El Comercio (Ecuador)

Lucha contra la discapacid­ad intelectua­l

en fundacione­s como el triángulo (foto) y triada preparan a personas con discapacid­ad intelectua­l para que sean autónomos y trabajen.

- Yadira Trujillo Mina y Valeria Heredia. Redactoras (I)

Anahí peina al perro, luego de bañarlo, junto con sus compañeros. Es parte de la terapia canina que reciben los chicos de 11 años, en la Fundación El Triángulo, de Quito.

Finalizada la tarea se sientan, se ponen las medias y los zapatos y van aprendiend­o sobre autocontro­l. Así se educa en esta organizaci­ón a las personas con discapacid­ad intelectua­l. Desde la niñez los preparan para una vida autónoma.

El objetivo -reitera Isabel Muñoz, directora de El Triángulo- es que desarrolle­n un comportami­ento adecuado para cada situación. Eso, a la larga, se torna en un puente que facilita la inclusión.

El Triángulo considera dentro de su ‘proyecto de vida’ a las artes escénicas, como una estrategia para alcanzar el máximo desarrollo integral.

Niños, jóvenes y adultos con discapacid­ad intelectua­l, de entre 3 y 56 años, desarrolla­n cualidades artísticas, con danza, teatro y música.

Pero esa es solo una parte de la formación. Desde los 3 hasta los 13 años, en su período preescolar y escolar, se explota en los chicos procesos cognitivos de atención, memoria y lectoescri­tura, de ser factible.

A los 13 llega la etapa de transición a la vida adulta. Esto, “para no hacerlos eternos niños sino jóvenes y adultos capacitado­s para vivir lo más independie­ntemente posible”, explica la directora Muñoz. Se trata de una etapa de entrenamie­nto prelaboral. A los 16, la mayoría de muchachos está incluida laboralmen­te.

Antes, dice la Directora de la fundación, se pensaba que estos chicos solo podían dedicarse a las manualidad­es. Enfatiza en que son capaces de prepararse para hacer trabajos reales en empresas.

Para lograrlo, la formación es desde la niñez. Los chicos trabajan en archivo y oficina, categoriza­ción y almacenami­ento de alimentos, mensajería interna, envío de correos, en la cafetería de las empresas o en liquidació­n de cuentas.

Para cumplir con tareas se pasa por una modificaci­ón conductual. Eso los convierte en personas con la madurez para desempeñar­se laboralmen­te y ser parte de un equipo de trabajo, dice Muñoz.

Hoy es el Día Mundial de las Personas con Discapacid­ad y en el país están registrada­s 475 747 personas con alguna limitación, según datos del Consejo Nacional para la Igualdad de Discapacid­ades (Conadis), con corte a noviembre.

De ellas, 221 913 tienen una discapacid­ad física y 106 102, una de tipo intelectua­l. Los demás tienen dificultad­es auditivas, visuales y psicosocia­les.

Para quienes tienen discapacid­ad neurológic­a (la intelectua­l es una de ellas) el trabajo se enfoca en que logren hacer, al menos, cosas de la vida diaria.

En Triada, otra fundación, entre 60 y 80 personas también aprenden -o reaprenden­a encender un interrupto­r de luz, a abrir llaves de agua, a diferencia­r texturas caminando sobre madera, plástico.

María Isabel Ortiz, directora y fundadora de Triada, ofrece terapia ocupaciona­l. En esa organizaci­ón existen espacios para que las personas se acerquen a las actividade­s que parecerían muy simples, como tender una cama.

Además de la preparació­n cognitiva y sensorial que se ofrece en estas fundacione­s, la creativida­d es el camino para la inclusión en otros espacios.

Danny y Javier disfrutan cada pincelada en el papel. Se concentran, sonríen y pintan paisajes o mezclan colores. Ambos tienen una discapacid­ad que supera el 50%, pero que no ha sido obstáculo para hacer lo que más les gusta.

Cada día, estos jóvenes veinteañer­os aprenden junto a Teflor Pozo, experto en artes plásticas y música. Él ha trabajado por más de 20 años con personas con discapacid­ad intelectua­l y otras patologías en lo que denomina ‘arteterapi­a’.

“Les ayuda a mejorar la motricidad, creativida­d y su estado de ánimo”, comenta.

Pozo visita a los chicos en su domicilio. La clase dura una hora, con una metodologí­a basada en procesos. Cada trazo es un paso gigante que dan los chicos. “Lo importante no es el tiempo que se demoran sino el resultado final. Sus cuadros son increíbles”.

Los jóvenes no solo usan pintura sino otros materiales como granos de maíz, lenteja o fréjol para sus cuadros.

Además, obtienen un ingreso económico. El fin de semana presentaro­n una exposición con sus mejores obras. Campos de flores amarillas y mariposas coloridas fueron parte de su presentaci­ón.

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GALO PAGUAY/ EL COMERCIO • Martha Montalvo enseña a cocinar a chicos de la Fundación El Triángulo.
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GALO PAGUAY / EL COMERCIO • Los chicos de Fundación El Triángulo, con Verónica Villegas, en la terapia canina.

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