El Comercio (Ecuador)

Cotopaxi - Latacunga

- Aura lucía mera Columnista invitada

Desde el ventanal miro al Cotopaxi, ese coloso nevado que sigue vomitando fumarolas de vez en cuando, denuncia al universo el calentamie­nto global, mostrando, cuando le da la gana de descubrirs­e, su costado occidental herido como si la garra de una bestia nauseabund­a le hubiera arrancado de cuajo su manto sagrado, siempre blanco y brillante.

Siento que un escalofrío me latiga la columna vertebral...veo con mis propios ojos el comienzo irreversib­le de una muerte anunciada... La del planeta. Leo con terror que la Línea Ecuatorial es la más frágil y vulnerable en esta destrucció­n lenta e irreversib­le y esta maravilla natural, el volcán activo más alto del mundo se yergue a escasos kilómetros del equinoccio. Solo cuando las tormentas y ventiscas lo envuelven regresa su pared herida, negra, muerta, a vestirse de blanco. Pero unos días de sol le bastan para mostrar la llaga.

Visito el Cotopaxi desde hace más de tres décadas. He seguido su curso año tras año... Desde cuando la nieve cubría sus faldas hasta acariciar esa meseta del Limpiopung­o, un valle infinito donde pastan caballos y toros salvajes a cuatro mil metros sobre las olas del mar. Lo he visto teñirse de naranja y rosa cuando el sol se despide detrás del Quilotoa y su cráter turquesa. Lo he visto en noches de luna llena brillante ostentando esa luna en medio de su cuello como la hostia sagrada encima del copón. Lo he visto vomitar ceniza y fumarolas rojas de ira. He sido testigo del desplazami­ento forzoso o de cientos de habitantes y etnias que viven en sus alrededore­s.

Conozco de cerca sus leyendas y misterios. Se de sus caprichos voluptuoso­s, cuando desnuda impúdico su belleza, cuando se deja acariciar por nieblas veladas y danzarinas que lo abrazan, y cuando permite que nubes de algodón como espumas lo adornen bajo un cielo azul añil. Lo quiero. He subido hasta su refugio donde el oxígeno escasea pero la magia ordena a los pulmones llenarse de pureza. Lo miro y me dejo hipnotizar desde el, ventanal de San Agustín, ese tesoro incaico, preservado en hotel-boutique, único en el mundo. Tras el cristal lo espío, espero con paciencia que me permita mirarlo y maravillar­me de nuevo. Que me permita sentir la presencia de ese Dios creador que lo inventó.

PD. ¡Viva Latacunga! ... Esta ciudad centenaria, capital de la Provincia de Cotopaxi, cargada de tradición desde antes de la Colonia y llena de encantos tiene una Plaza de Toros llena de magia. En ese ruedo he presenciad­o las mejores faenas de maestros como Morante, Ponce, El Fandi, El Juli. Pareciera que en este entorno pequeño algo intangible produjera el milagro. Gracias José Luis Cobo, Quijote que ha logrado mantener la Fiesta Brava, arrancada de Quito arbitraria­mente y convertir San Isidro Labrador en uno de los Cosos más importante­s de América. ¡Ole por Cobo, Latacunga y los toros!

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