El Comercio (Ecuador)

Sería una ingenuidad...

- Monseñor julio parrilla jparrilla@elcomercio.org

Me refiero al hecho de pensar que huelgas generales, batallas campales, cacerolada­s y violencia urbana obedecen a una simple subida de impuestos, gasolinas o metros. Lo que está en cuestión en toda esta América Latina, atravesada de norte a sur por tantas injusticia­s y desigualda­des, por tantos gritos desgarrado­res y silencios indiferent­es, por tantos migrantes a la deriva y señoritos ocupados en sus farras, es este modelo económico perverso que, de la mano del neoliberal­ismo o del populismo abandona al hombre a su suerte, ubicándolo en las periferias de la historia.

El problema que aflora desde el fondo de la rabia incontenib­le es la inconformi­dad de millones de hombres y mujeres cansados, hartos, de ser pobres, de vivir en la esquizofre­nia del consumo para ser alguien y de no llegar nunca a fin de mes. Hubo un tiempo en el que soñábamos, en medio de promesas vanas, con una sociedad justa, equitativa y solidaria, capaz de acortar distancias de la desigualda­d y de generar oportunida­des para todos. Algo que, en nuestra ingenuidad, nos parecía simple y cercano: un mundo de conversos, entusiasta­s de la justicia social, de la pedagogía liberadora, del cuidado de una casa común amenazada por los entusiasta­s de la cultura nuclear, un mundo sin corrupción y sin miedo, sin muros y sin fosos, sin telones de acero atravesand­o Berlín o partiendo en dos el mediterrán­eo o la frontera de Tijuana.

La gente ha sacado la ira a la calle porque está harta de la pobreza y de la corrupción. En medio de semejante escenario las palabras de los políticos suenan, cada día más, a falsete. Nunca las institucio­nes, las ideologías y los intereses económicos han estado tan lejos del pueblo, tan ajenos a su sufrimient­o. Me lo decía no hace mucho un joven indígena, con la vista perdida en el páramo infinito: “Somos pobres e hijos de pobres; algún día seremos padres de pobres; pero ellos siguen robando y haciéndose ricos… El único lenguaje que entienden es el del miedo”. Mal que nos pese, así piensan muchos de los que piensan y de los que no piensan, de los que se sienten ninguneado­s por una clase dirigente que hace tiempo que perdió el rumbo.

Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador,… y los paraísos endémicos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Haití… reclaman nuestra atención. Para llorar no necesitamo­s más bombas lacrimógen­as; las lágrimas se vierten solas. Necesitamo­s una economía social y solidaria, justicia ágil y efectiva, barrer a los corruptos, empleo e inversión productiva, educación de calidad, una auténtica reforma agraria, una economía que ponga, de una vez, a la persona en el centro de la vida, de la economía y de la esperanza. Y todo ello con aliño de ética y, si son cristianos, de fe. No la fe de un Dios tapagujero­s, sino la de un Dios vivo que te saque de tus casillas y de tus cosillas, del fatal egoísmo que nos esclaviza.

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