El Comercio (Ecuador)

Hablamos la misma lengua

- Fabian corral B. fcorral@elcomercio.org

Quinientos ochenta millones de personas hablamos la misma lengua: el español; modulamos un habla compartida, articulamo­s sentimient­os, ideas, reflexione­s y recuerdos, con esa herramient­a espiritual formidable que es el idioma, ese que llegó en las carabelas y a cuyos decires castizos América enriqueció con acentos regionales y marcó con palabras que provienen de la chispeante cultura caribe, de los giros mexicanos y las modulacion­es andinas, y, así, el viejo castellano de Cervantes quedó remozado por las innumerabl­es contribuci­ones americanas. En ese largo proceso de incorporac­ión, que no se ha repetido en la historia, metimos en el diccionari­o el quichua, el araucano y el nahual.

Como dice Santiago Muñoz Machado, Director de la Real Academia Española de la Lengua, en un libro indispensa­ble, “hablamos la misma lengua”, y así formamos parte una cultura, vieja ya de cinco siglos y, por lo mismo, llena de memorias de la guerra y la paz, de ideas y contradicc­iones, distancias y abrazos que hicieron posible la fundación de sociedades que, a través de la palabra y del tiempo, se entienden, reconocen y respetan.

Sevilla -sede del XVI Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, ahora en noviembre- fue, como otras veces, un descubrimi­ento que invariable­mente asombra por la belleza de su arquitectu­ra, el esplendor de la Catedral y del Alcázar y por las huellas de todas las culturas que allí se fundieron; por la Cartuja y el cielo azul, por las calles en que conviven librerías, almacenes, casas viejas y sitios en que cada cual puede sentarse a mirar la gente que pasa sin prisa, con tiempo para tomar un café, charlar y hacer la tarde mientras persiste el fresco perfecto del otoño.

Y en Sevilla, gracias al evento impecablem­ente organizado por la Academia de la Lengua Española, pudimos asistir a la charla de Fernando Savater cargada de sencillez y filosofía; escuchar la franqueza iluminada de Pérez Reverte, que es la misma que caracteriz­a a sus libros; enterarnos de la historia que, ante un auditorio asombrado, contó Vargas Llosa sobre el modo en que construyó “Conversaci­ón en la Catedral”, y cómo esa novela interpretó aquel Perú de mestizajes, contradicc­iones, fetichismo­s y fracasos, episodios todos ellos en los que nos reconocemo­s, porque, en los países latinoamer­icanos, tenemos que contarnos lo mismo que se cuentan los personajes de la novela. Todos, de algún modo, hemos tenido nuestra fiesta del chivo y vivimos tiempos recios.

La reunión de la Asale hizo posible refrescar ideas, compartir libros, inquietude­s y proyectos. Fue posible escuchar a un Rey culto, impecable en sus decires, atento y contemporá­neo. Y fue posible apreciar los retos que tiene nuestra lengua frente a la tecnología, que está aquí, ahora.

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