El Comercio (Ecuador)

Vargas, la autoridad

- Farith simon @farithsimo­n

Circuló la noticia que el presidente de la Conaie había impedido a una brigada gubernamen­tal ingresar a una comunidad indígena en el Cotopaxi. Esta versión fue cuestionad­a por la Conaie; el mismo Sr. Vargas, en un video, dio su versión, y las explicacio­nes debería preocuparn­os más que los hechos. Simplifica­ndo, afirman que las normas constituci­onales sobre justicia indígena da a las autoridade­s indígenas el poder a nivel local, el Estado allí no funciona de manera directa, esta condiciona­da a la organizaci­ón y autoridad indígena: el Estado no tiene autoridad real y el Sr. Vargas es “autoridad” en todo territorio ancestral.

Estas explicacio­nes contradice­n abiertamen­te el carácter unitario del Estado y las funciones que la Constituci­ón reconoce a cada nivel de autoridad, incluidas las autoridade­s tradiciona­les. Se tergiversa las competenci­as de esas autoridade­s y otorgan un rol al presidente de la Conaie que no tiene ni cultural ni jurídicame­nte: él representa a una organizaci­ón no gubernamen­tal y no es una autoridad. Cada pueblo ancestral tiene sus autoridade­s, ellas tienen competenci­a en el ejercicio de la autoridad tradiciona­l o la administra­ción de justicia en su interior.

El Sr. Vargas es un importante dirigente y segurament­e una autoridad al interior de su pueblo, pero no tiene autoridad legal alguna fuera de su comunidad.

A partir de la Constituci­ón del 2008 algunos juristas y analistas legales, llevados por el entusiasmo de lo nuevo, de lo revolucion­ario, han hecho llamativas interpreta­ciones normativas, asignándol­es significad­os que no tienen, descontext­ualizándol­as, atribuyénd­oles contenidos y consecuenc­ias imposibles. Un limitado debate académico sobre esas ideas, en ocasiones una suerte de ingenuidad, han hecho que esas interpreta­ciones se hayan convertido en razones o justificac­iones para la acción política, esas miradas se han transforma­do en una suerte de catecismo jurídico peligroso. Somos una sociedad plural, pero las lecturas extremas que se hacen de la plurinacio­nalidad están dando paso a una duda sobre la existencia de condicione­s para una vida común.

La diversidad es un hecho, pero perdemos de vista que no toda interpreta­ción en su nombre puede ser defendida o aceptada. No es verdad que la validez de las interpreta­ciones dependa totalmente del intérprete o de la comunidad epistémica o cultural de la que se forma parte; la convivenci­a requiere que podamos generaliza­r las interpreta­ciones.

No son aceptables versiones espurias de interpreta­ción intercultu­ral, el marco de interpreta­ción siguen siendo la Constituci­ón o los instrument­os internacio­nales (o las interpreta­ciones obligatori­as de esos textos) cuando son más favorables a los derechos humanos.

No todo lo que se dice en nombre de la diversidad es aceptable, es hora de debatir en serio estos temas porque en ello se juega nuestra existencia como Estado unitario.

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