Academia diplomática
La Academia Diplomática, en un acto sobrio, solemne y cargado de simbolismo, acaba de reabrir sus puertas. Fundada en 1944 por Camilo Ponce Enríquez cuando fue canciller del presidente José María Velasco Ibarra, funcionó varios años como centro de capacitación de la diplomacia ecuatoriana. Es en 1987 cuando el canciller Rafael García Velasco firma el decreto que la institucionaliza como Academia Diplomática.
Durante su vida institucional, hasta el cierre en 2009 por orden del expresidente Rafael Correa y ex canciller Ricardo Patiño, se formaron distinguidos embajadores, ministros y funcionarios de carrera. La calidad de la formación impartida, basada en la cuidadosa selección de asignaturas y docentes, le dio prestigio a nivel regional.
Los diez años de correísmo no solo fueron devastadores para el país en términos de mal manejo de la economía, abuso, autoritarismo, vulneración de derechos, corrupción… El servicio exterior también fue víctima de ello. No solo porque dejamos de tener política exterior (al entregar nuestras decisiones de política al eje La Habana-caracas) sino que buena parte de los funcionarios que se formaron bajo un esquema labrado cuidadosamente a lo largo de los años fueron vapuleados, denigrados y hostigados por quienes se autoproclamaron como dueños de la verdad. La política exterior al servicio de la ideología. De slogans populistas y posturas “socialistas” que incluso estuvieron en contra de los altos intereses nacionales.
Tal fue el grado de decadencia en el que caímos que incluso llegamos a tener al mando de la cancillería a extranjeros sin la debida formación, experiencia y respetabilidad. Por ello, a medida que escuchaba las palabras del actual director de la Academia Diplomática, Alejandro Suárez, y del canciller José Valencia, se apreciaba la emoción y el simbolismo que contenía cada palabra.
Ahora que la Academia Diplomática ha sido reabierta, el desafío es grande. En primer lugar, retomar la formación de funcionarios del servicio exterior de acuerdo a los más altos estándares internacionales, recuperando lo positivo del pasado pero enfocando la enseñanza a las prioridades que deberíamos tener como país. Nuestras delegaciones diplomáticas tienen el alto encargo de representarnos como país en el exterior pero deberían también tener un papel mucho más activo en el campo de la promoción de las exportaciones y del turismo, la realización de actividades culturales, el impulso de proyectos de cooperación, entre otros.
En segundo lugar, el Ecuador, en un escenario tan desafiante y cambiante a nivel internacional, debería cumplir algún papel. Su diplomacia podría ser parte de esas capacidades del Estado para contribuir a la solución de los problemas regionales y globales, sin dejar de lado la concreción de sus propios intereses nacionales. Eso está claro para los directivos de la Academia. Les deseo suerte y muchos éxitos.