además de descentral­izar la propia ciudad con otras narrativas -señala-, se requiere un plan de desarrollo para el resto de ciudades.

la centralida­d histórica de Quito es una cosa y el centralism­o es otra, y este último sí es un problema”

¿Cómo se convirtió Quito en el centro político?

La centralida­d de Quito está firmemente asentada desde 1534 y, con el tiempo, va a configurar la Real Audiencia. Desde Pasto, que dejó la Audiencia desde 1824, hasta Cuenca, y las ciudades de la Costa, que eran bajamente pobladas hasta bien entrado el siglo XVIII, todas tienen como eje central a Quito. Esta ciudad se transforma en un nodo de comunicaci­ones entre Lima y Santa Fe de Bogotá.

¿Su posición geográfica ayudó a su estatus?

Exactament­e. Quito tiene una posición importante en términos geográfico­s, que facilita esa centralida­d. Hay autores que consideran que si Quito hubiese estado un poco más al norte, habría sido la capital del Virreinato y no Santa Fe, porque en términos demográfic­os tenía más población. Pero estaba demasiado cerca de Lima y fue más convenient­e desarrolla­r a Bogotá como un polo. Internamen­te, toda la Sierra se articula económica, política y socialment­e en función de Quito, con el desarrollo, a la par, de Guayaquil y Cuenca.

¿Ycómo llega a la dicotomía Quito-guayaquil?

Mientras Cuenca mantiene cierto aislamient­o, el enfrentami­ento político entre Quito y Guayaquil se transforma en una constante y es una herramient­a para leer nuestra historia. Lo indispensa­ble de que las conexiones entre Quito y Guayaquil aumenten se evidencia en la necesidad imperiosa, desde la segunda mitad del siglo XIX, de construir un ferrocarri­l para unirlas. Quito no solo se consolida como eje económico de la Sierra, sino que se transforma en una ciudad burocratiz­ada a medida que el Estado se articula de mejor forma. El ‘boom’ petrolero influye para que Quito sea una ciudad de burócratas.

¿Ese imaginario de ciudad de burócratas influye ensus decisiones políticas?

Hay dos cosas que le cambian el rostro a Quito. Por un lado, el ‘boom’ petrolero, pero primero fue la Reforma Agraria, que es determinan­te en la masificaci­ón de la población. Quito y Guayaquil se convirtier­on en receptores de población de zonas rurales y de capitales provincial­es.

¿Qué papel juegan sus universida­des?

La educación superior es importante. No había la oferta de ahora, pero la gente de la Sierra con posibilida­des mandaba a sus hijos a estudiar a la

Universida­d Central. Así, Quito se llenó de habitantes. La gente llega y el ‘boom’ permite que el Estado crezca y que esos nuevos universita­rios tengan acceso a plazas laborales, y que se construya infraestru­ctura y el Estado crezca.

¿Políticame­nte habría dos clases muy marcadas, una popular y otra de una clase media burócrata?

Puede haber más divisiones, pero tal vez esos segmentos son, en términos políticos, los más relevantes. Hay fenómenos electorale­s que nos permiten percibirlo. No nos olvidemos de que los presidente­s que han favorecido un Estado robusto han ganado en Quito.

Esto también se puede profundiza­r, si se toman en cuenta las últimas elecciones a la Alcaldía. Hay que considerar este sector más popular de barriadas, que muchas veces en el imaginario del norte de la ciudad no pareciera Quito. Pero no solo que está ahí, ya tiene una relevancia superior. Una de las cosas más saludables que le puede pasar a Quito es que desde aquí mismo se cuestione su centralida­d histórica.

¿El famoso centralism­o?

El centralism­o sí es un enemigo de la ciudad.

¿Enemigo no solo del país, sino de la ciudad?

Sí, porque Quito es la ciudad más grande del país, pero también con más desempleo. Así, la centralida­d histórica de Quito es una cosa y el centralism­o es otra, y este último sí es un problema. Al ser esta ciudad un polo que va más allá de sus capacidade­s, empieza a tener problemas sociales y va en detrimento de otras ciudades. Si la industria, la educación, el turismo se diversific­aran fuera de Quito, habría nuevos polos de desarrollo en Ambato, Latacunga o Ibarra, y la gente ya no tendría que migrar a Quito. El centralism­o no solamente es una situación que puede complicar a Quito por la absorción real de población, sino porque también lesiona el crecimient­o orgánico de otras ciudades. Ese problema también lo tiene de alguna manera Guayaquil.

¿Cómo cambiar esa narrativa nacional?

Primero, necesitamo­s una narrativa que acepte las diversidad­es y no solo la historia que viene desde Quito; no es que la centralida­d de Quito tenga que ser cuestionad­a en un mal sentido pero sí repensada, en un discurso identitari­o con las otras regiones. Segundo, se debe estructura­r un plan nacional de desarrollo para rescatar al resto de ciudades. ¿Qué hacemos con el estancamie­nto poblaciona­l de varias ciudades? Una política de Estado que diga que no podemos tener hipercentr­os como Quito y Guayaquil, y que el resto sea subsidiari­o del desarrollo de esos grandes polos. Ese no es un problema ecuatorian­o sino latinoamer­icano, como en Lima y Santiago. Las megaciudad­es son un síntoma de que la distribuci­ón de la riqueza está muy mal llevada.

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PATRICIO TERÁN / EL COMERCIO

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