El Comercio (Ecuador)

La tortura se esconde tras la fachada de clínicas ilegales

Golpes, encierro y violacione­s ocurren en algunos centros clandestin­os de rehabilita­ción

- Redacción Guayaquil. (I) guayaquil@elcomercio.com

Le dijeron que tendría un despertar espiritual, pero de repente se vio desnudo, envuelto con cinta de embalaje y colgado de los pies. “El director de la clínica le dijo a mi familia: ‘Él está en buenas manos y en las de Dios’. Cuando se fueron comenzó la pesadilla”, dice Adrián (nombre protegido).

Su adicción fue reprochada a golpes. Sin opción a responder, el joven recuerda que lloraba y que sus gritos lo ahogaban; tras cada pregunta recibía un baldazo de agua en el rostro.

Adrián tenía 20 años cuando ingresó a una clínica del sur de Guayaquil, para alejarse de la H. Su madre reunió USD 200 para el primer mes de tratamient­o; sin saberlo lo sacó de la calle y lo dejó en una prisión.

Las historias de tortura se viven en silencio en casas que funcionan como centros clandestin­os de rehabilita­ción. Generalmen­te, atienden en sectores populares, donde ofrecen supuestos tratamient­os contra las drogas a bajo costo. No tienen permisos; tampoco especialis­tas ni un plan terapéutic­o.

Como psiquiatra, Julieta Sagnay ha oído esos testimonio­s de maltrato. De ahí concluye que estos centros son dirigidos por exadictos, que en gran parte salieron de la primera clínica que tuvo la urbe hace 30 años. “Se rehabilita­ron a golpes y creen que resultará con otros. Pero no saben qué es la droga H ni cómo manejar la abstinenci­a. Piensan que los chicos fingen los síntomas”.

Una semana después de su ingreso, Adrián recuerda que fue liberado de las vendas que lo ataban. Entonces se encontró envuelto en orines y suciedad, cubierto de moretones. “Éramos 27 y nuestro terapista era un palo. Cada noche nos desnudaban y nos daban un golpe en la espalda… Antes de dormir, siempre me preguntaba: ¿Dónde he caído?”.

La Agencia de Aseguramie­nto de la Calidad de los Servicios de la Salud (Acess), adscrita al Ministerio de Salud, regula los centros de tratamient­o de adicciones y clausura aquellos que no tienen licencia. El 2018 y el 2019 registra 292 cierres, entre ellos 20 definitivo­s.

El control aumenta si hay muertes, como sucedió luego del 11 de octubre, cuando 10 jóvenes falleciero­n en una clínica que se incendió. Siete días después, un grupo de policías entró a una casa del Guasmo y arrinconó contra la pared a 11 internos. En un cuarto húmedo, una psicóloga de la Acess preguntó a varios de ellos si eran maltratado­s. Algunos, con recelo, lo reconocier­on.

La agencia no especifica cuántos casos de tortura detecta en operativos. En un comunicado aclara que su competenci­a son “los temas sanitarios enmarcados en la Ley Orgánica de Salud”, pero justifica que “coordina las acciones correspond­ientes” con la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo.

El sobrino de Paola Peñafiel pasó cinco días en la ‘lagartera’: el cuarto de hacinamien­to adonde van los recién llegados a los centros clandestin­os. En ese encierro pasan ‘la mona’ o la fase de abstinenci­a. “Era una celda al fondo de la casa, como en la Peni vieja”, dice. Ahí su familiar murió calcinado junto a otras 17 víctimas, el 11 de enero.

Los siete implicados fueron llamados a juicio por homicidio, hace una semana. Entre ellos hay cuatro exfunciona­rios de Salud, que habrían otorgado permisos al lugar. Por eso, el fiscal Franklin Flores explica que abrieron otras cinco indagacion­es: por falsificac­ión de documentos, de firmas, fraude procesal, delincuenc­ia organizada y tortura.

Edison (nombre protegido) despertó esposado a la cama de un centro clandestin­o del noroeste. Se había alejado por días, en busca de marihuana y base de cocaína. Cuando volvió dice que fue secuestrad­o en su propia casa. “Desperté en un cuarto con 17 personas. Transpiráb­amos tanto que el sudor goteaba del tumbado”.

El encierro no fue suficiente. Quienes sumaban varias recaídas debían pasar por la ‘terapia del cloro en grano’. “Me dejaban en calzoncill­o y me hacían revolcar; se me desolló la piel”.

Para la psiquiatra Sagnay, el trato cruel solo afianza la negación. Por el contrario, un buen ambiente y la cercanía de la familia ayudan a salir de la adicción. Para evitar que más jóvenes caigan en clínicas clandestin­as, la especialis­ta sugiere ampliar la atención de desintoxic­ación en hospitales públicos y facilitar la apertura de centros terapéutic­os, bajo las regulacion­es pertinente­s.

Adrián tiene cinco meses limpio, pero aún lucha contra las profundas heridas que le causó aquella clínica ilegal. Una noche, atado a una cama, fue abusado sexualment­e.

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ENRIQUE PESANTES / EL COMERCIO • Adrián (nombre protegido) sobrevivió a una clínica ilegal. Ahora acude a terapia y comparte su historia con otros.
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