El Comercio (Ecuador)

La entrevista

- Susana c. de espinosa scordero@elcomercio.org

Lula da Silva contesta, en El País, a preguntas de Naia Galárraga. El mundo conoce al exsindical­ista, pero quizá no espera que él, al haber salido de la cárcel, muestre tanta alegría de vivir, tanto sentido común. Simultánea­mente a mi lectura, volvió a ser condenado, y a 17 años, en lugar de a 12.

Optimista, alegre de vivir, ve al Brasil como ‘un constructo­r de consensos, de paz, que debe crecer junto a los países con los que tiene frontera, y cuidar de América Latina, porque a EEUU no le gusta que ningún país de América Latina sea protagonis­ta político’.

El expresiden­te aspira a tiempos de democracia para el logro de institucio­nes sólidas: ‘Golpes cada 10 o 15 años arruinan a los países: Evo Morales el primer indio que gobernó en Bolivia, con el mayor crecimient­o de la región y la mejor transferen­cia de renta, olvidó que la alternanci­a es importante: eres presidente, puedes tener una reelección. No necesitas dos’.

Si Lula ‘sacó a millones de la pobreza y colocó a Brasil entre los grandes’, hoy, ese mismo país está dirigido por un protestant­e (¡amasijo explosivo de religión, militarism­o y política!); racista, nuevo Trump, pero peor, porque nuestras democracia­s, con bases poco educadas, lo toleran todo.

Para Lula da Silva, el gobierno de Jair Bolsonaro supone un altísimo riesgo, pues ‘quiere resolverlo todo con el pueblo armado en las calles’ pero ‘solo lo logrará con más tecnología más educación, más empleo, garantía de consolidac­ión de las institucio­nes’. Atribuye el retroceso de Brasil ‘en gran medida, al comportami­ento de los medios que instan a la sociedad a negar la política’.

‘El papel de un expresiden­te de la República no es agitar a la sociedad contra quien gana las elecciones, sino demostrar que con democracia, distribuci­ón de renta y creación de empleo se crean las condicione­s para que un país crezca’. Se gobernará luchando contra la desigualda­d, cuidando de los que más lo necesitan.

Que la polarizaci­ón social nos desafíe a restablece­r la civilidad, el sentido común. Desde la adversidad hemos de aprender a convivir democrátic­amente. ‘No necesito que Bolsonaro me guste para respetar la institució­n de la presidenci­a de la República. Ni B. necesita que Lula le guste para respetarme como ser humano’.

Afirma, no puede ser de otro modo, que los procesos contra él son ‘falacias, mentiras, invencione­s, de los medios y del ministerio público y del juez Moro’. Decidió entregarse para probar que tanto el juez como el fiscal Dallagnol mintieron al país sobre su condena.

Quisiéramo­s creer más en Lula que en Moro, ¡hoy nada menos que ministro de justicia del Trump brasileño! Pero, aunque Lula defienda su inocencia, y crea que ‘se hará justicia con él’, que se le absolverá; y aunque quienes lo ‘vimos’ gobernar, entrar y salir de la cárcel, y le ‘oímos’ conversar de democracia con tanta sabiduría, queremos creer en su honestidad, si se demuestra que se dejó vencer por la tentación del lujo, del poder, la del dinero y la estúpida opulencia, ¿en quién, en esta América, cabrá confiar?

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