El Comercio (Ecuador)

Que nos devuelvan a Arthur

- Marco arauz ortega marauz@elcomercio.org

En su reciente artículo de opinión, Milagros Aguirre hizo un recuento -basado en varias publicacio­nes de las últimas décadas- que refleja claramente esa falta de memoria nacional que nos lleva a volver, una y otra vez, sobre el irresuelto problema de los derechos indígenas y la indiferenc­ia del Estado y de la sociedad.

Porque del diagnóstic­o, de los sustos y de las admonicion­es nunca pasamos, y ese es el espacio ideal para que aparezcan personajes como Jaime Vargas y medren del complejo de culpa nacional y de la inacción estatal.

Está claro que la crisis de octubre nos metió de lleno en la carrera preelector­al, y eso no excluye a los dirigentes indígenas. En esa lucha, Vargas está ganando mediáticam­ente, a costa de atribuirse ilegalment­e funciones político-administra­tivas, desdecirse cuantas veces sean necesarias y retorcer la ley, como cuando distorsion­a normas referentes a la justicia indígena para impedir la poca acción del Estado en las comunidade­s indígenas.

Más allá de las definicion­es de la Constituci­ón de Montecrist­i sobre los derechos y el alcance de las consultas, no se debe olvidar que en el correísmo hubo una fuerte tensión entre un gobierno que iba por todo el poder y unas organizaci­ones indígenas que querían que las acciones estatales pasaran por sus manos.

Correa, bajo su perspectiv­a de un control político sin resquicios, decidió atacar a las organizaci­ones y a los dirigentes, y eso significó, por ejemplo, cambios en el modelo educativo. Los resultados de esa política hoy son motivo de frustració­n, especialme­nte entre los jóvenes de los sectores rurales.

Lenín Moreno, también por razones políticas, decidió ir a la otra orilla pero sin el acompañami­ento desde las respectiva­s entidades, lo cual confirmarí­a la hipótesis de que en varias de ellas los mandos medios siguen fieles a la época dorada. Es verdad que en la época morena no sobran ni dinero ni estrategas.

El resultado es una película de ficción en la que el Gobierno hoy se afana por llegar con sus programas y la dirigencia indígena se opone. La trama está adobada de un gran paternalis­mo que prefiere ver a Vargas como una víctima o como un victimario antes que como un actor político que debe responsabi­lizarse de sus actos como cualquier otro.

Hoy resulta que lo poco que se puede cumplir respecto de los programas sociales en el sector rural quedó en medio de una disputa político-administra­tiva absurda, cuyos perjudicad­os directos son personas de carne y hueso que necesitan mejorar en algo, y urgentemen­te, sus condicione­s de vida.

Nos volvimos más papistas que el Papa. Somos el perro del hortelano, que no come ni deja comer. Con esta lógica tan miope, quizás debiéramos ir pensando en una declarator­ia en toda regla para que el entusiasta Arthur sea devuelto a su territorio natal y ejerza a sus anchas sus derechos. Pero esa es otra ficción.

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