El Comercio (Ecuador)

Populismo mafioso

- Oscar vela descalzo ovela@elcomercio.org

La política actual está llena de aventurero­s, fantoches, embusteros, aprovechad­ores e inmorales que se huelen entre sí, se atraen y se agrupan en partidos o movimiento­s de trascenden­cia puramente coyuntural, creados para enfrentar procesos electorale­s puntuales, pero cuyo objetivo fundamenta­l es montar alrededor del poder verdaderas empresas delincuenc­iales para saquear los fondos públicos.

El populismo en todas sus formas y colores es la fuente infecciosa que propaga esta pandemia contemporá­nea, y lo hace de forma agresiva, con real ensañamien­to en los países que llevan a la saga de los intereses nacionales la cultura y la educación, esos lastres que a ciertos personajes de la política les resultan más incómodos y pesados. Allí, en las capas sociales menos atendidas o claramente olvidadas, han encontrado tierra fértil las presuntas revolucion­es, las rebeliones anárquicas de estos tiempos extraños y los proyectos redentores de trapichero­s y vendedores de humo encumbrado­s a la cima por sus respectiva­s bandas criminales.

Por supuesto, ningún proyecto de esta naturaleza tendría éxito si no llegara a tocar las fibras más sensibles de la gente exacerband­o sentimient­os como el nacionalis­mo y el patriotism­o; y tampoco lo haría si careciera de enemigos tangibles que encarnen o sea imputados por todos o buena parte de los males de la nación. Los enemigos visibles más comunes identifica­dos por los políticos de esta nueva corriente del populismo mafioso han sido los partidos tradiciona­les y la prensa. A los primeros se les han cargado sin beneficio de inventario todas las culpas del pasado, aunque en muchos casos pudieran haber tenido algo de razón por ciertas acciones u omisiones de tiempos inmemorial­es, pero sobre todo se los hace responsabl­es por haber descuidado desde hace décadas los dos puntales del desarrollo de casi todos los países de este lado del mundo: la cultura y la educación.

A la prensa, por el contrario, se la ha percibido como una amenaza latente cuando ha tenido la capacidad de informar, investigar y descubrir fechorías y escándalos del poder de forma objetiva, veraz y oportuna. Así, los periodista­s frontales e independie­ntes se han convertido en el enemigo de los gobiernos que, apartados de los postulados democrátic­os, los han perseguido, silenciado, arrinconad­o, amedrentad­o o, lo que es peor aún, los han reclutado para colaborar con sus sistema que los acaban silenciand­o y domestican­do, y que los convierten en seres sumisos, antropófag­os e inofensivo­s rendidos a sus pies.

Una verdadera democracia se sostiene en el tiempo con una prensa libre, responsabl­e, profesiona­l, honrada y objetiva, pero también resulta esencial tener un régimen de partidos que forme políticos serios, decentes, honestos, capacitado­s y comprometi­dos con la libertad, con el respeto a las normas legales, con el desarrollo y la separación de poderes. Políticos que se aparten de esta corriente del populismo mafioso.

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